Dos años más tarde…
Emergente del descontento popular, en términos políticos Javier Milei es hijo directo del hartazgo de la sociedad argentina hacia una manera de gobernar que sólo dejó a su paso promesas incumplidas.
Su ascenso al poder, del cual esta semana se cumplen dos años, implica el fracaso de un proyecto colectivo y el triunfo de un individualismo ramplón que anida en la rudimentaria idea de que si a cada una de las personas le va bien, por propiedad transitiva progresarán todos.
Supo venderse como un outsider de la política en aquellos acalorados debates televisivos de la campaña electoral, pese a que durante cuatro años ocupó un sillón en la Cámara de Diputados de la Nación. No se le conocen mayores proyectos de ley sino apenas su rostro abúlico y alguna que otra intervención airada.
Sus propuestas disruptivas de quemar el Banco Central y dolarizar la economía, entre otras fantasías, caló hondo en un electorado puesto nuevamente a dirimir la contienda presidencial entre más de lo mismo. Su perfil de estrella del rock, su raro pasado como arquero, las caminatas blandiendo una motosierra, la campera de cuero y el peinado revuelto terminaron por construir la imagen de lo nuevo. Milei fue el soplo de aire fresco que muchos hacía tiempo querían respirar.
Ungido presidente de la Nación tuvo la infeliz ocurrencia de afirmar que él era el topo que venía a destruir al Estado desde adentro. Ni Carlos Menem se atrevió a tanto. Pudo haber elegido otros verbos como transformar, reducir, mejorar pero entonces no hubiera sido sincero con los argentinos y, mucho menos, consigo mismo.
“Es como estar infiltrado en las filas enemigas, la reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odie al Estado y yo odio tanto al Estado que estoy dispuesto a soportar todo este tipo de mentiras, calumnias e injurias, tanto sobre mi persona como mis seres más queridos, que son mi hermana y mis perros y mis padres, con tal de destruir al Estado”, le confesó Milei al sitio estadounidense The Free Press.
TILDES VERDES
Desde el comienzo de su gestión el amplio y variopinto arco de economistas le reclamó al nuevo gobierno un programa económico que nunca vimos. Con el paso del tiempo decantó la idea de que tal vez no lo haya y que el eje de su accionar esté dado por un puñado de elementos: superávit fiscal, cueste lo que cueste; apertura económica y el mandamiento de que la Argentina debe funcionar bajo la lógica del mercado. Nada de lo que pueda ser ofrecido por el sector privado debe estar en manos del Estado, repiten los libertarios como un mantra.
Lo cierto es que dos años después de haberse sentado por primera vez en el Sillón de Rivadavia, la gestión Milei puede exponer algunos resultados. Menos sólidos tal vez de lo que ellos hubieran deseado, con algo de victoria a lo Pirro, como descalifica la oposición.
En esencia el equipo económico logró en tiempo récord lo que otros no han conseguido nunca: el superávit fiscal, espíritu mismo del modelo. Los números positivos son un estandarte que no se negocia y que se obtuvo tras el efecto disolvente de la inflación sobre las jubilaciones y del fervoroso recorte de la motosierra aplicado al gasto público.
El superávit fiscal reduce la emisión monetaria y, de esta manera, sofoca el proceso inflacionario. Los expertos proyectan que el año próximo el Indice de Precios al Consumidor podría caer al 1% mensual, y que en 2027 la cifra anual tal vez sea de sólo un dígito. Aplacada la inflación surge un escenario más cierto para toda la economía, desde negociar salarios, renovar alquileres o proyectar los costos de producción.
Estamos por llegar a la segunda Navidad en la Era Milei y todos aquellos agoreros de la convulsión social caminan hoy por calles en calma. Nadie lo hubiera pensado cuando el equipo económico inició el ajuste. Las aguas sociales están calmas, pese a todo. El diputado Daniel Arroyo lo explicó con simpleza: el Gobierno aumentó por encima de la inflación la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar. Al resto del andamiaje social le quitó los recursos y los arrojó en brazos de los municipios, a los que no se les cae una moneda.
La victoria en las elecciones legislativas de octubre le sirvió al Gobierno para confirmar el rumbo: a partir de esta semana tendrá un mayor equilibrio de fuerzas dentro del Congreso de la Nación y podrá impulsar proyectos tales como las reformas laboral e impositiva. La primera fue históricamente un fantasma que sembraba terror entre los trabajadores, pero en un contexto donde el empleo informal llega al 37% los cambios en las normas ya no son mirados con recelo. Una vez más Milei demuestra que tiene muñeca y sabe filtrarse por la coyuntura.
En la lógica del gobierno libertario lo primero es garantizar las condiciones de operación a la empresa privada. Luego, si todo sale bien, se producirá el derrame. Es, para ellos, como poner los caballos adelante del carro. Es dable resaltar la estrategia porque la Argentina democrática ha transitado siempre el camino inverso.
Todas estas medidas no han hecho más que ayudar a generar un clima de negocios pocas veces visto –o que hace mucho que no vemos-. Bien vale decir también que el movimiento es quirúrgico y se detecta sólo en los sectores que tienen proyección de futuro, tal el caso de la energía, el agro o la minería. De allí los millonarios anuncios de inversión de Camuzzi, que hundirá u$s 3.900 millones para exportar gas licuado desde La Plata; o el plan de u$s 800 millones de Trasnportadora Gas del Sur para ampliar el gasoducto Perito Moreno.
TILDES ROJAS
En el Debe de la gestión económica encontramos las raquíticas reservas del Banco Central, que ponen a la Argentina en un estado de fragilidad preocupante. Pese a que el ratio deuda externa-PBI es de tan sólo el 78%, no tener los dólares para pagarla ni acceso al mercado voluntario de crédito producen cierto cosquilleo en el estómago.
Tan endeble es esta posición que cualquier suceso adverso, como pudo haber sido la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, desata una pronta corrida de cobertura hacia el dólar. De allí que fuera necesario el rescate y la intervención en la plaza local del mismísimo Tesoro de los Estados Unidos para llevar algo de calma antes de las elecciones.
Contra lo que manda el manual liberal, el Gobierno mantiene las restricciones en torno al dólar. Sabe que no puede liberarlo ya que una esporádica escalada impactaría de lleno sobre los precios y echaría por tierra todo el esfuerzo para bajar la inflación.
El asunto es que con el actual esquema de bandas el dólar ha quedado retrasado, a tal punto que favorece las importaciones y le resta competitividad a las exportaciones, adonde también talla un entramado impositivo que obra como un lastre. Así las cosas, el dólar barato lubrica la salida de turistas al exterior, que se llevan sus billetes verdes para gastar en otro lado. En octubre, según datos del Indec, partieron 1.228.900 personas e ingresaron 679.000. Se viene el verano y en Brasil esperan a los argentinos con los brazos abiertos.
Las espadas liberales del gobierno tienen atornillado el lema: primero se hacen las reformas estructurales, luego se abre la economía. Cierta ansiedad parece haber trastocado el orden de la frase. Los proyectos están en las gateras del Congreso y, sin embargo, hace tiempo ya que se favorecen desde lo operativo las importaciones de bienes finales.
Vale decir que la corte de economistas que apoya al gobierno tampoco ha mentido: suele remarcar que aquellos sectores que no logran competir deberán reconvertirse, donde reconversión y quiebra surgen como sinónimos.
Sin plan para el sector productivo, claro generador de empleo, el rubro que más prospera es el de Intermediación financiera, que en octubre creció un 40% interanual, mientras Industria se retrajo 1%. Entre los sectores más expuestos al azote importador está el rubro Juguetes, que tiene 6 de cada 10 máquinas paradas. Según la Cámara, “en un año pasamos de 199 a 530 importadores de juguetes, de 9 millones a 17,5 millones de kilos importados y con el consumo en caída”. Cualquier similitud con los ’90 no es mera coincidencia.
Otro tanto vale para los textiles, sector otrora protegido de la competencia externa y acusados por Milei de “cazar en el zoológico”. La industria cayó 28% en dos años y el uso de la capacidad instalada es del 37%. En su último informe también denuncian la oleada importadora. Entre enero y octubre de 2025 las importaciones de productos textiles e indumentaria alcanzaron 332.696 toneladas y u$s 1.450 millones, lo que representa un aumento de 89% interanual en cantidades y 61% en valores.
La foto final del bienio presidencial puede tener como marco el dato de pobreza difundido el jueves por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina. Al cierre del tercer trimestre la pobreza se ubicó en 36,3%, lo cual se traduce en una fuerte baja con respecto al 45,6% de igual período del 2024.
“Este modelo requiere desmantelar el rezago estructural del paradigma industrial-sustitutivo orientado al mercado interno, habilitando una reconversión profunda que implicarán procesos de desempleo estructural, consolidación de la informalidad, expansión de formas de subsistencia y cristalización de la pobreza crónica, aun bajo esquemas de asistencia pública compensatoria”, concluye la UCA.
