El Mundial del hijo

Acaba de finalizar la tanda de penales contra Países Bajos que define el pase a semifinales de la vigésimo segunda edición de la Copa del Mundo. Después del desahogo, Lionel Scaloni se acerca al límite de la tribuna y habla con un empleado de seguridad del estadio. Segundos después, el hombre alza a un niño y lo pasa para el lado del campo de juego. La imagen recorre el mundo. Un padre se funde en un emotivo abrazo con su hijo. Ambos lloran apoyados en el hombro del otro.  El León de Pujato se cuida de que su hijo no se dé cuenta de que él también lagrimea. Y del otro lado de la cámara, todos lagrimeamos. Porque a pesar de estar sentado en el banco de suplentes, de que las cámaras lo enfoquen y luzca su impecable uniforme celeste, en ése preciso instante Scaloni no es un director técnico sino, ante todo, un padre conteniendo a un hijo. Un padre sosteniendo a su hijo con el amor más poderoso de todos los que existen sobre la faz de la Tierra.

Minutos antes, la cámara se detenía en Thiago, Mateo y Ciro: los hijos del otro Lionel. Para ellos no es ningún Messías, ni tampoco la Pulga. Es papá. Y cada vez que cae al piso o falla un penal sufren por él de una manera que ni el más argentino de los hinchas podría alguna vez siquiera llegar a imaginar. 

“La condición del hijo coincide con la del ser humano: en la vida cabe la posibilidad de que no lleguemos a ser padres o madres, esposos o esposas, incluso podemos carecer de hermanos o hermanas, pero ningún ser que viva en el lenguaje, ningún ser humano puede no ser hijo. Esto significa que no hay vida humana que sea la base de sí misma. La vida siempre viene a la vida a partir de otra vida, y por ello está siempre, en este sentido restringido, en deuda con el Otro. Para vivir, la vida humana necesita de la presencia del Otro, de su respuesta, de su “socorro”, según sostenía Freud. Precisa que no la dejen sola en el abandono más absoluto”, señala Massimo Recalcati en El secreto del hijo. “¿No es acaso el hijo un misterio que resiste todos los esfuerzos de interpretación? ¿No es un hijo precisamente un punto de diferencia, de resistencia, de insurgencia irrefrenable de la vida? ¿No es su vida un secreto indescifrable que debe ser respetado como tal?, se pregunta el psicoanalista e investigador italiano. 

Los años le han ganado la batalla a mi fanatismo por la pelota. El fútbol es un juego apasionante pero su folklore no es otra cosa que una dialéctica estéril. Sin embargo, recuerdo la intensidad con la que vivía mi afición a los quince o veinte años. Recuerdo también que mi padre –a quien el asunto no le importaba en lo más mínimo—, simulaba mirar los partidos con interés como un modo de seguirnos la corriente a mis tres hermanos y a mí, mientras mi madre se preguntaba a quién diablos habíamos salido tan futboleros. 

Ahora es tiempo de vivir mi primer Mundial como padre. Mis dos pequeños reconocen a Messi en publicidades y figuritas y reproducen el cómico “Ar-gen-tina” enfundados en sus camisetas, víctimas de esta extraña fiebre. 

Entonces caigo en la cuenta de que en el fondo de verdad deseo que Argentina salga campeón mundial. Lo deseo con locura pero tan sólo para ver la reacción en el rostro de ellos y que para mí éste sea recordado como el Mundial del hijo.