El columnista invitado

Dolarización y derechos humanos

Por Diego Barceló Larran *

 

La Convertibilidad fue un intento serio de recuperar el valor del peso dándole un respaldo sólido: el dólar norteamericano. No fue una ocurrencia, sino que plasmó en una ley lo que ya ocurría en la calle: una economía bimonetaria, donde convivían el peso y el dólar.
La idea original fue que, tras años de disciplina fiscal y reformas económicas, la confianza y la productividad crecerían de forma suficiente como para permitir la libre flotación del peso, que se apreciaría. Algo similar a lo que había ocurrido con el yen japonés, que tras años de paridad fija con el dólar (360 yenes = u$s 1), comenzó a flotar y se apreció (hoy cotiza a 156 yenes).
Por diversas razones, pero fundamentalmente por la decisión política de Duhalde y Alfonsín, ese plan fracasó. Los políticos reimpusieron el uso compulsivo del peso (la “pesificación”), en la que tal vez fue la mayor intervención de contratos privados de la historia nacional. Esa imposición se hizo por los peores motivos (licuar las deudas de unos, financiar el gasto público con emisión monetaria, etc.) y en contra de las libertades de los argentinos.
Desde la caída de la Convertibilidad, la inflación acumulada es de 77.600%. Eso significa una confiscación continua de salarios, jubilaciones y ahorros. Esa es la ventaja de tener moneda propia gestionada por políticos derrochadores. Por eso los argentinos no quieren el peso y se defienden comprando dólares.
No hay motivos para pensar que volver a hacer lo mismo que en 1991 (una economía bimonetaria para recuperar el peso) vaya a tener ahora un resultado diferente. Mucho más porque, sabiendo que los políticos ya han abolido el bimonetarismo peso-dólar y reimpuesto el peso una vez, todos pensarán que, tarde o temprano, ese sería el final de la historia.
Por eso es necesario dar un paso más. Un paso que sea mucho más difícil de revertir: la dolarización. No por el deseo o las elucubraciones de un grupo de economistas, sino por la decisión abrumadoramente mayoritaria de los mismos argentinos. Argentinos que no quieren volver a ser estafados.

DIFICULTADES
Como toda reforma de fondo, poner en práctica la dolarización tiene dificultades. Por eso hay decenas (¿cientos?) de economistas, con filiación política e independientes, argentinos y extranjeros, que llevan meses discutiendo alternativas en un grado de detalle inimaginable.
Todas las críticas y riesgos que se adjudican a una dolarización en Argentina serían igualmente aplicables a cada estado norteamericano considerado individualmente. ¿O es que todos tienen sus ciclos económicos perfectamente sincronizados? ¿O es que todos tienen la misma estructura económica? ¿O es que todos tienen los mismos impuestos? Argentina tendría la misma posición que Portugal, Croacia, Grecia o cualquiera de las pequeñas economías de la zona euro, cuyo poder de decisión en el Banco Central Europeo es testimonial, pero se benefician de una moneda sólida.
Moneda sólida significa inflación baja, tasas de interés civilizadas y la posibilidad de calcular, contratar y ahorrar con base en ella, sin necesidad de recurrir a indexaciones o revisiones recurrentes.
Las ventajas para el caso argentino serían aún mayores. Además de estabilidad de precios y tasas de interés en niveles internacionales, la dolarización (competencia de monedas) favorecería el depósito en los bancos de los dólares acumulados en los colchones, por lo que estimularía el ahorro y el crédito, impulsaría la inversión productiva, resguardaría el valor de los salarios y jubilaciones y haría imposible financiar el gasto público con emisión monetaria.
Al eliminarse el riesgo de devaluación, la prima de riesgo bajaría y, junto con todo lo anterior, se promovería el aumento de la productividad, que es el primer paso para el crecimiento sostenido de los salarios reales. Con dos claves adicionales: no habría política monetaria (Argentina ahora tampoco la tiene) y sería prácticamente irreversible.
Con todo, los mayores argumentos en favor de la dolarización son democráticos y morales. Porque los argentinos ya eligieron qué moneda prefieren, y esa no es el peso, sino, al menos por ahora, el dólar. Y son morales porque desterraría el robo sistemático del estado (siempre con minúscula) para con sus ciudadanos, protegiendo el derecho de propiedad (es decir, protegiendo el valor del trabajo de los más humildes) y reconociendo el derecho a la estabilidad económica como un derecho humano fundamental.

* Economista (@diebarcelo).