EL MAURITSHUIS REVIVE LOS VIAJES INICIATICOS DE LA ARISTOCRACIA BRITANICA
Ecos artísticos del ‘Grand Tour’
Pinturas, esculturas y otros objetos traídos desde Italia integran la muestra en la pinacoteca neerlandesa. Testimonian la atracción de la península sobre generaciones de jóvenes anglosajones.
Mucho antes de los “años sabáticos” y los viajes de mochileros, los hijos de la aristocracia británica emprendían largas rutas por Europa antes de completar su formación. Por estos días el museo Mauritshuis de La Haya revive ese Grand Tour con una exposición de obras que reúne palacios italianos, volcanes en erupción, paisajes venecianos, retratos y ruinas clásicas.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el 4 de enero, ofrece pinturas, esculturas y objetos adquiridos en Italia, donde esos viajeros adinerados buscaban formación académica, aventuras y recuerdos. Reúne también préstamos de Burghley House, Holkham Hall y Woburn Abbey, tres de los palacios de campo ingleses más célebres que al día de hoy permanecen en manos privadas.
El Grand Tour era el equivalente a un “año sabático” entre la secundaria y los estudios superiores. Aunque para los jóvenes nobles, acompañados de tutores privados, podía durar varios años.
En su nueva muestra el Mauritshuis recuerda que se trataba de la culminación de la educación clásica y de una manera de “sacarse de encima la imprudencia de la juventud”.
LO CLASICO
El pretexto era conocer mejor la Antigüedad clásica y aprender idiomas y culturas extranjeras. Pero según recordó Martine Gosselink, directora del Mauritshuis, no todos los jóvenes ingleses se lo tomaban tan en serio.
Un jurista francés, citado por el museo, observó que “algunos abandonaban la ciudad sin haber visto más que otros ingleses, y sin siquiera saber dónde estaba el Coliseo”.
Los itinerarios llevaban de París a Roma, Florencia, Nápoles o Venecia. Por el camino se aprendían lenguas, se visitaban ruinas, se establecían contactos y se coleccionaba arte, pero también abundaban el juego, las fiestas o los romances. A los tutores que se encargaban de mantenerlos a raya se los llamaba “domadores de osos”.
Las cartas y diarios de la época reflejan tanto entusiasmo como decepción.
“De todas las ciudades de Italia, la que menos me satisface es Venecia… casas en ruinas y mal construidas, y fosas apestosas dignificadas con el pomposo nombre de canales”, escribió uno de esos viajeros.
Otro confesó que la llegada a Roma le produjo “una decepción” y describió a los romanos como “la gente más desagradable de la cristiandad… si no hubiera conocido a los portugueses”.
“Estos viajes no eran solo contemplar ruinas, eran también aventuras, amores y compras para decorar las mansiones inglesas”, explicó Gosselink, quien ha recordado que muchas de esas obras adquiridas en Italia aún cuelgan en salones y bibliotecas de casas históricas.
MIRADA IRONICA
En la exposición se incluye una cita del escritor James Boswell, consagrado biógrafo del doctor Samuel Johnson, en la que justificaba sus excesos en una ciudad “donde las prostitutas tienen licencia del cardenal”.
También se menciona al poeta Samuel Rogers, que ironizaba acerca de ingleses que recorrían el Vaticano sin entender nada. Entre ellos circulaba la broma de que “el Coliseo será un gran edificio cuando esté terminado”.
La curadora de la muestra, Ariane van Suchtelen, apuntó al retrato como el souvenir por excelencia: en Roma; el pintor Pompeo Batoni llegó a ser el favorito de los ingleses, y en Venecia los nobles hacían fila para ser inmortalizados por Rosalba Carriera.
La exposición presenta el retrato de Thomas William Coke, con apenas 19 años.
“Aparece con su capa de caza elegante, rodeado de ruinas romanas y con una estatua clásica al fondo”, precisó Van Suchtelen.
En Burghley House, John Cecil viajó con su esposa e hijos en el XVII, acompañado de criados y caballos, adquiriendo tapices, muebles y cientos de pinturas. Su descendiente, Brownlow, siguió sus pasos en el XVIII y se convirtió en admirador de la suizo-austriaca Angelica Kauffman en Nápoles.
Mientras que en Holkham Hall, Thomas Coke hizo, con tan solo 15 años, un viaje de seis años a Italia (1712–1718) en el que reunió una colección que luciría en la mansión que mandó construir a su regreso. Sus adquisiciones incluyen paisajes de Claude Lorrain y el retrato de su sobrino-nieto por Batoni.
En Woburn Abbey, John Russell, duque de Bedford, encargó a Canaletto la mayor serie de las vistas venecianas que se conservan: más de 24 cuadros aún colgados en su comedor, de los que han viajado al Mauritshuis dos piezas que exhiben al Gran Canal y Santa Maria della Salute.
TURISMO DE MASAS
Aquellos viajes iniciáticos fueron el comienzo del turismo de masas y la industria de los recuerdos.
Se compraban fósiles, monedas, esculturas pequeñas y, a menudo, falsificaciones, como un león de mármol vendido a Brownlow Cecil como supuesto hallazgo romano que al final resultó una reproducción fabrica en del XVIII.
El Grand Tour entró en declive con las guerras napoleónicas (1803–1815) y perdió exclusividad con la llegada del ferrocarril, que democratizó los viajes, pero su legado subsiste en las casas de la nobleza británica.
“Al final, un pedazo de Italia siempre volvía a Inglaterra”, concluyó Gosselink.