Dios los cría y ellos se juntan

El dictador Maduro intenta romper su aislamiento regional acercándose a Erdogan, moderno sultán de Turquía.

Emilio J. Cárdenas *

El dictador venezolano, Nicolás Maduro, está -políticamente, al menos- relativamente aislado en nuestra región. El llamado Grupo de Lima, conformado por los principales países de nuestra región, ha denunciado -y rechazado- su autoritarismo y su notoria deriva antidemocrática. En su momento lo hizo con la adhesión explícita de México, país que, sin embargo, parecería ahora haber desaparecido de ese grupo desde el reciente acceso al poder del presidente izquierdista, Andrés Manuel López Obrador, quien -en cambio- se ha acercado políticamente a Maduro, sumándose así al apoyo de los también autoritarios mandatarios bolivarianos de Bolivia y Nicaragua: Evo Morales y Daniel Ortega.

Los tres presidentes de Venezuela, Bolivia y Nicaragua antes nombrados conforman, está claro, la actual troika de gobernantes no democráticos de América Latina. A la que se suma la presencia de la decaída Cuba, que desde hace décadas es un Estado totalitario y no democrático, con un nivel de vida que sólo supera al de Nicaragua, el país de nuestra región que cuenta con el más bajo nivel de vida de todos.

INESPERADO

Un país que no pertenece a nuestra región, Turquía, acaba curiosamente de endosar también a Maduro. Repentinamente. Sumando así su apoyo externo a ese país. En línea con el de la Federación Rusa de Vladimir Putin, su líder, Recep Tayyip Erdogan, después de participar en el G-20 en Buenos Aires, acaba de visitar, rodeado por cincuenta fuertes empresarios turcos, oficialmente a Caracas, donde expresó alegremente que Turquía puede cubrir la mayoría de las necesidades de Venezuela" que, pese a sus inmensa riqueza en materia de hidrocarburos, está sumida en la pobreza y empantanada en una crisis de alta complejidad. 

Para lo cual, ni lento, ni perezoso, expresó que previamente se debe "mejorar el clima de negocios" venezolano. Que hoy es obviamente de horror. Maduro lo escuchaba, ataviado con sus extraños trajes semimilitares.

Erdogan es evidentemente un dictador de corte islamista y nacionalista, aunque relativamente moderado. Domina férreamente la escena política de su país desde comienzos de siglo. Con mano dura. Obtuvo el 53% de los votos a la cabeza de su partido, Justicia y Desarrollo y con ellos se impuso en la primera vuelta de la última elección presidencial. Tiene ahora por delante cinco años de gobierno sin elecciones nacionales. Hasta el 2023, cuando la República Turca festejará su centenario.

Con una reciente reforma de las pautas constitucionales de Turquía, aprobada en el 2017, Erdogan concentra todo el poder real en sus propias manos. Sueña con -a la manera de moderno sultán- poder resucitar el antiguo Imperio Otomano, que quisiera ver renacer. 

Maneja entonces lo que denomina una "nueva Turquía", a la que define como una fuerte "potencia regional". Su presunto enemigo doméstico es el que él mismo llama, la oligarquía burocrática, esto es los hombres y mujeres que durante mucho tiempo han vivido enquistados en la administración turca. Según Erdogan, para su propio provecho y beneficio. Hablamos de un enemigo relativamente difuso, pero ciertamente poderoso. Erdogan gobierna con una pasión inocultable a Turquía, a la que ha sumergido en una inflación del 20% anual, que está debilitando aceleradamente a la economía de su país.

MISMO ENEMIGO

Venezuela y Turquía comparten un enemigo común: los Estados Unidos, hoy liderados por Donald Trump, país que mantiene sancionada a Venezuela, sin modificar para nada las restricciones económicas impuestas al país caribeño en el año 2015, en tiempos de Barack Obama, como respuesta a (i) las violaciones de derechos humanos venezolanas; (ii) a su extendida corrupción, que incluye la presencia del narcotráfico; y (iii) a la demolición de sus estructuras institucionales democráticas. 

Turquía, que es aún un importante miembro de la OTAN, reclama que los Estados Unidos le entreguen al rival político de Erdogan que está refugiado en ese país desde hace muchos años: Fetullah Gülen, que -recordemos- en algún momento fuera aliado de Erdogan, y a quien hoy Erdogan atribuye, bien o mal, la responsabilidad por el último golpe de estado que intentara deponerlo, en junio del 2016.

Turquía puede -técnicamente- ayudar a Venezuela a tratar de eludir las sanciones económicas que le han sido impuestas y que dificultan cada vez más la comercialización de su petróleo crudo, actividad de la que esencialmente vive, además de la venta de oro. Hay quienes sospechan que es de esta manera, que Venezuela, a través de Turquía, hasta entrega minerales estratégicos a Irán. 
Las minas de oro de Venezuela parecen estar bajo el control del crimen organizado, asociado con los militares venezolanos que fueron convocados como forma de comprar su lealtad el régimen de Maduro. 

Venezuela entrega unas 800 toneladas de oro a Irán cada año. Caracas y Ankara firmaron una tupida serie de acuerdos bilaterales que están incrementando el antes casi inexistente intercambio comercial, muy significativamente. Así se conforma una extraña relación se está construyendo paso a paso entre dos países con identidades muy diferentes, pero con urgencias comunes, donde uno puede ayudar al otro, beneficiándose en el camino, que es precisamente lo que parece estar ocurriendo. 

Esto no le hace nada bien a la imagen externa turca. Pero, cuidado, ella no era impecable aún antes del matrimonio de conveniencia que, por necesidad, parecería haberse organizado entre ambas naciones.

MAS REPRESION

Mientras tanto, Turquía incrementa cada vez más su represión interna, con frecuencia secreta, a la oposición toda, en su conjunto. Esto es, a quienes no sean sostenedores del régimen, cada vez más claramente autoritario, de Erdogan. Se estima que hay unos 160.000 turcos que son detenidos políticos y que unas 130.000 personas han perdido sus empleos públicos por el supuesto delito de no militar en las fuerzas de Erdogan. Muchas de las detenciones son secretas e ilegales o irregulares. A las que se suman los secuestros que han, desgraciadamente, vuelto a aparecer en la convulsionada sociedad turca. A lo que se agregan asimismo el acoso, las persecuciones y las detenciones a los opositores que residen fuera de Turquía, en una estrategia sumamente peligrosa, porque no se detiene en las fronteras de Turquía. Queda visto que el país puente entre Asia y Europa atraviesa una etapa compleja, que -como suele suceder- se refleja en su política exterior y en sus vinculaciones con el resto del mundo.

Hoy Turquía se apresta a atacar a las fuerzas de los kurdos en Siria. El tema es bien complejo porque ellos combaten conjuntamente con las fuerzas norteamericanas desplegadas en Siria. Los kurdos procuran ser autónomos o independientes de Turquía y, por ello, operan también en territorio turco, lo que es una amenaza a la integridad territorial turca, muy particularmente al oeste del río Eufrates.