El "Grupo de Lima" no confía en el Papa Francisco

El grupo de creó en 2017 con el objetivo de tratar de contribuir a la búsqueda de una solución pacífica a la profunda crisis en la que, desde entonces, está sumergida Venezuela.

El llamado "Grupo de Lima" se creó en el año 2017, luego de que sus integrantes suscribieran la "Declaración de Lima", con el objetivo de tratar de contribuir a la búsqueda de una solución pacífica a la profunda crisis en la que, desde entonces, está sumergida Venezuela. 

Esa crisis, que se arrastra desde hace ya más de una década, ha entrado ahora en un momento de definiciones, cuando en Venezuela dos personas distintas reclaman simultáneamente la presidencia de ese país. Me refiero -por una parte- al autoritario Nicolás Maduro, cuya pretendida reelección en los comicios amañados realizados en mayo del año pasado que fueran boicoteados por la oposición y a los que no concurrió a votar siquiera la mitad de los venezolanos autorizados a hacerlo, y -por la otra- a Juan Guaidó, que se ha proclamado presidente "interino" de Venezuela, en su carácter de presidente de la Asamblea Nacional. 

Venezuela está -es obvio- profundamente dividida en materia política y hay quienes advierten que la situación actual podría eventualmente derivar en enfrentamientos armados, esto es en una desgraciada guerra civil.

El "Grupo de Lima" procura precisamente evitar el riesgo antes mencionado y trabaja activamente en la búsqueda de soluciones pacíficas negociadas. Pese a lo cual, ha reconocido como presidente legítimo de Venezuela a Juan Guaidó, teniendo en cambio a Nicolás Maduro como lo que efectivamente es, o sea como un mero usurpador y como apenas un farsante.

El Papa Francisco, cuya simpatía por los regímenes de izquierda parecería empujarlo a no denunciar los autoritarismos que proponen soluciones de corte socialista, se ofreció como "mediador". Pero, en una declaración contundente dirigida al propio Vaticano, el "Grupo de Lima" calificó a la pretendida mediación referida de "simple ardid diplomático que beneficia únicamente" a Nicolás Maduro. Como una burla, entonces. Por eso el rechazo inicial a la actuación diplomática del Jefe de Estado del Vaticano, que supone una expresión de desconfianza. El "Grupo de Lima" rechazó también una extraña "convocatoria al diálogo" auspiciada por los gobiernos de México y Uruguay, en los cuales el Partido Comunista tiene hoy una influencia dominante.

Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú, integrantes del "Grupo de Lima", tienen claro que las propuestas de diálogo emanadas de Nicolás Maduro conducen a caminos infructuosos y sólo sirven para fortalecer, perpetuado en el poder y en el tiempo, a Nicolás Maduro. En otras palabras sostienen, con razón, que las propuestas de diálogo de Nicolás Maduro conforman sólo burdas maniobras farisaicas y dilatorias. Por esto han frenado, en seco, los intentos de México y Uruguay. Pero también el pedido de Nicolás Maduro al Papa Francisco en busca de su "mediación" en la crisis venezolana. Esto a pesar de que el pontífice romano manifestó estar dispuesto a mediar, "si se lo pidieran ambas partes", lo que ha ocurrido. Para Juan Guaidó, el objetivo es claro y distinto, es lograr que Nicolás Maduro ponga fin a su usurpación del poder en Venezuela. Para Guaidó es inútil prestarse a "falsos diálogos". Y tiene razón. Como acaba de señalar el primado de Venezuela, el Cardenal Baltazar Porras, no existe la necesaria "sintonía" que permita conversar en buena fe.

La historia reciente respalda a Guaidó. En una oportunidad en que la oposición aceptó dialogar con el gobierno chavista, en enero de 2017, alternativa que fuera entonces tibiamente endosada por el Vaticano, el gobierno de Maduro -como era de suponer- incumplió los compromisos previos a los que estaba específicamente sujeta la alternativa del diálogo. Ellos eran tres: la liberación de los presos políticos; la aceptación de ayuda humanitaria; y la presentación de un calendario electoral aceptable que debía incluir la elección libre del presidente venezolano. 

El incumplimiento de Maduro fue, a la vez, un cachetazo y un empujón al Papa Francisco, que finalmente decidió no enviar al delegado internacional para ese diálogo, Claudio María Celli. A lo que se sumó el rechazo del pedido de convocatoria a un referendo revocatorio, desmontado ilegalmente por Nicolás Maduro. 

La cuota de simpatía aparente del Papa Francisco hacia Nicolás Maduro influyó presumiblemente en su reciente pedido de mediación vaticana. Pero las cosas han cambiado. Hoy está Juan Guaidó, que parece haber convocado a la oposición toda, sin descartar de plano la vía del diálogo.

Solicitar la mediación del Papa Francisco probablemente no configura una alternativa con posibilidades de éxito en procura de resolver la crisis. Por lo demás, para muchos, el Papa Francisco no luce ni neutro, ni independiente, respecto de Nicolás Maduro. Es posible que esa poco clara imagen proyectada por el Papa no sea la correcta. Sin cintura política, el Papa Francisco con sus declaraciones no parece haberse definido ni como independiente, ni como neutro. Su lenguaje no ha sido lo suficientemente claro en ese punto. Por las razones que fueren. Pero, el que no se arriesga, no cruza el mar.

Mientras tanto, las consecuencias humanitarias del inmenso desastre económico-social provocado por el socialismo en Venezuela siguen afligiendo a la región toda y, seguramente, también al Papa Francisco, pese a que él mismo puede haber dejado de ser una alternativa ideal para conformar una "hoja de ruta" que permita resolver la crisis venezolana con una transición pacífica y democrática.
Pareciera que, también por desconfianza, la oposición venezolana va a cerrar una segunda posible "puerta de diálogo", aquella que pretendieron abrir, de la mano, Andrés Manuel López Obrador y Tabaré Vázquez. En este caso, ambos líderes latinoamericanos no advirtieron hasta qué punto sus respectivas imágenes han sido desteñidas por los Partidos Comunista de sus propios países. Y precisamente esa falta de "neutralidad" de los dos líderes aludidos es la que impidió que la oposición venezolana estuviera dispuesta a confiar en ellos. Ocurre que México y Uruguay están en el mismo "lote" de países que apoyan a Nicolás Maduro, que incluye además a Cuba, Turquía, Irán, China, Rusia y a la Italia de nuestros días, seducida por el populismo y el autoritarismo. Dime con quien andas., dice el viejo refrán. El reciente "giro" uruguayo hacia pedir elecciones libres para resolver el actual impasse es una bocanada de aire fresco. Tardío, es obvio. Pero hoy está sobre la mesa.

Queda claro entonces que, cuando algún mediador resulta incapaz de proyectar la imagen de imparcialidad que su tarea requiere, cualquier convocatoria respecto de él corre el riesgo de terminar siendo imposible de implementar.

Es una pena que tanto México, como Uruguay, cuyos dos gobiernos están hoy, en mayor o menor medida, abrazados al comunismo local, no hayan -por esa razón- podido ser considerados como alternativas viables de mediación. Pero la realidad es demasiado clara como para pensar que, a través de ellos, se hubiera podido edificar un mecanismo de diálogo capaz de conducir a una solución negociada y equilibrada, que todos puedan finalmente aceptar.

Mientras Venezuela continúa sumergida en la crisis institucional que la afecta, Nicolás Maduro y las fuerzas armadas venezolanas acaban de adoptar una conducta absolutamente incalificable. Me refiero a la decisión de impedir físicamente el ingreso de ayuda humanitaria a través de los puentes fronterizos que separan a Colombia de Venezuela. Esa perversa actitud delata la inmoralidad de Nicolás Maduro y de los jefes de las Fuerzas Armadas de Venezuela que le responden. Sucede que entre la decisión de impedir por la fuerza el ingreso de ayuda humanitaria y la de balear a mansalva al pueblo venezolano no hay demasiada distancia. En ambos supuestos, el desprecio a la vida es más que evidente. Las Fuerzas Armadas de Venezuela han escrito con esto una página vergonzosa más en su lamentable actitud de repudiar la democracia. Para la historia ella quedará indeleble.

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.