El rincón de los sensatos

El Estado y yo

Esperé hasta escuchar su primer debate para tener un testimonio más de cómo estos postulantes a la Presidencia de la Nación destruían con prolija y unánime mediocridad al régimen que ellos mismos no se cansan de llamar “democracia”. Régimen que no tiene nada para ofrecer a lo que debería ser un modo armonioso de convivir entre compatriotas de distintas maneras de pensar. Sobre eso, ni una palabra.

Ni los de “la casta” ni sus oponentes proponen sino más de lo mismo: un desencuentro de mucho más de los cuarenta años que reivindican, pero al que esos últimos cuarenta no han hecho objetivamente más que ahondar y confundir.

Echemos una breve mirada, como ejemplo, al problema de la educación. En un país donde casi no quedan maestras que, como antaño, enseñaban sin necesidad de discursos pedagógicos a distinguir lo que sabíamos de lo que no sabíamos y donde, en cambio, está lleno de docentes universitarios sin conciencia de que ignoran lo que pretenden enseñar, los políticos han inventado nuevas universidades y prometen otras.

En unos casos para fomentar el ingreso irrestricto que florece luego en deserción masiva, en otros para hacer negocios enfocados en la atracción de estudiantes extranjeros, en los demás para satisfacer el interés de grupos ideológicos o la mera demagogia de dirigentes locales.

Lo cierto es que muy pocos se preocupan por su verdadero deber de enseñar al prójimo los reales caminos culturales que le permitan adquirir la libertad de espíritu inalcanzable por el mero -y malo- entrenamiento profesional.

Así siguiendo, el papel que han hecho los candidatos está bien por debajo del promedio de la capacidad intelectual de la población. Y difícilmente ninguna luz esencial pueda surgir de esas manos que ni siquiera insinuaron una sola solución de fondo.

Plantearon sí, una vez más y sin ahondar, el problema de “Estado sí, Estado no”. Lo que es absurdo, o ridículo si no ocultara tantos bajos intereses, cuando desde la más remota tradición -como no se cansó de citar el Padre Leonardo Castellani- está claro que, para que una sociedad se conserve sana, el Estado debe ocuparse sólo de tres cosas. Nada menos que de administrar Justicia, hacer la guerra, y emprender caminos.

Aquí interesa que, una vez iniciados esos caminos y a partir de cuando tuviesen viabilidad en manos privadas, el Estado tiene que sacarse de encima tales cargas que habitualmente administra mal y dar así oportunidades al progreso individual. En síntesis, no debe seguir fundando malos colegios y falsas universidades donde no se pueden sostener, sino llevar escuelas de calidad a sitios remotos. La solución no es seguir alimentando al Estado elefantiásico y acomodaticio de hoy, pero tampoco dinamitarlo. En el orden educativo y en todos los demás órdenes.

MENOS INVASOR

Un Estado menos invasor coincidió con el modo de ser de nuestras familias y nos educó con calidad desde la niñez. Con sólo eso generó un agradecimiento y un sentido de la obligación frente a los compatriotas capaz de orientar nuestras vidas. No le ha pasado lo mismo a la juventud de hoy, impulsada en gran porcentaje desde la mediocridad gubernamental y el abuso mediático hacia el egocentrismo y la prescindencia del deber colectivo.

Cuidado entonces con los caminos culturales de un Estado vicioso. No pueden conducir sino al vicio.