Páginas de la historia

El Baqueano

Hoy haré referencia al baqueano o baquiano. Figura relevante en el siglo XIX y a la que no siempre los historiadores han valorizado en su justa medida.
Escribía Domingo Faustino Sarmiento que después del rastreador, viene el baqueano, personaje importante y que solía tener en sus manos la suerte de mucha gente.
El baqueano era un gaucho grave y reservado, que conocía perfectamente, miles de leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Era una especie de mapa que llevaba un general para dirigir los movimientos de sus hombres. El baqueano iba siempre a su lado.
Modesto y reservado, estaba en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia solía depender de él.
El baqueano era casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tenía plena confianza en él.
Un baqueano encontraba una senda que hacía cruz con el camino que llevaba: él sabía a qué aguada remota conducía. Él conoce el vado oculto que tenía un río, más arriba o más abajo del paso normal y esto en muchos ríos o arroyos. Conocía en las ciénagas extensas algún sendero por donde podían ser atravesadas sin inconvenientes.
En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, daba una vuelta en circulo de ellos, observa los árboles y si no los había se desmontaba y examinaba algunos matorrales. Entonces se orientaba totalmente y manifestaba: “Estamos en tal lugar, a tantas leguas de tal pueblo; el camino ha de ir al Sur”. Y se dirigía hacia el rumbo que señalaba, sin prisa de encontrarlo y sin responder a las objeciones que podían hacerle.
Si aun esto no bastaba, o si se encuentraba en la pampa y la oscuridad era impenetrable, entonces arrancaba pastos de varios puntos olía la raíz y la tierra, y ya se cercioraba de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y salía en su busqueda.
Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay caminos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo lleve directamente a un paraje distante cincuenta leguas, el baqueano se para un momento, reconoce el horizonte, examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa a galopar con la rectitud de un flecha, hasta que cambia el rumbo por motivos que sólo él sabe, y, galopando día y noche, siempre llega al lugar designado.
El baqueano anunciaba también la proximidad del enemigo, aunque estuviese a diez leguas, y el rumbo por donde se acercaba. Lo intuía por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y de los guanacos que huían en cierta dirección.
Cuando se aproximaba el adversario observaba la polvareda y por su espesor deducía la cantidad de enemigos: “Son dos mil hombres” -decía- o “quinientos”, o “doscientos”. Y el jefe obra bajo este dato, que era casi siempre exacto.
Si los cóndores y cuervos revoloteaban en un círculo del cielo, él sabría decir si había gente escondida, o era un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto.
El baqueano conocía la distancia que había de un lugar a otro; los días y las horas necesarias para llegar a él y también una senda extraviada e ignorada, por donde se podía llegar de sorpresa y en la mitad del tiempo. Por eso las partidas de montoneras del siglo XIX, llegaron por sorpresa sobre pueblos que estaban a muchas leguas de distancia.
El general Rivera, de la Banda Oriental, era un simple baqueano que conocía casi cada árbol que había en toda la extensión de la República del Uruguay. No la hubieran ocupado los brasileros sin su auxilio; no la hubieran libertado, sin él, los argentinos.
Y finalizo esta fotografía virtual del general Rivera. Fue un ser humano muy particular que empezó a perfeccionar sus conocimientos como baqueano en el año 1804: y comenzó haciendo la guerra a las autoridades, luego enfrentó al Rey de España y posteriormente a Rosas.
Y he querido hacer una pequeña semblanza de un personaje -el baqueano- que jugó un rol no pequeño en el nacimiento de la patria, acompañando –y a veces influyendo decisivamente- a San Martín, a Belgrano, y a tantos otros patriotas. Quizás no tuvo la exacta valoración que mereció.