Drogas: la producción masiva de ‘esclavos’

El ‘combo’ letal que se cierne como ‘sombra’ en la Argentina es la sobreoferta de sustancias con un narco-marketing de banalización de los daños, pobreza fuerte casi sin escolarización y desfamiliarización evidente.

Frente a esto no se nota en el espectro político un programa que apunte a una fuerte política de prevención. Al contrario, desde posturas de supuesta izquierda o de cierta derecha, la liberación de las drogas es una liberación cultural o una oferta más del mercado.

El consumo de marihuana creció del 7,8 por ciento al 13,8 por ciento en el último año, la prevalencia de vida (consumo anual) es de 26,3 por ciento, según los datos del Indec y Sedronar.

La marihuana está banalizada en su uso y los que trabajamos en adicciones sabemos que es un ‘caballo de Troya’ hábilmente ideado para la entrada en el mundo de las drogas, especialmente en los que tienen vulnerabilidades cerebrales, de conducta, abandonos, depresiones y falta de escolarización.

Desde la primera pubertad, el “odio a sí mismo”, ligado al abandono, la falta de escuela y de contención lleva a una situación de inermidad suicida. Además, está aumentando el consumo familiar, con casos de tres generaciones que consumen y el “postre familiar”, a veces, parece ser el plato de cocaína.

Argentina ocupa el primer lugar en el consumo de alcohol juvenil superando a los Estados Unidos (datos Unodoc, agosto 2022), y el segundo lugar en América Latina junto a Uruguay en el consumo de cocaína.

Uruguay es un ejemplo interesante a analizar, ya que liberó y legalizó la marihuana en las farmacias, permitió clubes cannábicos y la gente la compra en circuitos ilegales que la hacen más barata y más potente.

El cerebro, una vez que se desregulan los circuitos químicos, quiere más, más y el final es el progresivo aumento de la autodestrucción.

Se habla del fentanilo, que es una maniobra de organizaciones chinas, carteles mexicanos y laboratorios corruptos americanos, pero para llegar al fentanilo se pasó por la escalera de diversas drogas.

La inflación en ascenso y el proceso electoral dificulta ver hechos claves. Ya es claro que existe un suprapoder que impera sobre el Estado mismo.

La abstinencia parece mandar. No pueden parar de consumir y la neuro-moral (circuitos superiores del sistema nervioso) ya está dañada después de tanto paco u otras drogas. El “otro” parece no existir y el remordimiento salvífico desapareció.

 

DETERIORADOS

El consultorio resulta ser una cara triste de esta realidad porque el suprapoder, a través del neuromarketing, cancela la prevención en las escuelas y en las familias, y la detección precoz casi no existe. Llegan deteriorados a consulta con años de calle y decrepitud, muchos sin padres, ya que nuestra sociedad tiene altos índices de des-familiarización. Jóvenes solos, casi sin escuela. 

Al lado de esto se destaca una sociedad anómica (anémica de normas y valores) que asiste paralizada a la muerte y se refugia en ‘bunkers’, que son las propias casas.

Barrios como Constitución muestran el ‘infierno terrenal’, con venta de sexo, drogas, armas. Hay invasión de bandas que adoctrinan a menores inermes, sin escuela, en verdaderas academias del delito. Rápidamente ingresan a distintos circuitos de distribución, como “barras bravas”, que son mano de obra para actividades marginales, distribución de drogas, manejo y compra de armas, correos de dinero a distribuir.

La ruta de la soja, del petróleo y del gas posee una oferta masiva de sustancias y multitud de casinos, porque donde hay dinero, van las drogas y el juego. Pequeños pueblos del interior agroganaderos tienen circuitos de distribución. El supra Estado extiende tentáculos en todos los rincones del país.

El negocio de los narcóticos llega al circuito de la prostitución VIP, en el que se vende la droga con mujeres contratadas. Todo se consigue en ese reino del mal: sicarios, piratas del asfalto, trata de personas con droga incluida y mujeres en transacción.

 

GUERRA CULTURAL

El consumidor de drogas “ama” lo que lo destruye y por eso, en principio, no desea tratarse. Placer inicial, angustia después, porque no tiene más ese placer, abstinencia, vacío, más angustia, depresión profunda, porque todo lo que ingiere ya no surte efecto, y al final llega el suicidio.

Como señaló Rod Dreher: “Es posible que las familias no estén interesadas en la guerra cultural, pero la guerra cultural está interesada en ellas”.

La destradicionalización en Occidente permite que reine el “totalitarismo blando”, de los que imponen y rentan con gran plusvalía un modo de vida alienado y mortífero.

Ni Gramsci, un neo-marxista que pregonaba que el Occidente no caería por la lucha de clases sino por la caída de los fundamentos de su cultura, lo hubiera visto tan fácil o como decía Marx todo “lo sólido se desvanecerá en el aire”. 

Mundo de suicidios diferidos donde se trata de colmar hasta el ras los agujeros de una vida sin sentido. La des-familiarización creciente completa este cuadro de eutanasia social en la que las discapacidades de jóvenes hasta la muerte final es cosa que vemos todos los días. La desfamiliarización -objetivo clave para el totalitarismo blando- asegura la borrosidad de todos los límites de contención tan necesarios para los jóvenes.

Hombres y mujeres sin apellido, o que aborrecen ese apellido que alguno les dejó, se transforman merced a la vida que llevaron y a la historia que repudian de sus ancestros. Así, siendo seres anónimos, con identidades falseadas, en ese anonimato van quedando reducidos al arbitrio de otros. Viven la vida de los condenados. Así surgirá el ser anónimo, un robot humano, un ser en serie en términos de Sartre.

Se necesita, además, de una cultura y de una mercadotecnia con una reingeniería social de base que sean el sustento de la droga. Hoy se la llama la cultura “woke” (del despertar) donde se cancela todo aquello que impida el triunfo de esta concepción. El sociólogo canadiense Mathieu Bock Cote se refiere a esto con su libro ‘La revolución racial’. Todo el mundo debe hacer penitencia y agachar la cabeza ante el pensamiento decretado como políticamente correcto.

La cultura de la cancelación es una rama pujante del llamado pensamiento político correcto que abarca todas las estructuras sobre las que se apoyaba Occidente. Se derriban estatuas, se proscriben libros, se atacan los grandes monumentos clásicos de la literatura, se demonizan a personajes y las palabras “opresión”, “odio”, “racismo”, “discriminación” son parte del vocabulario que se repite hipnóticamente como verdades concluyentes en la lógica amigo-enemigo. Hay que reeducar por completo a la población, deconstruir sus prejuicios y los pueblos occidentales son una categoría contrarrevolucionaria a liquidar.

Toda propuesta preventiva va a ser rechazada e incluso la evidencia de los daños sociales, familiares y personales que ocasiona el consumo. Negar la evidencia forma parte de la cultura de la cancelación.

Ya hay muchos que se resisten a este mundo de orfandad e intemperie y este es el germen de la reacción y de la esperanza.