A partir del año 1862 con Bartolomé Mitre, los presidentes de la Nación elegidos bajo los términos de la vieja Constitución Nacional de 1853/69 asumían el 12 de octubre y sus mandatos cesaban, luego de seis años, ese mismo día con el traspaso de mando a su sucesor. La tradición está plagada de anécdotas y recuerdos en torno a esa fecha que, por otra parte, remite al Descubrimiento de América actualmente denominado Día de la diversidad cultural.
Sin embargo la historia muestra también como excepciones a la fecha mentada, aquellas ocasiones en que mandatarios de facto asumieron como consecuencia de interrupciones de los mandatos constitucionales de aquellos presidentes que fueron derrocados por movimientos militares sublevados siendo una infeliz habitualidad a partir de 1930. De tal suerte, ya en el siglo XX, numerosas veces asumieron gobiernos electos en otra fecha diferente al señalado 12 de octubre, como consecuencia de la realización de actos electorales tendientes a la normalización de la situación legal.
Como consecuencia de interrupciones al orden constitucional la historia registra que los dos últimos presidentes que asumieron sus mandatos constitucionales un 12 de octubre fueron Arturo Umberto Illia y Juan Domingo Peron, en 1963 y 1973 respectivamente.
PARTEAGUAS
Retrotrayendo el reloj histórico nos encontramos con una de transiciones entre gobiernos constitucionales que ofrece algunos ribetes dignos de señalar. Nos referimos al 12 de octubre de 1916, fecha en que asumiera la primera magistratura del país el doctor Hipólito Yrigoyen.
Hasta 1916 las asunciones presidenciales eran actos más bien protocolares y bastante ajenos al entusiasmo popular, con algunas pocas excepciones limitadas a pequeñas manifestaciones en una Buenos Aires todavía no demasiado impactada con el crecimiento demográfico.
Pero la llegada al poder del primer presidente elegido por el voto secreto, universal y obligatorio marcó un antes y un después. Fue el 12 de octubre de 1916. Las elecciones habían sido el 2 de abril y la UCR triunfó con una amplia mayoría de votos populares, pero la elección presidencial era de segundo grado, indirecta. De modo que la elección definitiva del presidente y vicepresidente de la República recaía en los colegios electorales. Durante algunos meses se sucedieron negociaciones entre facciones que buscaban impedir la llegada de los radicales al gobierno.
Finalmente en julio se reunieron los Colegios Electorales para ungir finalmente a Yrigoyen como Presidente de la Nación: "Que se pierdan mil gobiernos pero que se salven los principios" había indicado el caudillo para refirmar que no se ofreciera nada a cambio del voto de algún elector.
Hombres que habían gobernado el país durante décadas como si fuera un coto privado, deberían traspasar el mando a un hombre que lideraba el primer partido político de masas de nuestra historia y contaba con un abrumador apoyo popular, algo desconocido hasta entonces. Todos esos meses entre el triunfo y la ceremonia de traspaso se llenaron de rumores y suspicacias. ¿Cómo gobernaría Yrigoyen sin mayoría en las cámaras y con 10 de las 14 provincias en manos del régimen saliente? ¿Dónde quedaría el espíritu revolucionario y radicalizado de su partido ahora que llegaba al gobierno? ¿Cómo enfrentaría la resistencia de los poderes asentados? De hecho el presidente saliente Victorino de la Plaza debió solicitar a un allegado que le presentara a su futuro sucesor minutos antes de la ceremonia de traspaso en la Casa Rosada pues no lo conocía personalmente.
Era un jueves y, sin saberlo, los protagonistas de esa jornada histórica estaban coronando a la Plaza de Mayo (En verdad desde la Plaza del Congreso y a lo largo de la Avenida de Mayo hasta la plaza homónima) como el centro neurálgico de la política de masas en el espacio público.
Así lo contó su biógrafo, el escritor Manuel Gálvez:
“¡Nunca se ha visto un entusiasmo igual en Buenos Aires! La multitud parece enloquecida; y cuando el Presidente llega a la acera y sube a la carroza de gala, arrolla al cordón de agentes de policía que la ha contenido y rodea al carruaje. Yrigoyen, en pie dentro del coche, con el vicepresidente y los dos más altos jefes del Ejército y la Marina, saluda con la cabeza y con el brazo. Pero hay que partir, y la policía se dispone a abrir la calle. Yrigoyen hace un gesto con la mano y da orden de que dejen libre a la multitud. El coche está rodeado por el gentío clamoroso. De pronto. Un grupo de entusiastas desengancha los caballos y comienza a arrastrarlo. En las cejas de Yrigoyen se marca una contracción de desagrado. Quiere bajar de la carroza, pero la multitud no lo consiente. El pueblo aprueba el acto fanático y todos los que están cerca quieren tener la gloria de tirar del coche”.
Fue un hecho controvertido que sus desde entonces opositores utilizaron contra el: sus partidarios reducidos a una función animal.
Benigno Ocampo, secretario del Senado y exponente elitista, contempló horrorizado la llegada de Yrigoyen al Congreso el día de su asunción. Horas después comentó a sus amigos, reunidos en un café de la calle Florida: “Fue muy desagradable. Han desenganchado los caballos y han arrastrado la carroza presidencial por las calles, vociferando injurias y lanzando vivas. Parecía el carnaval de los negros… Hemos calzado el escarpín de baile durante tanto tiempo y ahora dejamos que se nos metan en el salón con la bota de potro".
PANDEMONIUM
Luego del recorrido por la Avenida de Mayo de pie a bordo del carruaje, el presidente llegó a la Casa Rosada para recibir los atributos presidenciales de manos de su antecesor y el pandemónium se trasladó dentro de la mismísima sede de gobierno a la que ingresó masivamente el público hasta desbordar sus instalaciones. Nuevamente Benigno Ocampo, expresó que los alegres invasores "salivaron en el piso y en las alfombras. Arrancaron los cortinados para poder ver el acto de transmisión de mando entre los presidentes".
Más ecuánime en cuanto a la auténtica significación de aquel ritual inaugural de una presidencia, el embajador del Reino de España don Pablo del Soler y Guardiola dejó un testimonio digno de recuerdo:
“En mi carrera diplomática he asistido a celebraciones famosas en diferentes cortes europeas; he presenciado la ascensión de un presidente en Francia y de un rey de Inglaterra; he visto muchos espectáculos populares extraordinarios por su número y su entusiasmo. Pero no recuerdo nada comparable a esa escena magistral de un mandatario que se entrega en brazos de su pueblo, conducido entre los vaivenes de la muchedumbre electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria".