Con perdón de la palabra

El Club Evaristo (parte XXI): el caso del rosario negro

Concluidas las vacaciones, los miembros del Club Evaristo reiniciaron sus encuentros. La novedad más importante ocurrida durante el receso consistió en un descubrimiento inesperado: Firpo, el gato barcino, resultó no ser gato sino gata. Condición que quedó de manifestó cuando dio a luz cuatro robustos gatitos, variopintos.
La situación creada constituyó un dilema para Avelino, pues no le pareció correcto que una gata tuviera nombre de gato. De manera que se detuvo a pensar cómo pasaría a llamarse la parturienta. Así, con intención de conservar la connotación pugilística de su nombre anterior, le puso Gatica.
Y, cuando alguien le observó que El Mono había sido varón, respondió diciendo que su apellido también quería decir gata pequeña. Ambigüedad que se adecuaba a la condición del gato devenido en gata.
Fuera de este suceso, no ocurrieron hechos dignos de mención en el restaurant Asturias. Respecto a los miembros del club, repitieron sus vacaciones acostumbradas, dispersándose por playas, sierras y llanuras de la geografía patria. Cueto, como de costumbre, había adelantado su licencia, veraneando en Quequén con sus amigos de La Virazón.

PRIMERA REUNION
En cuanto al tema a tratar en la primera reunión del año, se convino al término de la anterior que, ya que se había hablado del tesoro de Sobremonte, se volviera a hablar de tesoros, continuando el tema. Y lo desarrollaría Zapiola, autor de la iniciativa, quien contaría una historia que tenía por protagonista a cierta lejana antecesora suya, por vía colateral.
–Se trata de un caso muy poco conocido, del cual me enteré por mentas familiares –dijo como arranque–. Y no es que consista en un gran suceso ni que responda totalmente a las características de un asunto policial. Tampoco habrá mucho que discutir a su respecto pero, a mi modo de ver, posee el encanto suficiente para hacernos pasar un buen rato con la narración de un hecho capaz de hacer volar nuestra imaginación, trasladándola al pasado argentino.
”El personaje central de este relato es Petrona Álzaga, Pita Álzaga, bisnieta de don Martín, el valeroso alcalde que contuviera a los ingleses cuando las Invasiones; nieta del general Félix Álzaga, osado y poseedor de una arrogante fisonomía, según Sarmiento; hi- ja de otro Félix Álzaga y de Celina Piñeyro, gente de fortuna arrai-gada en el campo”.
“Pita, Pitita, se casó en diciembre de 1876 con Ignacio Pirovano, el famoso cirujano de la Generación del Ochenta. Cuenta Mujica Láinez que Pirovano la conoció en la quinta de Lezama, mientras el médico pintaba al acuarela un rincón pintoresco del amplio solar”.
”Pues bien, parece que cierto verano remoto Pitita, de muy pocos años, se hallaba con los suyos en un campo de la familia, cerca de la desembocadura del Salado. Y que, en un momento dado, quizá a la hora de la siesta, escapó a la vigilancia de los mayores y se internó en el monte de talas que rodeaba la casa principal”.
”Habrá andado la chica entre los árboles, siguiendo una mariposa o alguna lagartija entre las matas de paja brava que poblaban los claros o en los lipiones donde la sombra impedía que creciera el pasto”.
”Así se fue alejando, internándose entre los talas, cuyo escueto follaje tamizaría la luz del sol estival. Ignoro cuánto se habrá aden trado en el monte ni el tamaño de éste, aunque pienso que sería extenso”.
”Y, de pronto, mientras caminaba en pos de la mariposa o la lagartija, en un sector libre de yuyos, al pie de un tala enorme, encontró un rosario negro, cortado. Lo recogió y, feliz con su hallazgo, emprendió el regreso a la casa”.

EN EBULLICION
”Cuando llegó a ella, exhibió el rosario a la gente mayor. Que entró en ebullición de inmediato, olvidando reprenderla por su escapada sin permiso. Y el motivo de aquella ebullición y de aquel olvido consistía en que, según se sabía por tradición transmitida de una generación a otra, en el monte de talas, al pie de uno de ellos, había un tesoro enterrado, del tiempo de los españoles. Y que su presencia estaba señalada por un rosario negro, anudado a una rama del árbol”.
”Llovieron las preguntas sobre la niña Pita. Que cuál era el tala a cuyo pie encontró el rosario. Que en qué parte del monte se hallaba. Que si podría volver allí. Acosada y algo confundida desandó la chica el camino andado, seguida por los mayores y por algunos peones provistos de palas”.
”Decir que desandó el camino andado es sólo un modo de decir. Porque Pitita no sabía con seguridad cuál había sido ese camino”.
“Caminó en una dirección y luego en otra, varias veces creyó reconocer el tala que buscaban pero, recapacitando, advertía que no era ese el que querían hallar”.
”Mientras tanto, sus acompañantes comentaban:
”–Pero vean cómo se ha buscado ese rosario durante tantos años... Y venir a encontrarlo una chica chica.
”–¿Y por qué estaría en el suelo?”
”–Hombre, porque está cortado. Al principio colgaría de una rama pero, al cortarse, cayó al suelo. Capaz que lo enganchó un ani mal al pasar debajo, capaz que el vaivén provocado por el viento fue gastando el engarce... vaya uno a saber”.
”Inútil resultaron los empeños de Pita. Ahora, todos los talas le parecían iguales. Y no había una mariposa o una lagartija que guiara sus pasos. Ya bajaba el sol cuando se abandonó la búsqueda, disponiéndose el regreso a las casas. Comentando el suceso, decepcionados todos, los peones la pala al hombro”.
”Pitita conservó el rosario negro. Y el tesoro colonial seguirá durmiendo entre las raíces de un tala centenario, cerca de la desembocadura del Salado”.

CONMOVIDOS
Tal como supusiera Zapiola, su relato conmovió a los miembros del Club Evaristo, haciendo volar su imaginación hacia el pasado de la patria
. Sin perjuicio de una aclaración que el expositor se sintió obligado a realizar, en un exceso de puntillosidad. Dijo, en efecto:
–Ésta es la historia que yo siempre oí en casa. Aunque un pariente me dijo que su protagonista no fue Pita Álzaga sino una de sus hermanas, de la cual él desciende. No sé quién estará en lo cierto pero, repito, la que les conté es la historia que yo siempre he escuchado. Y, fuera Pita o su hermana la que encontró el rosario, el detalle no resta encanto al caso. Verán ustedes si hay algo que debatir a su respecto.
–Yo creo que no hay materia de discusión. Lo que sí se me ocurre es que esa vieja búsqueda tuvo lugar en una época en que no existían los detectores de metales. Porque, de lo contrario, quizá podría haberse ubicado el tala que nunca se identificó –acotó Medrano.
–Es cierto. ¿Y podría intentarse actualmente emplear ese aparato para tratar de dar con el tesoro? –agregó O’Connor.
–No me parece. El monte sería grande y hoy carecemos incluso de los datos aproximados que pudo dar Pitita. Es bueno que el te soro siga oculto bajo el suelo de la pampa.
El cariz del relato había logrado un efecto inesperado: Zapiola no dijo ni una mala palabra a lo largo del mismo.