El año de la política
Si el 2024 fue el año del gran ajuste económico, con un recorte récord del 30% del gasto público, el 2025 debería ser el momento de la reivindicación de la política como instrumento para reconstruir el país.
Ordenada la economía en sus trazos gruesos -baja inflación, superávit fiscal y comercial, crédito al sector privado- o en vías de estarlo -sólo resta levantar el cepo cambiario y que baje la pobreza-, debería transformarse esto en una plataforma adonde haga pie la política como herramienta para marcar el rumbo del país.
El mercado no ha sido nunca ni puede ser la brújula que guíe a un Estado Nación. La denostada política es la que decide, traza la hoja de ruta. Este año volverá a asomar con todos sus bríos, mal que les pese a los militantes libertarios, ya que el 2025 contempla en el calendario las elecciones legislativas.
El Gobierno, que carga desde la campaña electoral con algunas frases hechas de alto impacto, hace política como cualquier hijo de vecino, igual que la vituperada casta. Y lo bien que está. Metido de lleno en el armado electoral para ganar poder en el Congreso, ha dejado en claro que todo se negocia, menos una cosa: el superávit fiscal.
En lo inmediato viviremos la campaña, las urnas, el avance o retroceso parlamentario, el ruido. Lo que debe despuntar, además, es la política de fondo como estrategia para diseñar el futuro. Abrir o cerrar la economía, fijar o quitar impuestos, impulsar o podar subsidios, entre otras cosas, no debe ser nunca un fin en sí mismo sino una vía para algo trascendental que nos supere en el tiempo: un plan.
EL MODELO
Al Gobierno se le exigió en los primeros meses de gestión un programa económico a la vieja usanza. Costó entender que no lo tienen ni desean tenerlo. El objetivo es quitar los obstáculos que, en la mirada libertaria, frenan la dinámica económica. Como quien va corriendo ramas y piedras para que un curso de agua fluya, finalmente, a sus anchas.
No hay programa, no hay plan. ¿Hay objetivos? ¿Cuál es el modelo? Por lo visto hasta ahora el esquema pasa por sostener el superávit fiscal vía recorte del gasto público; emisión monetaria cero; tipo de cambio atrasado y apertura económica. Hay dos palabras que no se encuentran en el discurso presidencial: producción y desarrollo.
Con el dólar y el peso en un equilibrio de 1=1.000, el equipo económico juega a la pseudo Convertibilidad. Si se mantiene la armonía y la inflación desciende al 1% mensual, el paso siguiente será facilitar la posibilidad de operar con una canasta de monedas.
En este escenario económico sólo triunfarán los sectores vinculados a la exportación y atados a los precios internacionales. Hay buen pronóstico para los hidrocarburos, la minería y el sector agroganadero; se ciernen los nubarrones, en cambio, sobre aquellos que enfocan sus cañones sólo al mercado interno.
Como en los ‘90, es probable que cuando esta realidad cuaje la gente sienta la fugaz alegría de comprar barato bienes importados. Tal vez experimente el efecto adormecedor de calzar zapatos brasileños, vestir camisas asiáticas o usar herramientas europeas. Pero así no se crea empleo.
En esta dinámica el riesgo es que se naturalice la idea de que el mercado y sus fuerzas están en condiciones de regir los destinos de la patria cuando es la política la que debe hacerlo.
Si la verdad libertaria de que el mercado todo lo puede fuera cierta, no habría motivo para que los Estados Unidos -el reino del capitalismo- cierre sus fronteras a los inmigrantes. Deberían dejarlos entrar y que la oferta y la demanda determine el nivel de los salarios norteamericanos. ¿Por qué permiten el libre flujo de mercancías pero regulan el de personas? Porque, deprimidos los sueldos, se desplomaría también el consumo interno. Ahí manda la política, que dice No.
COYUNTURA
El 2025 será el año de la política porque en las elecciones legislativas está la llave para que La Libertad Avanza pueda consolidarse en el poder a caballo de sus logros económicos. Ahí reside la chance también de que en las presidenciales de 2027 se presente la fórmula Milei-Milei.
Por ahora, y pese a que el Congreso le ha sido esquivo e su primer año de gestión, el Gobierno se las ha ingeniado para ensayar transformaciones impensadas. Y, además, hizo de malas, buenas. Como la prórroga del Presupuesto 2023, que le permite seguir licuando el gasto público.
Rechazado el proyecto de presupuesto por la oposición, el Ejecutivo volvió a prorrogar el último que fue votado por los legisladores. Es decir, se administra el Estado con partidas que han quedado atrasadas en su valor, y se reparte a discreción.
La coyuntura económica, los laureles que se han sabido ganar con esfuerzo a lo largo del 2024, le permitió al Gobierno confirmar la eliminación del Impuesto País y prometer con que podará en el corto plazo buena parte del entramado impositivo. Es, justamente, lo que le piden los empresarios.
El arte de Milei pasa por ensayar promesas draconianas y luego, cuando las circunstancias las vuelven imposibles de ser cumplidas, tener el carisma y la habilidad para acomodar el discurso y ofrecer una alternativa más realista. De ahí que pasamos de dinamitar el Banco Central y dolarizar la economía a, quizás, operar a futuro con una canasta de monedas.
En el terreno de la presión fiscal ocurre más o menos lo mismo. La baja del Impuesto País tiene un impacto de 1% del PBI. ¿Con cuánto margen cuenta el Gobierno para seguir podando tributos sin desfinanciar al Estado? ¿Puede tirarle el fardo a las provincias de arcas flacas, exhaustas por el esfuerzo?
En esa nebulosa incierta que es el porvenir argentino, lo único más o menos seguro es que la inflación acentuará la parábola descendente. Todos los expertos coinciden en que a partir del segundo trimestre el índice rondaría el 1,5%, con sus más y con sus menos, y que la cifra anual escalaría al 25%. Son proyecciones soñadas para una Argentina chamuscada en las llamas de la remarcación constante.
VIENTO EN POPA
Con todo, pese a los ajustes nunca vistos, el desplome del consumo y la multiplicación de los despidos, la sociedad sigue respaldando la enjundia política de Milei y su avance impiadoso sobre el entramado estatal. De allí que el Monitor de Humor Social y Político que realizan D’Alessio IROL y Berensztein arroje las siguientes conclusiones:
* Tras tres meses consecutivos al alza, la evaluación positiva de la situación económica actual respecto del año pasado supera, por primera vez, al pesimismo. Un 55% de los encuestados considera que la situación está mejor que el año pasado.
* Con respecto a las expectativas económicas para el año próximo, las perspectivas de mejoría económica continúan superando a las perspectivas de empeoramiento por octavo mes consecutivo y por amplio margen. Un 57% de la población cree que la economía estará mejor dentro de un año y un 36% evalúa que la economía estará peor.
* Al ser consultados por su situación económica particular, el optimismo triunfó por primera vez desde agosto, con un 53% manifestando que se encuentra mejor que el año pasado, mejorando 17 puntos desde el piso de 36% de octubre.
* En su decimotercera medición, el gobierno de Javier Milei obtiene balance neto positivo por primera vez desde diciembre 2023, con una aprobación del 54%.
* La inseguridad permanece en la primera posición como el tema que más preocupa a los argentinos, con el 63%. Le sigue la incertidumbre en la situación económica en segundo lugar, con el 52%. La inflación nuevamente pierde su lugar en el top 3 de preocupaciones entre los encuestados, cayendo a la séptima posición con el 38%.
En 12 meses el Gobierno se ha movido con velocidad y precisión. Ensayó políticas que otros actores consideraban imposibles de ser implementadas, y pese al feroz ajuste obtuvo en las encuestas de diciembre un respaldo insólito. Prima todavía en la gente la necesidad de hacer un cambio, de una vez y para siempre.
No es que a Milei le falte muñeca política. Ya ha demostrado todo lo contrario. Bien remarcó hace un puñado de días que “con tres personas, seis perros y dos escarbadientes le ganamos al sistema". Y cerró un año a todo vapor. Queda, sin embargo, la sensación que con esto no alcanza.
No alcanza con un modelo de mercado donde brillan las finanzas y avanzan las importaciones, pero padecen la producción y el empleo. Eso ya lo vivimos. Ahí es donde tiene que entrar a jugar la política en grande, para pensar otro país. ¿Será en 2025?