EL RINCON DE LOS SENSATOS

Educar a los niños

 Empleo adrede este título tan cursi porque hablar de “niños” en el castellano/argentino corriente cuando uno se refiere a los chicos implica toda una hipocresía al uso de falsos docentes, políticos, periodistas baratos, y mentirosos en general. Pero lo cierto es que, en los días que corren y tal cual como se lo muestra hasta con cifras, la educación inicial merece una reforma verdaderamente profunda. 

    La caída no es para nada nueva: abarca toda la memoria de mi generación. Porque quienes cursamos la primaria en la escuela pública de los años cincuenta fuimos, probablemente, de los últimos que aprendimos de señoras maestras que nos enseñaron todo lo necesario sin tener más pretensiones que la de ser maestras.

    Hablo de tiempos en que no se oía sobre seminarios docentes y otras reuniones huecas, pero cuando esas mujeres con vocación (había algunos hombres todavía) nos inculcaron, acaso sin tenerlo así definido, la capacidad de distinguir entre lo que sabíamos y lo que no sabíamos.  Cosa que uno extraña hoy en muchos profesores universitarios omniparlantes.

    Hacía allí vamos porque, en este orden de cosas también, el pescado empezó a pudrirse por la cabeza: la cabeza universitaria.

    La revancha del, por así llamarlo, descuido peronista del mundo universitario dio lugar, con la Revolución Libertadora, a la masiva entrada politiquera de la izquierda a la Universidad pública, la única por entonces. Bajo ese amparo, y concretamente el rectorado de su hermano Risieri, se dio la clamorosa discusión de “enseñanza laica o libre” durante el gobierno de Arturo Frondizi. De ese modo arrancó la cosa.

    Desde entonces, a  pesar de los números que de tanto en tanto destacan a la Universidad de Buenos Aires entre las latinoamericanas sin que sean descifrables las estadísticas que se mentan, quienes conocemos a la UBA desde dentro sabemos que ha seguido una línea descendente con apenas fugaces altibajos. La fuerza de la demagogia “irrestricta” pudo más que ningún otro intento y el resultado actual es el de una institución donde la mezcla entre la cosmovisión globalista que apunta al 2030 y los concretos intereses y negocios de sus burócratas y gremialistas han dejado bien atrás a quienes deberían dar el ejemplo de enseñar pero sobrenadan. Entretanto y desgraciadamente, las universidades privadas no han logrado por ahora ponerse a la altura.

    Si se  baja un escalón, la enseñanza secundaria se ha adocenado. Fuera del disparate del “que pasen todos” propuesto ahora por la provincia de Buenos Aires, haber inaugurado por todas partes colegios donde se desconoce hasta el nivel cultural que correspondería a un profesor del ciclo medio no ha producido sino degradación. Los muchachos no tienen idea del panorama que debería orientarlos para elegir una carrera, llegan con una formación específica insuficiente y -mismo en un ciclo superior preponderantemente facilista- chocan  y desertan en proporciones nunca imaginadas antes.

    En síntesis, sucesivos gobiernos han coincidido en estafar a una juventud que, por momentos, parece no estar dispuesta a entregarse.

    Baste lo insinuado para quien quiera entenderlo de buena fe. Y compréndase que la solución está mucho más allá de mejorar sueldos, que sería justo pero que con esta organización se llevarían en su mayor parte auxiliares y burócratas. Haría falta emprender una más que difícil tarea que implica todo un cambio sociológico. Porque es preciso despertar verdaderas vocaciones docentes, verdadera conciencia de lo que significa ser maestros primarios capaces de educar bien por encima de hacer las cuentas, cosa que parece tampoco se logra enseñar. Eso que con naturalidad hacían aquellas señoras, que no sólo estaban ahí para colaborar con la  economía de sus maridos.

        Recuérdese  apenas que Leopoldo Marechal fue maestro primario durante años y todo estará dicho.