El agujero dejado en el patio interior del edificio que ocupa el Asturias y que comunica con un tramo de los viejos túneles porteños, se convirtió en un problema para Avelino. Pues empezó a preguntarse qué hacer a su respecto: taparlo para evitarse complicaciones o comunicar el hallazgo a las autoridades encargadas de preservar el patrimonio histórico local. Consultado el asunto con sus amigos del Club Evaristo, Fabiani –hombre respetuoso de la legalidad –se ofreció para hacer algunas averiguaciones cuyo resultado podría influir en la determinación a tomar. En mala hora hizo tal ofrecimiento.
Porque el suyo fue un verdadero calvario. Rebotó de ministerio en ministerio, de secretaría en secretaría, de oficina en oficina. En el ámbito nacional le dijeron que el tema era de competencia municipal. Y desde el gobierno de la ciudad lo enviaron de vuelta al gobierno nacional. Y ya estaba Fabiani por bajar los brazos y comunicarle a Avelino que hiciera lo que le diera la gana cuando, enterados de la situación por un comentario recogido en alguna de las oficinas recorridas por aquél, aparecieron por el restaurant dos sujetos dedicados a la arqueología urbana, interesados en el descubrimiento. Adujeron que la organización contaba con auspicio oficial y exigieron inspeccionar el pozo. Avelino consultó a Fabiani y Fabiani le indicó que los dejara pasar.
AL POZO
Validos de una escalera, bajaron los arqueólogos al pozo. Inspeccionaron el tramo de túnel que había quedado al descubierto, sin que les llamara mayormente la atención. Pero, en cambio, lo que les interesó sobremanera fueron unos pedazos de la vieja heladera que habían quedado desparramados allá abajo. Llegaron a la conclusión de que constituían una prueba irrefutable de la existencia de heladeras en el período colonial, pidieron permiso para llevárselos y nunca más volvieron. Visto lo cual, Fabiani le aconsejó a Avelino que, conservando constancia de haber denunciado la existencia del túnel a las autoridades, lo tapara si le resultaba conveniente.
Sin embargo, Avelino no tapó el agujero sino que lo convirtió en un motivo más para mejorar la atención brindada a su clientela, permitiendo a ésta tomar conocimiento de un aspecto curioso del pasado nacional. A tal fin adecentó el acceso al pozo, colocó una escalera para permitir el descenso y colocó al pie de la misma un cartel donde se explicaba el enigma de los túneles porteños, convenientemente redactado por Matías Zapiola.
EL ASESINATO
Fue Medrano el encargado de exponer el caso referido al asesinato de Felicitas Guerrero, bastante conocido por todos pero que, por tratarse de un famoso crimen del siglo XIX, no se consideró oportuno excluir de los tratados en el club. Se avecinaba el otoño cuando Medrano comenzó su exposición.
–Felicitas Guerrero, cuyo nombre completo era Felisa Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto...
–Capaz que fuera parienta mía –saltó Norberto Cueto. –Capaz nomás –concedió Medrano–. Pero dejame seguir.
–Perdón, seguí.
–Felicitas Guerrero, digo, nació en Buenos Aires a fines de febrero de 1846, durante el segundo gobierno de Rosas, pocos meses después del combate de la Vuelta de Obligado. Hija del malagueño José Guerrero y Reisig y de Felicitas Cueto Montes de Oca, era la mayor de once hermanos.
”Se la consideraba la muchacha más bella de la República y, cediendo a presiones de su padre, se casó con Martín Gregorio de Álzaga el 2 de junio de 1864. Ella tenía 18 años y él 50.
Las presiones de su padre respondían a que Álzaga, hijo del general Félix de Álzaga y nieto de don Martín, el defensor de Buenos Aires cuando las invasiones inglesas, era un hombre muy rico, dueño de varias estancias y muy considerado en la sociedad porteña. De ese matrimonio nació un hijo, Félix Francisco Solano de Álzaga y Guerrero, que murió pronto, en la epidemia de fiebre amarilla.
”El 1º de marzo de 1870 murió también el marido de Felicitas, dejándole una enorme fortuna. Y, aunque luego aparecieron cuatro hijos naturales de Álzaga, no se vio precisada a compartir la herencia con ellos pues, en esa época, los descendientes ilegítimos no heredaban. Pese a lo cual les fue entregada, graciosamente, una fuerte suma de dinero a cada uno.
”De manera que, a los 24 años, Felicitas era «joven, viuda y estanciera», pasando a ser la mujer más pretendida del país. Frecuentaba los salones literarios y llevaba una activa vida social. Su más ferviente admirador era Enrique Ocampo, tío abuelo de Victoria.
”Y ocurrió que, dirigiéndose en una volanta desde Juancho Viejo a La Postrera –dos de sus estancias– la sorprendió una tormenta feroz. Los caminos por entonces eran apenas huellas y, seguramente porque el temporal transformó la tarde en noche, el cochero perdió el rumbo. Estaba detenido el carruaje cuando, providencialmente, apareció un jinete que, dirigiéndose a Felicitas, le dijo: “Está en mi estancia, que es la suya, señora”.
Se trataba de Samuel Sáenz Valiente, que alojó esa noche a los viajeros, tratando a Felicitas con tal deferencia que la viudita se enamoró de él.
”A partir de esa tormenta oportuna los jóvenes se siguieron tratando y, el 29 de enero de 1872, ella organizó una reunión en la quinta que poseía en Barracas para anunciar su compromiso con Sáenz Valiente. Celebrándose además en la ocasión el inminente estreno de un puente de hierro, que el Ferrocarril del Sud estaba construyendo para franquear el Salado, cerca del casco de La Raquel, una estancia que sigue en manos de la familia, junto a la actual Ruta 2.
”Eran todos gratos acontecimientos. Pero, como contrapartida, se había intensificado el asedio de Ocampo. ”Cuando Felicitas llegó a su quinta, desde el centro, una tía suya, Tránsito Cueto, le avisó que Ocampo quería verla. Había arribado en un coche de plaza y, previamente, para darse ánimo, había estado bebiendo en la Confitería del Gas. Felicitas le rogó a Tránsito que lo despidiera pero, ante la insistencia de Ocampo, decidió recibirlo. ”Subió ella para cambiarse y, luego, bajó al comedor con intención de saludar a su familia y a Sáenz Valiente. Después salió al jardín, en el que ya se encontraban muchos invitados. Y volvió a la casa, donde esperaba Ocampo en el escritorio. Temerosos de lo que pudiera ocurrir, la siguieron su hermano Antonio Guerrero, de catorce años, y su primo segundo Cristián Demaría, que se colocaron junto a una ventana con intención de protegerla.
”Apenas entró Felicitas, Ocampo le preguntó, en tono violento: ¿Te casás con Samuel o conmigo? Siguió una fuerte discusión y Ocampo gritó: ¡O te casás conmigo o no te casás con nadie!, sacando un revólver del bolsillo. Felicitas trató de escapar hacia el jardín y Ocampo le pegó un tiro en la espalda.
”A partir de aquí no concuerdan las versiones respecto a cómo se sucedieron los acontecimientos. Pues nadie quiso que quedaran en claro. Ni el juez que intervino en la causa, doctor Ángel Justiniano Carranza. Según la versión oficial, acogida en el expediente respectivo, Antonio Guerrero y Cristián Demaría irrumpieron en el cuarto, suicidándose Ocampo. Según una segunda versión, Demaría se trabó en lucha con Ocampo por la posesión del arma, que se disparó matando a Ocampo. Y, según una tercera versión, que parece ser la auténtica, Ocampo emprendió la fuga, Demaría lo persiguió y, con su revólver, lo mató cuando le dio alcance. Cosa de la cual se enteró todo Buenos Aires y, probablemente, también el juez Carranza, que prefirió no profundizar en el caso.
”Felicitas, pese a ser atendida por los doctores Manuel Blancas y Mauricio González Catán, murió al día siguiente. Y, por una trágica coincidencia, las carrozas que llevaban sus restos y los de Ocampo se cruzaron al llegar al cementerio de la Recoleta.
”Franci Seeber Demaría, a quien conocí, me contó que en su familia materna se conservaba la camisa que llevaba puesta Cristián aquel día, con los puños manchados de sangre. Y agrego yo que, como se dijo por entonces, Cristián también estaba secretamente enamorado de Felicitas.
”Sólo puedo agregar a lo dicho que, en el lugar del crimen, se levantó más tarde una iglesia. Donde el fantasma lloroso de Felicitas se aparecería de vez en cuando.
EL DEBATE
–¿Y qué es lo que podríamos debatir respecto a este caso tremendo? –preguntó O’Connor.
–En rigor, lo único que puede ser materia de discusión sería cómo murió Ocampo –precisó Kleiner.
–Yo entiendo, según lo entendió entonces Buenos Aires, que a Ocampo lo mató Demaría. Extremo que quizá confirmaría el hecho de que su familia guardara la camisa que llevaba ese día, manchada de sangre. Pero, si hasta el juez prefirió tender un velo de discreción sobre el asunto, no me parece oportuno que nosotros intentemos levantar ese velo. Para lo cual, además, no contamos con mayores elementos de juicio. Así votó.
Y así votaron todos.