En la página policial de un diario de París, se leía en septiembre de 1924, en letras más bien pequeñas, esta noticia: “Fue asesinado, ayer, 21 de septiembre, a los 32 años el señor Eduardo Arolas”.
Se trataba en efecto, de un compatriota. Pero también de un extraordinario músico argentino, bandoneonista, guitarrista, compositor, autor, entre muchos tangos famosos, de: “La Cachila”, “Fuegos Artificiales” y “El Marne”.
Fue un músico realmente inspirado, aunque a nivel personal un poco extraño. Fue la mejor demostración que la inspiración no siempre armoniza con el equilibrio. Pero siempre armoniza con el talento.
Era hijo de inmigrantes franceses y aprendió solo, a tocar el bandoneón. Fue sin duda, un elegido. Era también un dibujante excepcional. Pero la música lo atraía como un gigantesco imán espiritual.
Vivía con sus padres, frente a la placita Herrera en la llamada Barracas al Norte –hoy Barracas- aquí en Buenos Aires, por oposición a la llamada Barracas al Sur, que es la actual Ciudad de Avellaneda.
NACIENDO LA MILONGA
Una noche, festejando su cumpleaños, sus 17 años, con amigos leales, chicas cariñosas y copas repetidas, tomó su bandoneón.
¡Un tango!, le solicitó el coro de amigos y amigas. Y decidió, por intuición y por talento, claro, crear uno, en ese momento de alegría. Y fueron saliendo de sus dedos… o de su alma, nuevos compases. Pero no surgía el clásico 2 x 4 del tango.
Las parejas trataban de seguir ese compás un poco extraño. Era un 2 x 8. Estaba naciendo el tango milonga.
Y hasta el título salió así, espontáneo “Una Noche de Garufa” se llamó su primera creación. Tres o cuatro años después creó con Roberto Firpo, “Fuegos Artificiales”.
Nuestra figura de hoy ayudó a perfilar definitivamente la imagen indispensable del bandoneón, dentro del tango, tarea que seguiría Pedro Maffia y más cercano en el tiempo, Aníbal Troilo.
Tenía 25 ó 26 años cuando se radicó en Montevideo, donde vivía de, y sobre todo, para… la música.
Sus amigos lo notaban abatido espiritualmente. Pero él lo negaba. Regresó a Buenos Aires. Corría el año 1922 y su quebranto espiritual, ya muy visible, lo hizo volver a Francia. Tenía 30 años. Volvió una sola vez y por poco tiempo a su país.
Se había radicado definitivamente en Francia, en París, específicamente. Allí, en varios locales de Montmartre impuso su capacidad y su particular estilo. Hasta que llegó ese episodio del asesinato, nunca bien aclarado y que terminó con su vida a los 32 años.
Julio de Caro, Pedro Laurenz y D’Agostino compusieron tangos que lo aluden.
En la película “Derecho Viejo”, que se refiere a su vida y que dirigió Manuel Romero, el actor Juan José Miguez hizo el papel de nuestro hombre. Actuaron en esa película, Narciso Ibáñez Menta y Laura Hidalgo.
También el Teatro, con la obra “El Patio de la Morocha” lo recuerda todavía hoy, a muchas décadas de su muerte, con admiración y con auténtico cariño.
Y un aforismo final que escribí, hace algunos años, y que alude a su personalidad sumamente cálida, aunque sobria e introvertida.
Quiere ser mi modesto homenaje a este verdadero precursor de nuestra música popular, a este hombre cuyo talento y prestigio nunca lograron atenuarle, su tristeza.
Y el aforismo: “Algunos rostros reflejan perdidas definitivas”.
