Día del Profesor
Lo más agradable de nuestro trabajo es saber que nuestra profesión se hace cuerpo en un verbo: involucrarse. Esa palabra la encarnaba muy bien el profesor José Manuel Estrada. Nació en 1842, en pleno gobierno del Restaurador don Juan Manuel de Rosas, con cuyo gobierno discreparía años más tarde. Con ese ambiente político propicio y criado por su abuela, Carmen de Liniers, hija de don Santiago de Liniers, heroico Conde de Buenos Ayres, Estrada cultivó sus mejores virtudes creativas y morales.
Comprendió la continuidad que hay entre el trabajo manual y especulativo, siendo así un precursor de la moderna Doctrina Social de la Iglesia entre los artesanos a quienes dirigió cursos de cultura católica hasta llegar a ser rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, cargo que Nicolás Avellaneda ocupó luego de ser presidente de la nación y que este último consideraba un ascenso en su carrera como servidor público. Ser rector de este prestigioso colegio le valía más honor que haber sido presidente de la nación. Éramos un país que se proyectaba desde la educación, tradición heredada de España que había dejado 25 universidades fundadas en América.
Estrada murió en Asunción del Paraguay, como otros dos argentinos, Sarmiento y Artigas. Tres figuras contrapuestas entre concepciones del pensamiento sobre la civilización que debía prevalecer en nuestra tierra, pero coincidentes en el sentido de que todo logro requiere un gran esfuerzo. Artigas vivió sus días de exilio como catequista. Comprendía como Estrada, cuál era el eje rector de nuestra cultura y tradición.
Otro gran educador, que comprendía como el profesor Estrada las enormes posibilidades de crear que tiene un docente, fue C.S. Lewis, el recordado autor de “Las crónicas de Narnia” quien se refería a estas capacidades diciendo: “…el mundo está regido por propaganda emocional, han aprendido que la juventud es sentimental, y concluyen que lo mejor sería fortalecer la mente de los jóvenes contra las emociones.” El genial Lewis continúa: “Mi propia experiencia de profesor indica lo contrario. Por cada alumno que proteger de un leve exceso de sensibilidad, hay tres que despertar del estupor de la fría vulgaridad. El deber del educador moderno no es talar selvas, sino irrigar en el desierto”. Y finaliza: “La defensa adecuada contra los sentimientos falsos es inculcar sentimientos justos. Si no alimentamos la sensibilidad de nuestros alumnos, solo los convertimos en presa más fácil del propagandista. Pues la hambrienta naturaleza se vengará, y un corazón duro no es protección infalible contra una mente débil”.
Del texto, hay una frase que resalto, fue el desafío plantado por el autor al decir “irrigar en el desierto”. Cada estudiante, sobre el cual ejercemos una responsabilidad, es un alma intermedia entre un bosque pleno de ideas buenas y malas y un desierto de ellas. Y ahí es donde el docente debe aunar ciencia y arte en el camino del buen enseñar. Los sentimientos ¿se pueden enseñar? Creo que se pueden abrir los caminos a esos jóvenes espíritus para que los busquen, encuentren y desarrollen; para que sepan diferenciar entre el amor y los sustitutos que son solo fascinación. Que sepan valorar la sana amistad, aquella que está más en las malas que en las buenas. Cada maestro y profesor, al final de sus días deberá rendir cuentas por su trabajo. En ese momento, donde todo lo que le tenía que decir su conciencia ya se haya dicho y hecho, pueda ver sus manos y encontrar en ellas, la riqueza de buenos surcos bien sembrados, de haber enfrentado el desafío que proponen tantas caras expectantes cada vez que uno ingresa al aula, de saber que ha podido aportarle substancia a sus vidas. El ser humano puede enfrentar lo inesperado con muchas actitudes, entre las que se encuentran el asombro o el estupor. Del asombro, que no le permite razonar en el momento, se puede salir de él para luego meditar que fue lo que le sucedió; el estupor, por el contrario, paraliza permanentemente al hombre y este se negará a todo razonamiento presente o futuro.
Preparemos a nuestros estudiantes para que nunca sufran estupor y puedan tener dominio de sí mismos; que tengan señorío, que nada les espanta y que puedan enfrentar al futuro con sus mejores armas espirituales. Sin la obscuridad del pánico, alumbrados con el santo temor de Dios, que es camino a la sabiduría.
Pitágoras nos enseña que “educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida”. Podemos prepararlos para las peores situaciones, pero esperemos siempre que lo mejor también pueda sucederles. Decía William Butler Yates: “La educación no es llenar el cubo, sino encender el fuego”.
Recordemos a los primeros maestros de nuestra civilización cristiana, aquellos monjes medievales como San Benito de Nursia, Patrono de Europa, que tras la caída del Imperio Romano, se dedicaron a salvar y recopilar todo el conocimiento e iniciaron los métodos de enseñanza para jóvenes.
El valor de nuestra cultura pudo ser transmitida gracias a que, cuando Antonio de Nebrija le presentó la “Gramática castellana”, allá en 1492 a la reina Isabel de Castilla le dijo: “Esta es el arma más poderosa a los pies de Su Majestad”. Y así, nuestra lengua, fue transformada en el vehículo de nuestro Imperio; enriquecida luego por los dialectos aborígenes rescatados y convertidos en idiomas escritos por los sacerdotes misioneros, que convirtieron con su aporte, al castellano en español, lo universalizaron e impusieron en la mitad del mundo.
De todos ellos somos herederos. Si estos antiguos monjes y pensadores pudieron ser geniales con los métodos que contaban, creo que nosotros que disponemos de nuevas y maravillosas herramientas, los podemos mejorar, ser más creativos y encender los fuegos de los jóvenes corazones. Tanto el fuego acérrimo de la fe, el fuego vigilante de la esperanza y el fuego hospitalario de la caridad (J.M.Prada dixit). Por último, pero no menos importante, disfrutar junto a nuestros alumnos del encuentro de cada día.
El futuro de ellos en la buena senda, allá en la distancia, lo veremos reflejado en el debido momento en nuestras manos, que habrán disfrutado del trabajo realizado y estarán plenas y ricas del camino concluido en la noble tarea de haber forjado sabias mentes y buenos corazones.
Estimados docentes: ¡¡¡Encendamos cada día, nuestra pasión por enseñar y la pasión en los estudiantes por aprender!!!
*El autor es director del canal YouTube “Historia con Patricio Lons”.