EL RINCON DEL HISTORIADOR

El ‘San Telmo’, el primer navío que llegó a la Antártida

En abril del año pasado tuve oportunidad de escuchar en Madrid una conferencia el capitán de navío de la Real Armada de España, don Enrique de Liniers, descendiente de don Santiago, el heroico reconquistador de Buenos Aires y virrey, que ofrendó su vida leal a su bandera en agosto de 1810.

Don Enrique en ese momento revistaba en el Instituto de Historia y Cultura Naval y por esa razón su conferencia iba a tratar sobre algunos naufragios de en distintos momentos de la historia de la Marina Real, sobre uno de ellos seguramente no demasiado conocido en general, van estos apuntes.

El 11 de mayo de 1819 los navíos San Telmo y Alejandro I de 74 cañones y las fragatas Prueba de 55 cañones y la Primorosa Mariana de 48 cañones, partieron del puerto de Cádiz, rumbo al del Callao en la costa del Pacífico, para apoyar al Virreinato del Perú que venía sufriendo el avance de las tropas revolucionarias en su territorio.

Venía al frente de la flota denominada pomposamente la División de los Mares del Sud, el brigadier don Rosendo Porlier y Sáenz de Astigueta, de origen limeño que se había batido en Trafalgar. Y del San Telmo el marino gaditano Joaquín de Toledo y Parra. Al mando del Alejandro I estaban Antonio Tiscar y Pedrosa y de las fragatas Melitón Pérez del Camino y Manuel del Castillo.

La tradición afirma que era tal el pesimismo del comandante Porlier que al despedirse de su amigo el capitán de fragata Francisco Espelius le dijo “Adiós Francisquito, probablemente hasta la eternidad”. Y también a otro: “Voy a una empresa de la que seguro no volveré”.

TRANCES AMARGOS

Nuestro colega Juan Antonio Varese afirma sobre el San Telmo:

“Había sobrevivido a trances amargos tañidos de mala fortuna al punto de merecer en la jerga marinera el apodo de navío negro. Tampoco se encontraba en buenas condiciones para enfrentar la difícil navegación por el Atlántico Sur y menos que menos el cruce frente al Cabo de Hornos”.

La nave de 78 cañones había sido construida en los Reales Astilleros de Esteiro en El Ferrol en 1788 y botada el 20 de junio, fue su diseñador el afamado ingeniero naval José Romero y Fernández de Landa que, según Iván Fernández Amil, era uno de los mejores de su tiempo “con un gran equilibrio entre velocidad y maniobrabilidad, que lo convirtió en uno de los mejores diseños navales de la historia y una de las máquinas de guerra más poderosas de su tiempo”.

El navío transportaba 644 tripulantes y hemos visto en el Archivo de Indias que el 19 de febrero de 1819 el comerciante Juan Salvador Dijulas inició el expediente para cargar clavazón de Vizcaya en clase de lastre.

El estado de las naves no era el mejor, agotados los recursos durante la guerra contra Napoleón su mantenimiento era básico, como que el Alejandro I tuvo que retornar apenas pasada la línea del Ecuador.

Éste era un barco de origen ruso de segunda mano, comprado en 1813 en una operación tan poco transparente que se cuenta que el zar, en la ceremonia de su entrega, y viendo el mal estado en que se encontraba, regaló otros dos barcos menores, por temor a que se lo devolvieran.

Los tres barcos navegaron haciendo escalas en Río de Janeiro y Montevideo. Siguió nuestra nave hacia el Pacífico, más durante la travesía fueron azotados por una tormenta permanente que le impidió doblar el Cabo de Hornos, lo que le provocó serias averías en el timón, verga mayor, y tajamar; sin gobierno y arrastrado hacia el sur por vientos y corrientes.

Ese mal tiempo separó a las naves, sólo dos de ellas consiguen llegar a su destino en El Callao, el 2 de octubre la Prueba y el 9 la Primorosa Mariana en cuyo Diario asentó que el 2 de setiembre, en la latitud 62º sur y longitud 70º oeste, habían perdido de vista al San Telmo con las averías que consignamos.

Todo hace pensar que llegaron a la isla Livingston donde sobrevivieron un tiempo, pero el clima riguroso y la falta de vituallas fueron el motivo de su muerte.

El 6 de mayo de 1822 se firmó la Real Orden, que reconoció pasado tanto tiempo de la desaparición, la muerte de los tripulantes y de esa forma las viudas y huérfanos pudieron cobrar las pensiones que les correspondían.

TRAMPA INGLESA

En octubre de 1819 el marino británico William Smith desembarcó en el continente antártico y pasó a la historia como su descubridor. Pero poco después inició una nueva expedición y llegó a la Isla de Livingston donde encontró los restos de un navío español y de animales muertos por el hombre (focas), y fue obligado a guardar silencio sobre el tema.

Afortunadamente lo acompañaba Roberto Fildes quien dejó un testimonio de esa circunstancia y el explorador inglés James Weddell (el del mar) en su libro Un viaje hacia el Polo Sur, realizado en los años 1822-24 que fuera editado entre nosotros por Eudeba en el 2010 apuntó que encontró vestigios de un navío de 74 cañones, que probablemente fuera el San Telmo; “un buque de guerra español, perdido desde 1819, cuando hacía tránsito hacia Lima”.

En el 2019 en ocasión del bicentenario del naufragio hubo un intento de investigación para confirmar esta verdad, que ha sido de algún modo acallada; a iniciativa de la Fundación Polar Española, misiones arqueológicas chilenas y españolas, así como el buque oceanográfico español Hespérides, han realizado trabajos, sin resultados que permitan confirmar fehacientemente lo que se conoce por otros testimonios.

HOMENAJE

Una placa conmemorativa en la Playa Media Luna, en el Cabo Shierredd de la isla Levingston en las Shetland colocada por el Instituto Antártico Chileno recuerda de esta modo a esos marinos y soldados españoles:

“En memoria de los tripulantes del navío español San Telmo, que naufragaron en septiembre de 1819. Los primeros que llegaron a estas costas”.

Cerca del Día de la Antártida, bueno es recordar a este mérito por obra del azar de la Armada de España, a quien bien la definiera Carlos Alberto Pueyrredon como “La Patria de mi Patria”.