‘INEDITOS’ PROLONGA LA OBRA DE EDOUARD LEVE

Ecos de una voz perturbadora

El rescate de textos “inéditos” de un escritor fallecido en años o décadas recientes es una práctica común del mercado editorial, un intento por prolongar el alcance de una obra interrumpida que abrió nuevas sendas, rompió viejas estructuras o dejó grandes réditos comerciales. Esta estrategia suele potenciarse en el caso de un autor muerto a edad temprana, arrancado de este mundo cuando parecía hallarse en la cúspide de su creatividad.

Es el caso del artista, fotógrafo y escritor francés Edouard Levé (1965-2007), quien con cuatro libros perturbadores (uno de ellos póstumo) sacudió el panorama literario de su país y extendió su influencia sobre otras literaturas, como la argentina, donde fue editado, leído y comentado con gran interés.

Dicho influjo se expande ahora con Inéditos (Eterna Cadencia, 392 páginas, traducción de Matías Battistón), una selección de escritos inconclusos, marginales o performáticos, sumados a diferentes bocetos, proyectos, canciones, poemas y colaboraciones periodísticas.

Entre ellos se cuentan el comienzo de una novela ambientada en Estados Unidos (“América, epopeya popular”) y “Casa”, una obra radiofónica que llegó a emitirse en 2006 por France Culture. Hay una sección de textos referidos a París y una de “prosas diversas” de evidente contenido autobiográfico.

CONFESIONES

El tono confesional, tan propio en la escritura revulsiva de Levé, aparece en muchas de las páginas. Singularmente en el apartado “Diccionario”, donde las definiciones remiten, de manera textual en algunos pasajes, a Autorretrato, acaso el libro más impactante del francés que se quitó la vida en 2007. Pero también se encuentra en los apuntes de sus curiosos paseos por París o en “Homix”, la descripción de una performance realizada en Marsella en septiembre de 2007.

De entre la variedad de los escritos reunidos en este volumen, por necesidad fragmentarios y desparejos, es ese tono el que mejor se fija en la memoria del lector porque es el que más se acerca al gesto narrativo tradicional contra el que Levé pretendía rebelarse.

Se verifica el reencuentro con ese hombre solitario, alerta, fóbico, dueño de una inteligencia gélida y desangelada, muy sensible a su entorno y a la gente pero al mismo tiempo distante y remoto. Bajo ningún aspecto un ser “empático”, como postula la corrección política del siglo XXI.

La suya es una conciencia que simula derramarse sobre las páginas, que se analiza y examina, que todo lo confiesa, libera y expulsa. Es un “yo” aislado y en el fondo herido, pero dominante en su papel literario de observador de la realidad en sus facetas más toscas y cotidianas.

Circula en moto, se mueve por centros comerciales, piletas de natación (el deporte favorito de Levé) y zonas rojas parisinas, se cruza con linyeras, observa patios de escuela, revela sus problemas con la depresión y la psiquiatría institucionalizada, frecuenta galerías de arte, y desvía la mirada de posibles conocidos cuando asiste a un “vernissage”.

Después escribe: “Me gusta este zapping humano, esta euforia de encuentros posibles pero no necesarios. La abundancia del vacío. La ausencia de obligación. La duración libre. La libertad de irse sin despedirse. La vanidad asumida y sin culpa, porque uno está ahí para ver obras de arte, algo que por supuesto no hace. Uno mira a la gente, habla con ella, la ve interrumpir agradablemente el espectáculo. Carteles y comunicados de prensa interrumpidos por el ruido de fondo, imágenes con personas vivas tapándolas”.

EXPERIMENTOS

Aunque hablar ya de vanguardias o escritura experimental suena pasado de moda, es muy difícil no barajar esos términos para definir los esfuerzos literarios de Levé. Inéditos contiene un representativo abanico de intentos por fracturar las formas de la literatura, jugar con palabras, sonidos y significados, concebir los textos a partir de la mirada de la fotografía o el arte.

Clausurada su actividad como pintor en 1995, Levé pasó del arte conceptual a la literatura conceptual, recuerda en el prólogo de este libro su amigo Thomas Clerc, quien también se encargó de la selección de los escritos.

Al hacer ese cruce entre orillas, observa Clerc, Levé estaba imitando el recorrido de un antepasado ilustre, Marcel Duchamp. Del lado literario lo esperaban maestros que ya habían ensayado el tipo de alquimia intelectual que sería reconocible en su obra futura: Raymond Roussel, Georges Perec y Raymond Queneau.

“Entusiasmado con sus exploraciones -escribe Clerc-, Edouard Levé se acercó a la literatura desde una nueva perspectiva, sin sacralizarla en lo más mínimo, y si bien no era una terra incognita para él -siempre le interesó la relación entre la imagen y la palabra, a menudo leía y releía a los mismos autores (Perec, Proust, Roussel y todos los que menciona en Autorretrao), y ya escribía para sí mismo-, lo cierto es que pasó a concebirla como el reverso de una hoja de papel cuyo anverso era el arte”.

Inéditos puede funcionar como puerta de entrada a esas “exploraciones” para quien nunca se topó con ellas. Pero se intuye que su condición de papeles perdidos y sobrevivientes requiere, para su mayor disfrute, del entusiasmo insobornable del iniciado.