Egipto también eterniza el autoritarismo

Hay quienes consideran que, directa o indirectamente, las Fuerzas Armadas de Egipto controlan el 40% de la economía de su país.

La casta militar egipcia, como también ocurre en algunos otros países del norte africano, tiene firmemente el poder político efectivo en sus manos y ciertamente pretende mantenerlo, a toda costa, por el mayor tiempo posible. 
 
El Parlamento egipcio –hoy controlado por los militares- acaba de sancionar normas en virtud de las cuales el General Abdel Fattah el-Sisi, el actual presidente, podrá extender sus mandatos sucesivos por un buen rato, en rigor hasta el año 2034. 
 
Los cambios constitucionales exigidos por lo antedicho están en marcha y serán convalidados oportunamente por un referendo popular que se estima tendrá lugar dentro de aproximadamente dos meses. Pocos dudan acerca de cuál será el veredicto final de ese referéndum, al que se asigna apenas el carácter de mero trámite convalidante. 
 
Las aspiraciones democráticas de los egipcios que brotaron –de pronto- en el año 2011, cuando se depusiera al presidente Hosni Mubarak, han quedado sepultadas por la realidad y el poder ha sido traspasado de un hombre fuerte a otro, pero siempre dentro de la poderosa casta militar. 
 
El gobierno no vacila en –de ser necesario- utilizar la fuerza para mantenerse en el poder. La llamada “Primavera Árabe” se ha diluido efectivamente en el país que hoy es, en el mundo el que tiene la mayor población árabe. En las duras revueltas del 2013 murieron más de 800 personas y miles sufrieron heridas de distinta gravedad. Lo que es difícil de olvidar.
 
Cada período presidencial egipcio será en más de 6 años y existe la presunción de que quien gobierna procura siempre alargar al máximo su estadía en el poder. La dirigencia política controla al Procurador General y digita cuidadosamente la designación de la mayoría de los funcionarios judiciales. Además, el Ejército tiene formalmente capacidad de veto respecto a la designación del Ministro de Defensa. 

Concentración minuciosa

La idea de la “separación” de los poderes ha sido reemplazada, en la realidad, por la “concentración” minuciosa del poder en manos del Ejecutivo, según queda visto. Desde que el equilibrio entre los poderes está en el corazón mismo de las estructuras democráticas, la realidad egipcia no es ciertamente una democracia.
 
El actual presidente egipcio sostuvo hasta noviembre del 2017 que sólo pretendía gobernar por dos períodos de 4 años. Pero el poder seduce y hoy –cambiando su postura original- procura extender sus mandatos el máximo posible. A seis años por mandato, con dos posibles reelecciones, concretamente, por ahora al menos.
 
Las libertades civiles y políticas y los derechos humanos están limitados en el Egipto de hoy. Miles de opositores han sido detenidos y están, en los hechos, impedidos de actuar libremente en política. Los dirigentes islámicos “duros” no han desaparecido del todo, pero trabajan en la opacidad y viven un constante clima de temor, comprensiblemente preocupados por su seguridad personal. 
 
Egipto sigue siendo un importante comprador de armamentos y pertrechos militares europeos. El presidente francés, Emmanuel Macron, acaba de visitar El Cairo, con una propuesta de venta de armas y equipos militares bajo el brazo, como cabía esperar. 
 
Las Fuerzas Armadas egipcias son las más grandes del continente africano, de los países árabes y una de las más importantes del mundo desde que Egipto, en materia de capacidad militar, es el 13ª país del mundo. A las fuerzas militares, Egipto le suma las llamadas Fuerzas de Seguridad Central y la Guardia Fronteriza. Las fuerzas militares están bajo el mando del ministro de defensa, mientras las fuerzas policiales y de seguridad responden al ministro del interior. Desde que la administración egipcia es claramente militar, todo depende hoy del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
 
El inventario de las Fuerzas Armadas egipcias, que hasta no hace mucho era predominantemente de origen soviético, está siendo reemplazado lentamente por equipos y pertrechos más modernos, de origen occidental. Egipto construye sus propios tanques militares y tiene el mayor número de vehículos de combate, después de Israel. Es, con Siria, uno de los mejor equipados del mundo árabe en este capítulo en particular. En materia de defensa antiaérea, Egipto apuesta a los sistemas provistos por la Federación Rusa.

Un emporio

Las Fuerzas Armadas de Egipto son también influyentes en el mundo de los negocios. Participan en la construcción de carreteras y viviendas, fabrican bienes de consumo y son dueñas de grandes extensiones de tierra urbana y rural. Hay quienes consideran que, directa o indirectamente, las Fuerzas Armadas de Egipto controlan el 40% de la economía de su país. 
 
Pese a sus obvias debilidades políticas, el gobierno egipcio proyecta no obstante al exterior alguna dosis de estabilidad. A punto tal, que el Fondo Monetario Internacional acaba de prestarle un billón de dólares. 
 
En el frente económico local hay, sin embargo, dificultades. La primera es la inflación y la segunda es el costo y el financiamiento de los subsidios que paga el Estado, particularmente respecto de la provisión de energía eléctrica.
 
Lejos –muy lejos- del ideal democrático, una sociedad que tiene una profundidad histórica innegable, como es la egipcia, con un universo político comparable a un mosaico multicolor, mantiene, sin embargo, un mínimo de estabilidad. Mientras vigila de cerca el riesgo cierto del ahora subterráneo fanatismo islámico. 
 
Para disimular el proceso de “concentración” del poder descripto más arriba, se ha dispuesto que por lo menos el 25% de los legisladores deben ser mujeres y que es además necesaria una representación mínima de la minoría cristiana copta, de la juventud y de los discapacitados. Apenas un esfuerzo de maquillaje, en mi parecer. Egipto está hoy lejos de ser una democracia. Es un país autoritario, pero no necesariamente por ello un infierno.
 
El autoritarismo egipcio es profundo. A los artistas que se animan a criticar al gobierno se los radia, expulsándolos del sindicato al que pertenecen. Como si tuvieran una enfermedad contagiosa. Y, casi siempre, lastimándoles así su carrera profesional, al menos en el plano doméstico.