DETRAS DE LAS NOTICIAS

Distancia entre Puerta de Hierro y San José 1111

Haciendo caso omiso tanto de los delitos imputados a Cristina de Kirchner por una legión de magistrados que construyeron su condena como del hecho de que, según la inmensa mayoría de los estudios de opinión pública, casi 7 de cada 10 argentinos la consideran culpable de esas transgresiones, una numerosa legión de militantes y simpatizantes de ella ha decidido acompañarla, sostenerla políticamente y reclamar por su libertad y contra su inhabilitación política, pena accesoria que es descripta como una proscripción.

En el reino de los relatos cada sector elige la narrativa que más conviene. Todo es según el color del cristal con que se mira. En lugar de ver para creer, parece que todos los sectores prefieren creer para ver, es decir, para elegir lo que prefieren ver. En última instancia, las políticas tienden a confirmar la verdad de los relatos propios. Y en ese sentido, la verdad final termina estando determinado por la fuerza que xapaz de sostener cada narración: no se trata de torneos dialécticos, sino de pulseadas de poder.

La condena sufrida por Cristina Kirchner y el número detrás de los respaldos que ella ha suscitado produce efectos tanto hacia adentro del kirchnerismo como a sus costados, en el terreno del peronismo no kirchnerista, en partidos predispuestos a acompañarlo y también en la vereda de enfrente, donde el despliegue militante y la eventualidad de que las fuerzas que cuestionan el programa libertario puedan superar su fraccionamiento y consigan estructurar una oposición medianamente unida provocan mucha inquietud, como supo resumirlo el senador Luis Juez (“Cristina ha logrado una centralidad monstruosa y entonces a los imbéciles que creen que es un motivo para festejar, les diría: hay que preocuparse”). Hasta hacen eco a la comparación de la inhabilitación de la señora con la proscripción de Perón y llaman al piso de San José1111 “la Puerta de Hierro de Cristina”. Ni calvo ni tres pelucas, como solía repetir el General para ridiculizar exageraciones.

VOLVER ES UN LINDO TANGO

Del lado kirchnerista por el momento se experimenta un enorme entusiasmo: “Vamos a volver”, cantan con fe muchos de ellos. Y la señora de Kirchner, desde su prisión domiciliaria en el barrio de Constitución, los alienta a creerlo. Ella ya no estará en la boleta de la Tercera Sección electoral bonaerense: otro tendrá que hacer el esfuerzo para “volver”.

Hay, sin embargo algunos cuadros destacados que se inclinan por eludir el compromiso electoral de este año. Lo hacen interpretando la abstención y la no presentación en los comicios de octubre como una protesta contra la obligada ausencia de la señora de Kirchner. En el plenario de dirigentes realizado el jueves 12 en la sede del Partido Justicialista, Juan Grabois formuló esa propuesta: “Frente a la proscripción de Cristina hay que desenmascarar el carácter ilegítimo del régimen de facto y llamar a la abstención”. Tal vez se trató de una astucia táctica destinada a atribuir a una consigna propia un fenómeno que ya se ha manifestado autónomamente en este ciclo electoral: el generalizado ausentismo que supera nítidamente los porcentajes de los candidatos más votados. En cualquier caso, el conjunto de la dirigencia peronista no parece inclinado a adoptar la línea sugerida esa tarde por Grabois, de la que más tarde él mismo tendría que replegarse. En su extensa historia, el peronismo nunca empleó el ausentismo como modo de protesta. Sí usó la abstención Hipólito Yrigoyen, generalmente como prólogo de insurrecciones, mientras aún no se le habían abierto las puertas del sufragio libre.

El peronismo, en cambio, usó el voto en blanco, que implica una expresión activa y contabilizable. En julio de 1957, por ejemplo, cuando el gobierno militar de la llamada Revolución Libertadora convocó a una Asamblea para reformar la Constitución Nacional, el peronismo no respondió absteniéndose, sino llamando al voto en blanco, que fue mayoritario en las urnas (2.100.000 votos). Ese recuento globular de influencia política tendría consecuencias sobre la elección presidencial del año siguiente: dejaba en claro que Perón, proscripto y exiliado, mantenía capacidad para influir decisivamente en la política de la que se lo había marginado por la fuerza.

El ala radical intransigente que orientaban Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio comprendió que su plataforma de integración política y frente nacional requería de la cooperación explícita del líder prohibido y buscó sellar un pacto con él. Perón aceptó ese acuerdo y 20 días antes del comicio dio una declaración pública instando a votar por Frondizi e instruyó a la dirección de su partido a organizar ese voto por “el candidato que ha declarado solemne y públicamente su propósito de rectificar la política económica antinacional, restablecer las conquistas del justicialismo y permitir la libre expresión política y sindical de la masa popular”. Así, la fórmula Frondizi-Alejandro Gómez obtuvo 4.070.000 votos -más del doble de los que su partido había obtenido unos meses antes-, sumando una cifra equivalente al voto en blanco de 1957 (aunque un sector “duro” del justicialismo insistió con esa táctica de oposición y el voto en blanco en las presidenciales llegó a 800.000). Perón había jugado desde el exilio y se convertía en socio de una victoria: pese a las prohibiciones pasaba a convertirse ostensiblemente en una figura arbitral.

NI CALVO NI TRES PELUCAS

Aquellos hechos son, a esta altura, estampas históricas. Aunque ha recobrado la “monstruosa centralidad” que obsesiona al senador Juez, Cristina de Kirchner está muy lejos de aquel Perón proscripto y exiliado; y el peronismo no tiene a la vista siquiera un socio potencial equivalente al dúo Frondizi-Frigerio (por dudosos que ellos resultaran a aquel justicialismo de siete décadas atrás), que fue capaz de tomar distancia de la atmósfera revanchista que se catalizó en la Revolución Libertadora.

De hecho, Cristina Kirchner parece en las antípodas de cualquier táctica abstencionista de protesta que, para ella, implicaría otra forma de hacerle el campo orégano a Milei. Ella quiere competir electoralmente, menos porque confíe en una victoria sobre el oficialismo que por su deseo de marcarle la cancha a todos sus críticos internos, empezando por Axel Kicillof. La señora está convencida de que su centralidad, reforzada por la victimización que le provee su condena, la vuelve a ubicar como accionista ineludible de una reorganización peronista y, por esa vía, en la gerenciadora de todos quienes tienen y lleguen a tener motivos para protestar contra el gobierno libertaria. Ella apuesta a que el programa de Milei es socialmente “in-sos-te-ni-ble” y que, por ese motivo y más allá de sus éxitos sobre la inflación, su gobierno “tiene fecha de vencimiento, como el yogur”.

No convoca a derrocarlo, sugiere que hay que esperar su inevitable crisis y prepararse (“organizarse”) para reemplazarlo.

La multitud que se reunió el miércoles dispuesta a acompañarla hasta los tribunales federales (la mera intuición de ese gentío persuadió a los jueces de ahorrarle ese traslado a la condenada y otorgarle la detención domiciliaria por una comunicación a distancia) fue una demostración tanto del alcance de su poder de convocatoria como de sus límites.

Entre las decenas de miles de personas fervorosas que se congregaron finalmente en Plaza de Mayo no estaban, sin embargo, ni los gremios más numerosos y decisivos de la CGT, ni buena parte de los intendentes del Gran Buenos Aires, ni representantes de la mayoría de los gobernadores peronistas. Todos ellos han expresado su solidaridad con la expresidenta del Partido Justicialista, aunque no todos hayan coincidido con la caracterización de su condena ni de los jueces que la ratificaron. Ninguno de ellos quiere salir en la foto de los que toleran o aplauden medidas contra Cristina Kirchner, pero muchos tratan asimismo de evitar ser retratados junto al cristinismo restaurador.

Así, estos días no parecen el momento más indicado -en medio del oleaje de las pasiones políticas y las turbulencias jurídicas- para medir la altura de las aguas. En unas semanas, cuando la prisión domiciliaria de la señora de Kirchner tenga cierto tiempo de rodaje y se pueda verificar si sus indicaciones y directivas llegan a destino, son interpretadas adecuadamente y obedecidas, al menos en el territorio que más le interesa a ella (la provincia de Buenos Aires, específicamente el conurbano y más específicamente la tercera sección electoral) podrá recién dimensionarse adecuadamente lo que hoy se describe rápidamente como centralidad. “Centralidad monstruosa” en los términos de Luis Juez.

RECUPERAR CONFIANZA

Más que encerrarse en dudosas abstenciones, el peronismo tiene por delante la tarea de reparar el aislamiento que hoy paga y sus causas; necesita recuperar confianza pública, llegar más allá de los propios adeptos.

En el camino deberá reflexionar sobre el contradictorio papel que juega la señora de Kirchner; si por un lado, hoy parece contribuir con su condena a la unidad, por el otro, es un tapón para buscar aliados hacia el centro del paisaje político, crecer ganando o recuperando un electorado que en 2023 prefirió a Milei y volver a triunfar. Además, ¿cuántas derrotas organizó o condujo ella en los últimos años? Ese balance y la elaboración de un programa y un lenguaje adaptado a los tiempos resulta más importante que los gestos de acompañamiento, lealtad y obediencia, aunque los incluya.

Requiere repensar la realidad y salir con mente abierta a la búsqueda de interlocutores y aliados. Mucha tarea para 2025, pero un objetivo indispensable para 2027.