EL RINCON DEL HISTORIADOR

El Liceo Naval y la Revolución Libertadora

Por Julio Grosso

El 16 de septiembre de 1955 no fue un día normal en el Liceo Naval de Río Santiago.

Acostumbrados a despertarnos con el toque de diana, ese día no se escuchó. Algo raro ocurría. Veíamos personal con armas y al Oficial de Guardia con pistola en bandolera.

Ya en las aulas, nos dieron la noticia que había estallado una revolución para deponer al gobierno de Juan Domingo Perón. Empezamos a escuchar disparos de fusil que provenían del otro lado del río, desde el Astillero Río Santiago, al que respondía personal del Liceo de igual manera, desde el parapeto que rodeaba la Plaza de Armas. Estábamos presenciando un enfrentamiento real entre el Regimiento 7 del Ejército y la Base Naval.

La situación cobró más dramatismo cuando vimos aviones Avro Lincoln de la Fuerza Aérea sobrevolar a relativa baja altura. El temor a un bombardeo hizo que nos dieran la orden de ir a buscar colchones a los dormitorios, concentrar las cajonadas en el medio de las aulas, poner los colchones sobre ellas y ubicarnos debajo para amortiguar eventuales derrumbes. Esto no ocurrió y es fácil imaginar las bromas entre compañeros, propias del nerviosismo a que daba lugar la situación. Para un chico de 13 años era una situación insólita, riesgosa, pero divertida a la vez; no sentíamos temor, sino una emoción inconsciente, vivíamos una verdadera aventura.

El Almirante Isaac Francisco Rojas, director de la Escuela Naval, decide evacuar Rio Santiago y al Liceo embarcarlo en los rastreadores Granville y Spiro. Con el transcurrir de las horas llegó la noche y nos ordenan a los 272 cadetes salir sigilosamente agazapados y por mitades embarcarnos en dichos buques. Fue un momento de angustia, pero cumplimos meticulosamente la orden. A mí me tocó el Granville y al subir a bordo comprobé que no estábamos solos: oficiales del Ejército, civiles y más personal de la base eran de la partida. Estábamos hacinados.

MOMENTO CRITICO

El momento crítico fue al zarpar y dirigirnos al canal de salida: teníamos que pasar muy cerca de la costa donde estaban las baterías del Regimiento 7. Sufrimos un poco, pero también disfrutamos haber salido indemnes de ese momento crucial.

Ya superado el peligro y dejando el canal de acceso al puerto de La Plata, los buques tomaron rumbo sur con destino a Puerto Belgrano. El buque empezó a moverse muchísimo y algunos pasajeros rindieron culto a Neptuno. Yo estaba en un pequeño camarote lleno de gente y recuerdo que el lavatorio lleno de vómito, le daba a éste el ritmo del rolido y agravaba la sensación de mareo. Por suerte llegó un momento de calma y me quedé dormido.

Al día siguiente subí a la cubierta y mientras me reconfortaba con la brisa marina, me di cuenta que estábamos en ayunas: ¡en nuestro buque habían embarcado toda la munición y en el Spiro todos los víveres!

Esos buques tenían unas canastas en la superestructura donde se guardaban las verduras frescas para mantenerlas a la intemperie; algunos tuvimos la suerte de encontrar cebollas, ajos, zanahorias y darnos un festín. Aprendimos también que en los botes salvavidas había galleta marinera para supervivencia, vieja por cierto, pero que la comimos de buen grado.

EN MONTEVIDEO

El Alte. Rojas, embarcado en el Patrullero Murature decidió que todo el Liceo fuera internado en Montevideo abordo del BDI 11, buque que había sufrido el ataque de los Gloster Meteor la mañana anterior. Estaba en muy malas condiciones y no sería una gran pérdida si se tenía que quedar internado en el Uruguay según el derecho internacional.

Al embarcar en el BDI 11 comprobamos las averías ocasionadas y vimos salvavidas ensangrentados flotando en un compartimento semiinundado, señal impactante de los muertos y heridos que sufriera la dotación.

¡La llegada a Montevideo fue triunfal! Nos esperaba una multitud en el puerto que nos aclamaba y nos hacía sentir como héroes o algo parecido; el mismo presidente del Uruguay, Luis Battle Berres estaba entre los congregados.

Desembarcamos y nos condujeron a la Aduana. Íbamos en fila a lo largo de un pasillo y de pronto vimos que estaban sirviendo caldo y sándwiches; ¡no lo podíamos creer! Sabían que estábamos hambrientos; en particular los del Granville.

Nos dividieron por mitades a la Escuela Naval y a la Escuela Militar, donde habían dado de franco a los cadetes para alojarnos en su lugar. A mí me tocó la Escuela Naval y cuando llagamos, el cantinero abrió la cantina y nos dijo que podíamos tomar lo que quisiéramos! Las muestras de afecto, deseos de contención y de hacernos la vida más fácil en esas circunstancias, fue una actitud permanente del pueblo uruguayo.

HEROES

Al día siguiente los diarios locales publicaron la lista de todos los cadetes y muchos uruguayos por el apellido, pedían ver y agasajar a sus homónimos. Se acercaban al edificio de la Escuela Naval grupos nutridos de gente que pedían vernos y conversar con nosotros. Los diarios publicaron fotos de los cadetes saludando desde los balcones. ¡Éramos y nos sentíamos muy populares!

Llegamos con uniformes de fajina en mal estado y nos ofrecían remendar o coser los botones que nos faltaban o que se habían entregado como souvenires. Muchos birretes habían corrido la misma suerte y oficialmente nos entregaron a todos gorros marineros con cintas argentinas y uruguayas entrelazadas. Todo un símbolo que nos llegó al alma.

Luego de unos días fuimos trasladados a Piriápolis donde nos alojaron a la mayoría en una Colonia de Vacaciones del Ministerio de Instrucción Pública y a los más antiguos en el Hotel Argentino. Los agasajos y muestras de afecto continuaron durante todo el período.

El 27 de septiembre el Crucero 9 de Julio amarró en Montevideo para repatriar a los exiliados políticos y al Liceo.

Antes de embarcar, todo el Cuerpo de Cadetes marchó a la Plaza Independencia a colocar una ofrenda floral en el monumento a Artigas, en homenaje al prócer y en agradecimiento del trato recibido.

Llegó el momento de volver y el 28 de septiembre el Liceo embarcó en su mayoría en el Crucero y algunos embarcamos en el Destructor Artigas de la Armada Uruguaya.

La multitudinaria concurrencia en la despedida competía con la abigarrada multitud que nos esperaba en Buenos Aires. El puerto estaba repleto de gente, los muelles desbordados y muchos apiñados y subidos a las grúas para ver mejor el espectáculo histórico que se vivía. Todo era emoción y entusiasmo.

Por obra de la casualidad, cuando el destructor se acercó al muelle pude ver justo frente de mí en primera fila a mis padres, mi hermana, un tío y dos primos que me estaban recibiendo. Mi familia, como yo, estábamos cargados de emoción y felicidad, como así también de gratitud eterna al pueblo uruguayo.