Día del Padre: el conflicto con el arquetipo y sus consecuencias en la cultura contemporánea.

“El padre es el símbolo del espíritu y del orden. Representa el principio que da sentido, ley y orientación al alma.” (Carl Gustav Jung-Collected Works, vol. 9)

Cada año, el Día del Padre abre el espacio a una pregunta más allá de los regalos o el almuerzo familiar, que solemos eludir: ¿qué lugar ocupa hoy el padre en la psique individual y en el imaginario colectivo? En tiempos de redefiniciones identitarias, de relativización de roles y de sospecha hacia toda forma de norma, lo que representa el padre, parece convertirse en una figura incómoda, cuando no temida. Ese temor inclusive lleva en muchos casos a la exclusión o a la negación, pero ésta no es sin consecuencias profundas. El padre no es solo una figura biográfica; es un arquetipo, es decir, una forma simbólica ancestral que estructura el alma humana, y vivir en conflicto con ese arquetipo es, en términos psicológicos y sociales, como vivir en guerra con uno de los pilares que nos sostienen, tanto individual como colectiva y socialmente
Cada sociedad transmite a su progenie una forma de entender la vida, una línea de continuidad simbólica que no se reduce a lo biológico y que hace a la cultura. Entre los elementos que constituyen esa transmisión, la figura del padre cumple una función estructural: introduce la ley, orienta la dirección del deseo, representa el paso del caos al orden. Pero ¿qué ocurre cuando la figura paterna se desmorona, se desdibuja o es demonizada ? La psicología profunda, desde Freud hasta Jung, e incluso el pensamiento filosófico y sociológico contemporáneo, ha advertido sobre las consecuencias de vivir en conflicto con el padre arquetípico: se rompe la filiación, se interrumpe la herencia simbólica, y el yo queda a la deriva, sin raíz ni horizonte.
Carl Jung identificó en el arquetipo del padre una instancia que no se agota en el progenitor real: es una imagen primordial que estructura la psique. Cuando ese arquetipo es reprimido o proyectado en figuras negativas, el tirano, el abusador, o el padre ausente, sin integración consciente, la consecuencia son sociedades e individuos que viven sin ley interior, por falta de orientación simbólica.
En uno de mis artículos anteriores, "En el nombre del padre", exploré cómo la desaparición del padre como transmisor de sentido afecta la construcción de identidad, y en "Padre bueno, padre malo", abordé la dificultad contemporánea de pensar al padre desde su ambivalencia humana, sin reducirlo a estereotipos morales. Ahora propongo un paso más: observar no solo la dimensión psicológica, sino las consecuencias sociales y culturales de esta fractura con el arquetipo.
“Todo lo que soy es por culpa -o gracias- a mi padre”. (Franz Kafka-Carta al padre, 1919)
En el mito de Cronos, quien devora a sus hijos por temor a ser destronado, debido una profecía que decía se repetiría lo que él había hecho con su padre, vemos la expresión arquetípica de la patología del poder y al mismo tiempo la imposibilidad de transmitir. Cronos es instigado por su madre Gea, a asesinar a su padre, Urano, y en su lugar lo castró con una hoz, desterró y así ocupar su lugar. Lamentablemente para Cronos, la profecía se cumpliría en manos de su hijo Zeus. Esa secuencia mítica Urano, Cronos, Zeus, es símbolo de la ambivalencia respecto al poder paterno: puede ser protector o devorador, dador de ley y orden o verdugo. Ese principio también puede verse invertido, o quizás en realidad continuar la línea de Zeus a Cronos y este a Urano, cuando los hijos devoran simbólicamente al padre, no ya como acto de liberación evolutiva, sino como rechazo absoluto a toda forma de orientación, experiencia o ley previa. Esa ley se reinventa, sin aceptar el legado, el testimonio y la figura del padre y lo que este representa se reduce a objeto de crítica, sospecha o burla. Cuando el padre concreto se convierte en el imaginario, es decir en Cronos, este deja de ser guía, mentor y pasa a ser amenaza. 
Por extensión de la figura del padre, lo masculino deja de ser referencia para volverse sospecha o trauma. Hoy, muchas narrativas alimentan esta imagen: el padre como ausente, abusivo, rígido, déspota, o simplemente inútil y descartable. Sin duda hay padres que al no cumplir el rol son de esas características, pero el problema es que se ha generalizado ese concepto y ocupado todo el escenario conceptual. Hemos dejado de hablar del padre ético, del padre transmisor, del que introduce al hijo en el mundo, no por violencia, sino por presencia y palabra.
Lacan, propone el concepto del "Nombre del Padre" (nom du père/no du père) como operador simbólico del lenguaje y la ley. Sin esa figura simbólica, el sujeto queda sin brújula interna. Jacques-Alain Miller agrega que ésta “requiere una fuerza externa, mítica, para introducir orden en las relaciones humanas”. El discípulo de Jung, Erich Neumann, quien desarrolló el concepto del proceso de individuación desde el vínculo con el arquetipo paterno, señala que sin esa figura estructurante no hay integración psíquica completa. Hanna Arendt, señala la fragilización de las estructuras de autoridad en la modernidad, o Zygmunt Bauman, que describió la liquidez de los vínculos como consecuencia de una pérdida generalizada de figuras de anclaje simbólico. Más recientemente otro junguiana Luigi Zoja ("El Gesto de Héctor") afirma que la paternidad no es un hecho natural, sino una construcción histórica y cultural. El padre que era garantía simbólica de transmisión y legitimación, pasa hoy a una etapa de “rara desaparición paterna”, en el que la figura paterna se diluye en el mercado o la maternidad.
La cultura actual promueve, bajo un barniz de emancipación, una narrativa adolescente que rechaza toda verticalidad. Pero esa "libertad" sin orientación ni enraizamiento produce individuos y sociedades frágiles y sin significado trascendente, y generaciones desvinculadas de su propia historicidad, todo es ahora sin pasado ni futuro. Esto genera algo que se ve cada vez más en el mundo: jóvenes que no tienen a quién mirar como guía, ya sea para imitar o incluso para rebelarse de forma saludable, y por el contrario quedan así librados a figuras tóxicas de poder, líderes mesiánicos, tribus digitales o incluso cultos o sectas, que suplantan el rito del padre con rituales de pertenencia efímera.
De manera general, podríamos decir que psíquicamente, el sujeto sin padre simbólico no logra integrar límites internos ni desarrollar autonomía auténtica. Socialmente, se disuelve la noción de responsabilidad: el narcisismo reemplaza la filiación y culturalmente, se erosiona la continuidad: sin ley, sin palabra, sin símbolo, todo se reduce al instante inmediato, que vemos en la cultura de la inmediatez.

RECONCILIACIÓN CON EL ARQUETIPO
Reconciliarse con el símbolo, el arquetipo no implica volver al patriarcado, sino restituirle al padre su dimensión estructurante, ética, y de significado trascendente. Es particular ver la  pérdida de esa función trascendente, en muchos casos trágicos, donde el padre se transforma en verdugo real y concreto. El padre como principio rector, dador de ley y sentido, es indispensable para que el yo no se pierda en el caos pulsional. En definitiva, el eterno conflicto entre el orden, la norma o la ruptura del mismo y la emergencia del caos.
Dejar de negar al símbolo del padre y así recuperarlo, no implica idealizarlo, sino humanizarlo e integrarlo. Es poder verlo como un ser con las imperfecciones y parcialidades que hacen a lo humano sin extremos. Es distinguir al padre, del arquetipo del mismo.
No se trata de volver a modelos autoritarios ni de idealizar figuras paternas fallidas. Se trata de reconocer la dimensión simbólica del padre, integrarla, y permitir que, incluso en su ausencia, algo de su función psíquica y cultural, se transmita. 
Este “Día del Padre”, propongo que no celebremos solo al progenitor presente o a su recuerdo, sino también la posibilidad de restituir el arquetipo del padre como estructura interior con la cual reconciliarse, porque si el padre ha sido devorado, entonces también hay que volver a darle nombre, palabra, para que renazca en su función constitutiva integradora de nuestro ser.
Y tal vez esa tarea no sea sólo personal, sino colectiva. Una tarea que hace a la civilización: volver a escuchar, en medio del ruido contemporáneo, la palabra del padre que funda, que ordena, que humaniza, y que nos una a los otros como hermanos.
“El padre no es quien engendra, sino quien se compromete a no abandonar.”
(Luigi Zoja-Il gesto di Ettore)

(Nota: Este artículo forma parte de una trilogía iniciada con "En el nombre del padre" y "Padre bueno, padre malo", y da origen a una investigación mayor que desembocará en un libro sobre el arquetipo del padre y su fractura contemporánea.)