El amor en los tiempos anteriores al Sildenafilo

Fernando el Católico, rey de Aragón, era un hombre de ocho mandamientos. Por si están olvidados de las clases de religión, el sexto manda no cometer actos impuros y el noveno no consentir pensamientos ni deseos impuros. Y Fernando no respetaba ninguno de los dos...
Gracias a su casamiento con Isabel I, los Reyes Católicos lograron unir España, sacar a los moros de Granada, expulsar a los judíos del reino y enviar a Colón a navegar por las procelosas aguas del océano para demostrar que el mundo era redondo. Que llegara a un nuevo continente en lugar de Japón, digamos, un detalle técnico.
Muchas cosas han hecho  los reyes, pero aun así Fernando se aburría y frecuentaba señoritas menos recatadas que doña Isabel. Entre ellas se destacaba Aldonza Roig de Iborra, condesa de Évol, madre del único hijo varón de don Fernando, llamado Alonso, quien llegó a ser arzobispo de Zaragoza. A pesar de su condición eclesiástica, Alonso tuvo varios hijos bastardos que continuaron su descendencia entre la nobleza española. Doña Aldonza, por cierto, tenía la costumbre de vestirse de hombre –para que vean que nada es tan novedoso como parece–.
Pero volvamos a don Fernando, que al año de la muerte de su querida Isabel volvió a casarse. Por un lado, necesitaba un descendiente varón porque la única hija legítima de los Reyes Católicos, Juana, parecía cada día honrar más al apodo con el que pasó a la historia: “la Loca”. Por otro lado, no estaba dispuesto a soportar una esposa tan recatada como su difunta Isabel, así que buscó entre las nobles europeas y encontró una que le venía como anillo al dedo: Germana de Foix, una francesa muy bonita que acababa de cumplir 18 años. Para un cincuentón como lo era Fernando, ¡qué mejor!
El retorno de Juana y su marido, Felipe el Hermoso, le hizo entender a Fernando que lo de la descendencia urgía porque este flamenco parecía decidido a quedarse con los reinos de España y con las colonias en América. Con esa tarea patriótica en mente, Fernando puso manos a la obra (es un decir) y comenzó a esmerarse en sus tareas reproductivas con la activa colaboración de Germana. Pero el niño tardaba en llegar, mientras que Felipe y Juana se reproducían como conejos.
Pero un buen día Felipe se bebió una jarra de agua helada después de un reñido partido de pelota y, sin más, se quedó tieso, dejando a Juana embarazada y viuda. Que el agua fría lo haya matado no suena muy convincente, pero así ha pasado a la historia.
Lo importante era que Fernando y Germana produjeran el ansiado varoncito. Pero la suerte les era esquiva. No solo la suerte: también las fuerzas viriles del rey estaban menguando. Al final, el heredero llegó… pero Juan (así se lo llamó al vástago) duró apenas unas horas.
Había que volver a las tareas con urgencia, pero Fernando no estaba para esos trotes. Fue entonces que consultó a los médicos de la corte, y estos utilizaron en el rey todos los brebajes afrodisíacos conocidos en la época: jengibre, canela, albahaca, raíz de zarzaparrilla, Theobroma cacao (recién llegado de América), hinojo y menta. Aún no se cultivaban en España la sandía –que algunos llaman “el viagra natural”– ni el Panax ginseng, ni la maca. 
El hecho es que cada médico le daba una poción distinta, sin los resultados deseados, hasta que le recetaron cantárida o “mosca española”.
Esta Lytta vesicatoria tenía fama de ser un afrodisiaco poderoso, pero también podía hacer desaparecer el deseo completamente, porque la diferencia entre la dosis terapéutica y la mortal era una línea muy delgada… y don Fernando la cruzó cumpliendo su deber marital.
Los dedos acusadores se dirigieron a Germana, señalada como la culpable de los desenfrenos del rey Fernando, quien –de haber vivido en estos tiempos– podría haber recurrido al sildenafilo o Viagra.
Antes de esta droga, descubierta por casualidad, se usaban otras sustancias como la nitroglicerina para dilatar los cuerpos cavernosos del miembro viril. Mientras se estudiaba el sildenafilo para el tratamiento de la angina de pecho y la hipertensión pulmonar, se descubrió que los pacientes experimentaban erecciones.
Esta droga aumenta el flujo sanguíneo en los vasos del pene al inhibir una enzima llamada fosfodiesterasa tipo 5.
El sildenafilo no es tan inocente (quizás no sea esta la mejor expresión) como parece,  ya que está contraindicado en cardiopatías graves, personas que usan nitratos, en casos de hipotensión severa o en quienes han sufrido un accidente cerebrovascular o un infarto.
Entre sus efectos colaterales se cuentan el dolor de cabeza, la congestión nasal y dificultades en la visión y la audición…  pero, lamentablemente para Fernando, el sildenafilo aún no existía.
Esta historia de desencuentros terminó con un encuentro impensado: el de Carlos I de España y su abuelastra, doña Germana de Foix.
Con la muerte de Fernando y la insania de Juana, Carlos debió volver a hacerse cargo del trono español. Doña Germana fue a recibir a su nieto político: ella tenía 29 años y Carlos 17. El joven quedó fascinado con la esposa de abuelo, con quien además se entendía perfecto en francés, cosa que facilitó el acercamiento ya que Carlos nunca pudo dominar el español.
En una carta, Fernando había dejado a su nieto la recomendación de no abandonar a la viuda, “pues no le queda, después de Dios, otro remedio sino vos…”. Y Carlos se tomó el consejo a pecho ya que pronto nació una apasionada relación que logró lo que su abuelo no había podido con su abuelastra. 
De esta relación nació una niña llamada Isabel, que obviamente nunca fue reconocida y que convivió el convento de Nuestra Señora de Gracia Real de Madrigal, en Ávila, junto a otras dos hijas naturales de Fernando el Católico... que no lo era tanto.