La orfandad afectiva es un hecho clave en los traumas infantiles y adolescentes que acompañan o anteceden al consumo masivo de drogas. Los hechos clínicos cotidianos nos enseñan ante esta nueva clínica contemporánea.
Mientras tanto, desde un cierto discurso dominante se promueve el descenso de la natalidad. La familia como concepto sanador brilla por su ausencia y la vejez es vista como un descarte cuando en la antigüedad era sinónimo de sabiduría preconizándose hoy, incluso, la eutanasia. Descenso de natalidad y eutanasia parecerían ser sinónimos de modernidad liquida, acuosa e insustancial.
ANTISOCIAL
La clínica diaria con nuestros pacientes nos enseña todo esto. De repente me di cuenta que caminaba por la Avenida Rivadavia (Primera Junta) en Buenos Aires con un joven que recibimos en la comunidad terapéutica cuando tenía 16 años como el típico proyecto de personalidad “antisocial” y que era derivado por un juez.
Me había pedido tomar un café y previamente lo invité a caminar para relajarnos y luego nos sentamos a platicar de distintos temas: futbol, por ejemplo. Me dijo que estaba estudiando auxiliar de enfermería y que le costaba, no podía entender. Le ofrecí que pidiera ayuda a un médico o a un enfermero de la institución que lo podía ayudar. Indudablemente se estaba identificando con algún miembro de la comunidad que ejercía la enfermería.
Abandonado desde que nació luego fue adoptado por un perverso que lo mandaba a robar y así fue pasando de instituto de menores en instituto .Dormía en plazas, enfundaba revólveres, formaba parte de una barrabrava de futbol de Floresta. Hasta que lo conocimos mandado por esa indicación judicial.
Pensé en nuestro lema institucional la “cura con amor terapéuticamente hablando”, que Freud menciona en el trabajo de la Gradiva y que surge del mito de Pompeya y que retrata magistralmente Wilhem Jensen en su novela. Estábamos caminando por Av. Rivadavia y en el mito de Gradiva (que en el Vaticano hay una réplica) se significaba como la que “resplandece al andar”, avanzar, pero avanzar a través del amor.
Indudablemente el paciente se sintió amado en esta segunda casa organizada y estructurada que es la comunidad terapéutica y el también como la Gradiva “resplandecía al andar”.
Sentí que nuestra profesión tenía sentido mientras al mismo tiempo recibo un chat de un alto funcionario judicial que me comentaba que no sabían que hacer con los miles de adictos que había en la Argentina. Pensé que habría que crear cientos de centros comunitarios con profesionales aptos en la psicología y la psiquiatría, así como operadores terapéuticos para generar hogares sustitutos como decía aquel mensaje de la comunidad terapéutica americana cuando empecé a estudiar adicciones en el extranjero.
FAMILIA SUSTITUTA
En Nueva York allá por los 80 me sorprendieron dos carteles a la entrada: “Esta es tu familia sustituta” y “No hay comida gratis” (nada se consigue sin esfuerzo). Nunca como hoy estos lemas adquieren tanta significación.
Sentí una gran emoción al caminar con él ya que recordé cuando lo recibí y muchos me dijeron que nos íbamos como “institución a comprarnos un problema”. Al principio era hostil y agresivo e incluso llegue a sentir miedo por temor a una agresión. Parecía un infrasocializado. Para él, todo empezó a cambiar.
EL DESAMOR MATA
Estamos diseñados para dar y recibir amor. Esta verdad es en realidad la piedra angular de nuestra existencia. Y no es solo una cuestión de fe; la historia, la ciencia y la experiencia cotidiana lo confirman con una contundencia implacable. Sin amor puedes morir.
A lo largo del siglo XIX, más de la mitad de los lactantes internados por abandono en las llamadas inclusas (instituciones en donde se recogían niños ) morían antes de cumplir un año en Europa.
La razón no era la falta de comida o abrigo, sino algo más profundo: la ausencia de amor. Se lo llamó “marasmo”, una palabra griega que significa paralización, inmovilidad, apatía, atonía, que en su fin lleva a la perdida de calorías y proteínas que pueden llevar a la muerte.
Estos bebés se apagaban como una vela sin oxígeno, no porque sus cuerpos no recibieran alimento, sino porque sus almas morían de frío y fundamentalmente de acogida amorosa. Ternura materna.
Este horror no terminó con el siglo XIX. En la segunda década del siglo XX, la tasa de mortalidad infantil en algunas instituciones de menores estadounidenses era cercana al cien por cien.
En cambio, el doctor Fritz Talbot, en Alemania, en la clínica infantil de Düsseldorf, descubrió que es lo que estaba sucediendo en los niños que morían sin causa aparente. Pues allí, una anciana, la Vieja Anna, se ocupaba de los bebés desahuciados. No tenía conocimientos médicos ni fórmulas mágicas.
Su único secreto era abrazarlos, acunarlos, hablarles. Y aquellos pequeños que la ciencia ya había dado por perdidos, sobrevivían. La solución era tan simple como olvidada: ternura.
La revolución llegó cuando los hospitales y orfanatos comenzaron a aplicar cuidados maternales. En el Hospital Bellevue de Nueva York, tras instaurar un régimen en el que los bebés eran cogidos en brazos y acariciados, la mortalidad infantil cayó del 30-35 % a menos del 10 %.
El “HOSPITALISMO”
El psicoanálisis nos ayudó a entender esta verdad de perogrullo: el amor es vida y da vida. Un genio húngaro exiliado en U.S.A. por la Segunda Guerra Mundial el Dr. Psicoanalista Rene Spitz descubrió el hospitalismo: conjunto de perturbaciones somáticas y psíquicas provocadas en los niños durante los primeros 18 meses de vida por la permanencia prolongada en una institución hospitalaria donde se encontraban privados de su madre.
Es precisamente en los niños criados en ausencia completa de su madre en donde los cuidados son administrados en forma anónima sin un lazo afectivo solido donde se constata el denominado hospitalismo: retardo del desarrollo corporal, habilidad manual, adaptación al medio ambiente, problemas en el aprendizaje del lenguaje, disminución de la resistencia a las enfermedades y en los casos mas graves marasmo y muerte.
Spitz diferencia el hospitalismo de la llamada por el “depresión anaclitica” (mutismo que se asemeja al autismo y puede llevar a la psicosis) que sucede cuando el niño sufre una privación afectiva parcial cuando hasta entonces había disfrutado de una relación normal con la madre y puede desaparecer al volver a encontrar a su madre.
Hoy el hospitalismo parecería estar dentro de las casas rodeados todos de aparatos electrónicos y apartados , por supuestos todos, de los vínculos afectivos.
MUNDO CON OLVIDO
Este drama infantil no es más que el reflejo de una realidad más amplia. No sólo los bebés necesitan amor. También los adultos. Y, sin embargo, vivimos en un mundo que empuja a lo contrario.
Nos aísla detrás de pantallas, nos hace creer que la autosuficiencia es la meta, que el contacto es una debilidad y que la vulnerabilidad es un defecto.
Pero la verdad es otra: somos relacionales y estamos hechos para el encuentro. La felicidad no está en la acumulación ni en la independencia absoluta, sino en la entrega.
El individualismo extremo de nuestra época nos ha hecho olvidar esto. Nos ha vendido la idea de que la autorrealización pasa por separarnos de los demás, por no depender de nadie, por convertirnos en nuestros propios dioses.
Pero la paradoja es que cuanto más nos encerramos en nosotros mismos, más nos marchitamos.
Estamos hechos para dar y recibir amor. Y en esa entrega, encontramos la plenitud. Porque, al final del día, lo único que permanece es lo que florece o sea lo que dimos.
* Rehabilitación en adicciones.
Mientras tanto, desde un cierto discurso dominante se promueve el descenso de la natalidad. La familia como concepto sanador brilla por su ausencia y la vejez es vista como un descarte cuando en la antigüedad era sinónimo de sabiduría preconizándose hoy, incluso, la eutanasia. Descenso de natalidad y eutanasia parecerían ser sinónimos de modernidad liquida, acuosa e insustancial.
ANTISOCIAL
La clínica diaria con nuestros pacientes nos enseña todo esto. De repente me di cuenta que caminaba por la Avenida Rivadavia (Primera Junta) en Buenos Aires con un joven que recibimos en la comunidad terapéutica cuando tenía 16 años como el típico proyecto de personalidad “antisocial” y que era derivado por un juez.
Me había pedido tomar un café y previamente lo invité a caminar para relajarnos y luego nos sentamos a platicar de distintos temas: futbol, por ejemplo. Me dijo que estaba estudiando auxiliar de enfermería y que le costaba, no podía entender. Le ofrecí que pidiera ayuda a un médico o a un enfermero de la institución que lo podía ayudar. Indudablemente se estaba identificando con algún miembro de la comunidad que ejercía la enfermería.
Abandonado desde que nació luego fue adoptado por un perverso que lo mandaba a robar y así fue pasando de instituto de menores en instituto .Dormía en plazas, enfundaba revólveres, formaba parte de una barrabrava de futbol de Floresta. Hasta que lo conocimos mandado por esa indicación judicial.
Pensé en nuestro lema institucional la “cura con amor terapéuticamente hablando”, que Freud menciona en el trabajo de la Gradiva y que surge del mito de Pompeya y que retrata magistralmente Wilhem Jensen en su novela. Estábamos caminando por Av. Rivadavia y en el mito de Gradiva (que en el Vaticano hay una réplica) se significaba como la que “resplandece al andar”, avanzar, pero avanzar a través del amor.
Indudablemente el paciente se sintió amado en esta segunda casa organizada y estructurada que es la comunidad terapéutica y el también como la Gradiva “resplandecía al andar”.
Sentí que nuestra profesión tenía sentido mientras al mismo tiempo recibo un chat de un alto funcionario judicial que me comentaba que no sabían que hacer con los miles de adictos que había en la Argentina. Pensé que habría que crear cientos de centros comunitarios con profesionales aptos en la psicología y la psiquiatría, así como operadores terapéuticos para generar hogares sustitutos como decía aquel mensaje de la comunidad terapéutica americana cuando empecé a estudiar adicciones en el extranjero.
FAMILIA SUSTITUTA
En Nueva York allá por los 80 me sorprendieron dos carteles a la entrada: “Esta es tu familia sustituta” y “No hay comida gratis” (nada se consigue sin esfuerzo). Nunca como hoy estos lemas adquieren tanta significación.
Sentí una gran emoción al caminar con él ya que recordé cuando lo recibí y muchos me dijeron que nos íbamos como “institución a comprarnos un problema”. Al principio era hostil y agresivo e incluso llegue a sentir miedo por temor a una agresión. Parecía un infrasocializado. Para él, todo empezó a cambiar.
EL DESAMOR MATA
Estamos diseñados para dar y recibir amor. Esta verdad es en realidad la piedra angular de nuestra existencia. Y no es solo una cuestión de fe; la historia, la ciencia y la experiencia cotidiana lo confirman con una contundencia implacable. Sin amor puedes morir.
A lo largo del siglo XIX, más de la mitad de los lactantes internados por abandono en las llamadas inclusas (instituciones en donde se recogían niños ) morían antes de cumplir un año en Europa.
La razón no era la falta de comida o abrigo, sino algo más profundo: la ausencia de amor. Se lo llamó “marasmo”, una palabra griega que significa paralización, inmovilidad, apatía, atonía, que en su fin lleva a la perdida de calorías y proteínas que pueden llevar a la muerte.
Estos bebés se apagaban como una vela sin oxígeno, no porque sus cuerpos no recibieran alimento, sino porque sus almas morían de frío y fundamentalmente de acogida amorosa. Ternura materna.
Este horror no terminó con el siglo XIX. En la segunda década del siglo XX, la tasa de mortalidad infantil en algunas instituciones de menores estadounidenses era cercana al cien por cien.
En cambio, el doctor Fritz Talbot, en Alemania, en la clínica infantil de Düsseldorf, descubrió que es lo que estaba sucediendo en los niños que morían sin causa aparente. Pues allí, una anciana, la Vieja Anna, se ocupaba de los bebés desahuciados. No tenía conocimientos médicos ni fórmulas mágicas.
Su único secreto era abrazarlos, acunarlos, hablarles. Y aquellos pequeños que la ciencia ya había dado por perdidos, sobrevivían. La solución era tan simple como olvidada: ternura.
La revolución llegó cuando los hospitales y orfanatos comenzaron a aplicar cuidados maternales. En el Hospital Bellevue de Nueva York, tras instaurar un régimen en el que los bebés eran cogidos en brazos y acariciados, la mortalidad infantil cayó del 30-35 % a menos del 10 %.
El “HOSPITALISMO”
El psicoanálisis nos ayudó a entender esta verdad de perogrullo: el amor es vida y da vida. Un genio húngaro exiliado en U.S.A. por la Segunda Guerra Mundial el Dr. Psicoanalista Rene Spitz descubrió el hospitalismo: conjunto de perturbaciones somáticas y psíquicas provocadas en los niños durante los primeros 18 meses de vida por la permanencia prolongada en una institución hospitalaria donde se encontraban privados de su madre.
Es precisamente en los niños criados en ausencia completa de su madre en donde los cuidados son administrados en forma anónima sin un lazo afectivo solido donde se constata el denominado hospitalismo: retardo del desarrollo corporal, habilidad manual, adaptación al medio ambiente, problemas en el aprendizaje del lenguaje, disminución de la resistencia a las enfermedades y en los casos mas graves marasmo y muerte.
Spitz diferencia el hospitalismo de la llamada por el “depresión anaclitica” (mutismo que se asemeja al autismo y puede llevar a la psicosis) que sucede cuando el niño sufre una privación afectiva parcial cuando hasta entonces había disfrutado de una relación normal con la madre y puede desaparecer al volver a encontrar a su madre.
Hoy el hospitalismo parecería estar dentro de las casas rodeados todos de aparatos electrónicos y apartados , por supuestos todos, de los vínculos afectivos.
MUNDO CON OLVIDO
Este drama infantil no es más que el reflejo de una realidad más amplia. No sólo los bebés necesitan amor. También los adultos. Y, sin embargo, vivimos en un mundo que empuja a lo contrario.
Nos aísla detrás de pantallas, nos hace creer que la autosuficiencia es la meta, que el contacto es una debilidad y que la vulnerabilidad es un defecto.
Pero la verdad es otra: somos relacionales y estamos hechos para el encuentro. La felicidad no está en la acumulación ni en la independencia absoluta, sino en la entrega.
El individualismo extremo de nuestra época nos ha hecho olvidar esto. Nos ha vendido la idea de que la autorrealización pasa por separarnos de los demás, por no depender de nadie, por convertirnos en nuestros propios dioses.
Pero la paradoja es que cuanto más nos encerramos en nosotros mismos, más nos marchitamos.
Estamos hechos para dar y recibir amor. Y en esa entrega, encontramos la plenitud. Porque, al final del día, lo único que permanece es lo que florece o sea lo que dimos.
* Rehabilitación en adicciones.