Con perdón de la palabra

El Club Evaristo (Parte XXVI): los casos de la Difunta Correa y el Gauchito Gil

La existencia del tramo de túnel cuya visita se permite a los clientes del restaurant Asturias, el dato de que en éste se reúne un grupo de excéntricos interesados en la historia argentina y en las novelas policiales, el recuerdo de que alguna vez dicho grupo había disuelto a palos un piquete que interrumpía el tránsito y, obviamente, la buena calidad de su cocina, contribuyeron para que, poco a poco, fuera aumentando el prestigio del negocio, multiplicándose su clientela. Hasta el punto de transformarse en un cotizado referente de la gastronomía porteña, citado en folletos de las agencias de viajes. Situación que, al principio, llenó de satisfacción a Avelino y a su mujer, Aurora. Pero que terminó por impacientar al asturiano, a quien no le caía bien la llegada imprevista de contingentes turísticos.

Disculparán los señores –solía decir en tales oportunidades– pero no quedan mesas disponibles: todas están reservadas. Lo cual generalmente no era cierto.

Sucedió incluso que, con motivo de que otro piquete había cortado el tráfico en las inmediaciones, algún vecino se arrimó pidiendo la intervención de Los Evaristos para disolverlo. Cosa que no fue posible porque éstos no se hallaban presentes ese día.

DOS SUPERSTICIONES

En oportunidad de resolver sobre el tema a tratar en la reunión siguiente, propuso Alvarado exponer sobre dos supersticiones ampliamente difundidas en el país y que, según se las mirara, podían llegar a considerarse sendas estafas a la credulidad popular: la de la Difunta Correa y la del Gauchito Gil. Que sugirió tratar juntas, dados los aspectos comunes que las vinculan. Sus propuestas fueron aceptadas.

–Por razones cronológicas empezaré hablando de la difunta Deolinda Correa, esposa de Clemente Bustos, que fue reclutado a la fuerza por montoneros hacia 1840 en el pueblo de Tama, La Rioja –comenzó diciendo Alvarado–. Deolinda, tomando en brazos a su hijo lactante, lo siguió a través de los desiertos norteños. Llevaba sólo algo de pan, charque y dos chifles con agua. Cuando se le terminó el agua, estrechó a su hijo contra el pecho y se cobijó a la sombra de un algarrobo. Allí murió de sed, de hambre y de agotamiento.

”Pasado algún tiempo, los arrieros riojanos Tomás Nicolás Romero, Rosauro Ávila y Jesús Nicolás Orihuela hallaron el cadáver de Deolinda y a su hijito, que seguía mamando de su pecho. Los arrieros, que la conocían, la enterraron en Vallecito y se llevaron con ellos al niño hacia La Rioja. En la primera jornada de marcha el niño murió, los arrieros regresaron a Vallecito y lo enterraron junto a su madre. Hay sin embargo otra versión, según la cual el chico sobrevivió, lo habría criado una familia del lugar y murió de viejo”.

“También existen versiones discordantes respecto a Bustos, el marido de Deolinda: según unos, lo mataron los montoneros, no sabemos si unitarios o federales; según otros, volvió 8 ó 10 años después. Son contradicciones propias de estos relatos, en los que se mezcla la historia y la leyenda”.

”Lo cierto es que, habiéndose difundido la noticia referida al fin de la Difunta, comenzaron las peregrinaciones para visitar su tumba y pedirle favores. Pronto se alzó allí un templete que, con el transcurso del tiempo, se convirtió en una especie de santuario. Lugar de cita para arrieros, primero, y para camioneros después. Hoy se observan numerosas capillitas al costado de las rutas del país, donde los viajeros dejan botellas de agua como ofrenda a aquella madre que se murió de sed pero siguió alimentado a su hijo. Hasta aquí la historia o la leyenda de la Difunta Correa”.

–¿La comentamos ahora o después que desarrolles el caso del Gauchito Gil? –preguntó Ferro.

–Como quieran.

–Bueno, yo te adelanto mi opinión. Para mí la devoción a la Difunta debe considerarse una superstición y no una estafa. Parecería que su difusión responde a una especie de ignorancia bien intencionada, derivada del respeto que ocasionan las buenas acciones. En este caso, las de una mujer que fue fiel a su marido y protegió como pudo a su hijo.

–Sí, así fue, si es que todo ocurrió realmente como asegura la tradición. Pero lo que pasa es que nunca faltan los que sacan partido de esas cosas, como estoy seguro que ha de pasar con los vendedores de objetos referidos a la Difunta en el lugar donde está su tumba –objetó Medrano.

–También están los que viven de vender velas, estampas y medallas en los auténticos lugares de peregrinación. Luján sin ir más lejos –intervino Zapiola.

–Lo que pasa es que no está mal vender objetos de culto cuando se trata de una devoción legítima. Que no es lo mismo que hacerlo con relación a una devoción supersticiosa –opinó Ferro.

–Está bien. Aunque en lo que se trefiere a Deolinda me parece que hay mucho de ignorancia, mezclada con buena fe –insistió Zapiola.
–Propongo entonces absolver al culto de la Difunta Correa del cargo de estafa a la fe pública, pese a tratarse de una devoción mal apuntada –resumió Alvarado.

–Adherimos –dijeron Pérez y Gallardo.

Opinión que apoyaron casi todos los demás. Con lo que quedó abierto el camino para tratar el caso siguiente, que así comenzó a exponer el mismo Alvarado.

ANTONIO MAMERTO

–En cuanto al Gauchito Gil, se llamaba Antonio Mamerto Gil Núñez y nació cerca de Mercedes, Corrientes, alrededor de 1840. Y, sobre su vida y muerte, también hay varias versiones, como en el caso del hijo y el marido de la Difunta Correa.

”Según la primera versión era un peón, devoto de San Lamuerte, que tuvo amoríos con una viuda rica, lo que le ganó el odio de los hermanos de la viuda y del comisario local, que había cortejado a la mujer. Aclaro que San Lamuerte es un personaje al que se representa como una calavera tallada en el plomo de una bala y a quien, en el litoral argentino y parte del Paraguay, se le atribuyen poderes para conferir inmunidad ante los ataques a balazos”.

En lo caminos se levantan capillitas dedicadas al Gauchito Gil y en ellas sus devotos colocan trapos rojos, color que distingue al Partido Autonomista correntino.

”Pues bien, dada la inquina que su romance con la viuda había generado en los parientes de ésta y en el desairado comisario, Gil escapó y se alistó en el Ejército para pelear en la Guerra de la Triple Alianza. Al volver, concluida la guerra, fue reclutado a fin de participar en las luchas entre el Partido Autonomista y el Partido Liberal pero desertó. Lo capturaron, lo colgaron de un árbol y, antes de que lo degollaran, le dijo a su verdugo que debía rezar por la vida de un hijo de éste, que estaba gravemente enfermo. El verdugo, aunque degolló al gauchito, rezó por la curación de su hijo enfermo y el chico sanó. Agradecido, le dio a Gil un entierro apropiado y la gente que se enteró del asunto construyó allí un templo, donde se le rinde culto. Tal como sucede con la Difunta Correa, también junto a lo caminos de la Argentina se levantan capillitas dedicadas al Gauchito Gil y en ellas, en vez de botellas de agua, sus devotos colocan trapos rojos, color que distingue al Partido Autonomista correntino”.

OTRA VERSION

”La segunda versión dice que era un cuatrero que se congració con los pobres y que, reclutado para luchar en la Guerra del Paraguay, desertó del ejército argentino”.

”La tercera afirma que comandaba un grupo de matones autonomistas y saqueaba a los ricos para ayudar a los pobres, matando a cuanto liberal se cruzara en su camino. Devoto de San Lamuerte era inmune a los tiros. Por eso, capturado por los liberales, fue degollado cerca de Mercedes”.
”Eso sí, todas las versiones coinciden en fijar como fecha de su degüello el 8 de enero, aunque difieren en cuanto al año”.

–Bien –aprobó Pérez–. Es verdad que el caso se parece de algún modo al de la Difunta. Aunque este personaje, objeto de la devoción popular, resulta menos edificante que la madre riojana. En la primera versión tiene que huir del pago por haberse enredado con una viuda rica; en la segunda, aparece como desertor del ejército; y en la ter- cera, figura al frente de una partida de bandoleros autonomistas. Sin embargo, voy a votar como voté en el caso de la Difunta Correa.

Los demás también repitieron su voto.

–Puedo agregar que, para las celebraciones del 8 de enero, habitualmente el cura de Mercedes celebra una misa por el alma del Gauchito –completó Alvarado.

Y, esta vez, se brindó por la memoria del Comisario Meneses con ginebra Llave. Que ya se bebía en los fortines cuando la lucha contra el indio.