Con Perdón de la Palabra

El Club Evaristo (caso XXIII): el caso de Ronald Ritcher


Aquel sábado los miembros del Club Evaristo llevaron a sus familias para almorzar en el restaurant Asturias. Y Avelino puso en práctica la idea que había concebido respecto a los gatitos, que seguían creciendo en el depósito de trastos viejos del negocio.

Promediaba el almuerzo cuando, confiriendo cierta solemnidad al anuncio, informó que distribuiría entre los chicos presentes los números de una rifa. De una rifa que tenía como premios cuatro hermosos gatitos, que exhibió colocados en sendas canastas. El revuelo infantil fue fenomenal y la mayor ilusión de los poseedores de números fue salir agraciados con uno de ellos. Mientras sus padres echaban al asturiano miradas torvas.

Fue así como logró Avelino que el restaurant no se transformara en un asilo de gatos, haciendo felices, de paso, a cuatro niños. Y complicando la vida a cuatro padres y a cuatro madres.

LA ISLA HUEMUL

En la siguiente sesión del club, formal esta vez, le correspondió a Ferro desarrollar el que cabría denominar Caso Richter o Caso de la Isla Huemul.

–Lo que habrá que establecer respecto al asunto que voy a exponer –dijo Ferro–, es si se trató de un error científico, de la aplicación fallida de un principio acertado o de una estafa descomunal. Y, aunque todos oímos mencionar alguna vez esta historia, empezaré por recordarla pues resulta francamente pintoresca.

”Ronald Richter nació el 11 de octubre de 1909. El lugar de su nacimiento era parte del Imperio Austrohúngaro, región de los Sudetes, reivindicada por Alemania y hoy República Checa. Estudió en la Universidad Alemana de Praga y no está claro si se recibió de físico. Durante la guerra conoció a Kurt Tank, ingeniero aeronáutico que aquí, en la Argentina, durante el primer gobierno de Perón diseñó los aviones a turbina Pulqui, que fueron los primeros reactores construidos en Latinoamérica.”

–¡Pero la Argentina era un aguantadero de nazis! –interrumpió Fabiani.

–No, la Argentina acogió a científicos y técnicos alemanes dispersos después de la guerra. Lo mismo hicieron los rusos... y los norteamericanos que, entre otros, se lo llevaron a Von Braun, el inventor de las V2, quien diseñó para ellos los primeros cohetes espaciales –precisó Medrano.

–Bueno, déjenme seguir –pidió Ferro.

“Kurt Tank lo trajo a Richter en agosto de 1948. Y, una semana después, se reunieron con Perón, Richter, Tank y un ayudante de éste llamado August Siebrecht. Según Richter, Perón escuchó distraídamente los informes de Tank referidos al avance en la construc-ción de sus aviones y, en cuanto pudo, se dirigió a él, preguntándole sobre su proyecto de obtener energía nuclear controlada. Entusiasmado, Perón resolvió poner en marcha el proyecto y Richter marchó a Córdoba, para iniciarlo en la Escuela de Aviación donde trabajaba Tank”.

”Pero Richter era un sujeto especial, que se sentía permanentemente espiado y traicionado. De manera que pidió un ámbito reservado a fin de realizar sus experimentaciones. Se salió con la suya y le autorizaron a elegir ese lugar, que buscó en varias regiones del país. Por fin eligió la Isla Huemul, en el Lago Nahuel Huapí, instalando allí un centro de estudios a todo costo”.

”Se hicieron en la isla grandes construcciones y se la puso bajo estricta vigilancia, reuniéndose en ella numerosos técnicos y operarios. El rumor de que la Argentina se aprestaba a entrar en el exclusivísimo club nuclear corrió por el mundo”.

“En 1951 Richter comunicó a Perón el éxito de sus trabajos. Y Perón anunció a los cuatro vientos que, pronto, nuestros ferrocarriles funcionarían en base a energía atómica y que ésta podría colocarse a domicilio, contenida en botellas”.

FUSION ATOMICA

”Aunque soy un lego en materia científica, tengo entendido que el procedimiento mediante el cual Richter pretendía obtener energía nuclear era la fusión atómica, mientras que el utilizado en los Estados Unidos es la fisión nuclear. El mismo Richter dice que procedimiento era de su invención y consistía en provocar un chisporroteo en un arco voltaico, que originaba una temperatura de varios millones de grados. También, según creo, era necesario provocar ciertos violentos choques, a cuyo efecto se construyó una alta torre en la Isla Huemul”.

”Se le otorgó a Richter la medalla a la Lealtad Peronista, que rechazó, declarando que los científicos no debían guardar lealtad a ningún sistema político. Aceptó en cambio el título de doctor honoris causa que le confirió la Universidad de Buenos Aires”.

”Sin embargo, seguía siendo presa de su manía persecutoria y afirmaba que había observadores en los cerros próximos que lo espiaban y que existían saboteadores que entorpecían sus trabajos”.

”Trabajos que insumían mucho dinero a las arcas públicas sin terminar de producir frutos palpables. Y cada vez eran más los que desconfiaban de la seriedad del investigador austríaco”.

”Finalmente, en 1952, se constituye una Comisión Fiscalizadora para verificar lo que se estaba haciendo en la isla. Formaron la misma José Antonio Balseiro, a quien se hizo regresar de Europa con tal motivo, Otto Gamba y el científico jesuita Pedro Bussolini”.

“Quienes, luego de un prolijo estudio, se expidieron informando que aquello era un engaño. Y la Comisión Nacional de Energía Atómica dio por concluido el proyecto”.

DESPUES DE 1955

”Sobrevenida la revolución de 1955, el almirante Rojas hizo detener a Richter, mientras el general Lonardi no descartó que prosiguiera sus trabajos”.
”Richter estaba casado con Ilse Alberdt, tenía un gato llamado Ypsilon y luego otro llamado Sami. El final de su aventura en la Isla Huemul no significó el fin de sus actividades pues, en algún momento posterior, también se interesaron en sus proyectos atómicos el Estado de Israel y el Egipto de Nasser, sin que llegara a formalizar una relación con ellos”.

”El singular personaje terminó sus días en la Argentina. Les toca a ustedes juzgarlo”, concluyó Ferro.

–Dijiste al principio que podría tratarse de un error científico, de la aplicación errónea de un principio acertado o de una estafa fenomenal ¿no es cierto? –preguntó O’Connor.

–Sí, eso dije.

–¿Y cuál de las hipótesis preferís?

–Yo no soy un científico, de manera que mis presunciones no tendrían bases serias.

–Aquí ninguno de nosotros es un hombre de ciencia. Pero, insisto, creo que se podría llegar a alguna conclusión tentativa en base a sentido común nomás.

–Bueno, tratándose de una aproximación, voy a presentar la mía –intervino Alvarado–. Que es esta: de acuerdo a tu descripción, no pareciera que Richter fuera un estafador ni que hubiera actuado para obtener beneficios pecuniarios del desarrollo de su proyecto. Daría la impresión más bien de ser un mitómano, con manía persecutoria de yapa.

–La manía persecutoria podría derivar del temor a que fuera descubierta su impostura –terció Pérez.

–Tal vez –concedió Alvarado–. Pero, más que miedo a quedar en evidencia, la suya se parece a una verdadera manía. Porque sólo un maniático podía suponer que hubiera espías apostados en los cerros para seguir el desarrollo de su trabajos.

–¿Y si era cierto?

–Según él, los espías eran hombres de la Marina, que quería sabotear el proyecto mientras el Ejército lo amparaba. Teoría que confirmaría el hecho de que Rojas lo hiciera detener mientras Lonardi pensó en que siguiera sus trabajos de investigación –amplió Ferro.

–Para mí el verdadero culpable es Perón –declaró Fabiani.

–No esperaba menos de vos –apuntó Gallardo, pifión.

–Nos hemos detenido a considerar si el proyecto de Richter era una estafa o no. Pero no analizamos los otros dos aspectos que señaló Eduardo: que fuera un error científico o la aplicación equivocada de un principio correcto –dijo Medrano.

–Sobre eso –amplió Ferro –les puedo dar alguna información suplementaria. Pues parece que el principio de la fusión nuclear es válido pero su ejecución físicamente imposible, o poco menos. A su respecto, recordarán que Richter aseguró que su proyecto incluía someter los átomos al chisporroteo de un arco voltaico, capaz de llevar la temperatura a millones de grados. Y, según un científico que se ocupó del asunto, apenas si llegó a miles de grados. O sea que estaríamos ante la aplicación equivocada de un principio válido. Que habría suscitado el interés de Egipto y el Estado de Israel.

–Por lo tanto–resumió Gallardo–, la conclusión del caso podría ser que Richter intentó llevar a la práctica una teoría correcta, pero impracticable por entonces, quedando por resolver si aquello se trató de una estafa o no. La mayoría resolvió que no.

Acto seguido, Gallardo propuso que, habiéndose ocupado el club de un caso ocurrido durante el primer gobierno de Perón, alcanzando los principios del segundo, en la próxima sesión se tratara uno correspondiente al final del segundo,sobre el cual poseía alguna información y podría obtener más. Así se acordó antes de brindar.

DESTACADO “La conclusión podría ser que intentó llevar a la práctica una teoría correcta, pero impracticable por entonces"