El triunfo de octubre fortaleció a Javier Milei, pero no cambió sus dos mayores desafíos: conseguir los dólares para sortear la crisis financiera que le legó el peronismo y controlar un Congreso superpoblado de opositores que apuestan a su fracaso como única manera de recuperar el poder. En ambos casos mantiene la iniciativa, aunque no ha conseguido despejar totalmente la incertidumbre.
En materia cambiaria dio anteayer un giro pragmático. Resolvió duplicar el ritmo devaluatorio, medida que le venían reclamando el FMI y los bancos que habían comprado dólares, porque creyeron que el Gobierno iba a perder en octubre. La mala apuesta les produjo pérdidas más graves que las que tuvo el peronismo en las urnas.
La idea de la devaluación es que el Banco Central acumule reservas para pagar los vencimientos de deuda del año próximo que son siderales para el tamaño de una economía como la nativa.
Luis Caputo trató de conseguir crédito en el mercado voluntario de deuda, pero no pudo lograrlo en las condiciones que pretendía. Tampoco parece que Donald Trump esté dispuesto a acudir a un segundo salvataje del gobierno libertario como el de la campaña electoral, de manera que la única salida fue aumentar el valor del dólar oficial más rápido de lo que Milei estaba inicialmente dispuesto a hacer.
La decisión fue aplaudida por el elenco estable de economistas que se expresa a través de los medios y redes sociales, lo que no es garantía de nada. Se trata de los mismos expertos que vienen opinando desde hace años sobre una economía que no encontró una posible vía de salida hasta que llegó Milei con un programa superortodoxo de ajuste fiscal.
El efecto de toda devaluación será el del empobrecimiento de los que tienen pesos. Lo que queda por averiguar, entonces, es su magnitud y la respuesta social a una decisión la que el Gobierno se resistía. La estabilidad del dólar había mejorado la capacidad adquisitiva de quienes dependen de un ingreso fijo; en los próximos meses se verá cómo impacta en ese fenómeno la suba del billete norteamericano.
Todo esto ocurre en momentos en que el Gobierno trata de aprobar en el Congreso un paquete de proyectos económicos y políticos de importancia diversa. De todos ellos, el de mayor relevancia política es la reforma laboral, por más de una razón.
La pulseada parlamentaria se libra en el Senado, bastión histórico del peronismo, donde fracasaron anteriores intentos de gobiernos no peronistas. Por eso, de consumarse, la sanción de la ley representaría un golpe de kock out para el sindicalismo peronista y una fuerte señal en favor de la gobernabilidad.
A primera vista los números abren esa posibilidad para los libertarios. Deben “persuadir” a los radicales -que están muy divididos- y a unos pocos representantes de partidos provinciales. Está abierta la posibilidad de que por primera vez en dos años, la política ayude a Luis Caputo a fortalecer a la economía y no al revés como ha sucedido hasta ahora.
