Día Mundial de la Prevención del Suicidio: un drama humano que requiere sensibilidad

Cada 10 de septiembre en el mundo se conmemora un día útil para reflexionar sobre un tema que es un drama silencioso que atraviesa todas las culturas y épocas: el suicidio. Este año el lema planteado es “Cambiar la Narrativa”, es decir, ver la forma de conceptualizar y comunicar sobre un tema siempre duro. Se estima que más de 720.000 personas se quitan la vida cada año, lo que equivale a más de una muerte por cada 100 fallecimientos. 
Este impacto supera a las muertes por malaria, VIH/sida, cáncer de mama o conflictos bélicos, y en los últimos dos años se ha convertido en la tercera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Frente a estas cifras, es comprensible la urgencia de crear conciencia y fomentar un diálogo abierto, no escudarse en los mitos o en el silencio pero ello no debe conducir a la frivolización de este fenómeno ni a su romantización.

EL ECO DE LOS “CASOS CÉLEBRES”

La historia de la cultura está salpicada de despedidas dramáticas. Desde la antigüedad, el suicidio ha ocupado un lugar ambiguo entre la tragedia personal y el gesto público. Los antiguos griegos narraban el suicidio heroico de Áyax en la Ilíada y siglos después, Séneca se vio obligado a abrirse las venas por orden de Nerón en un acto que combinaba la filosofía estoica y la obediencia al poder imperial. La reina egipcia Cleopatra prefirió morir (según la tradición, por mordedura de áspid) antes que desfilar como botín de guerra romano, mientras que el emperador romano Nerón se quitó la vida ayudado por un esclavo cuando era inminente su captura. En Japón, la práctica ritual del “seppuku” fue durante siglos una forma de preservar el honor frente a la humillación.
Las letras y las artes también ofrecen un repertorio doloroso: Alfonsina Storni, figura icónica de la poesía argentina, dejó atrás una nota y caminó hacia el mar en Mar del Plata en 1938. Virginia Woolf se hundió en las aguas del río Ouse en 1941, sosteniendo las piedras que llevaba en los bolsillos de su abrigo. Ernest Hemingway, atormentado por una profunda depresión y por el deterioro de su salud física, se quitó la vida en 1961. El novelista japonés Yukio Mishima realizó seppuku en 1970 tras una fallida insurrección política, regresando a la idea del suicidio ritual por honor. En tiempos más recientes, el actor estadounidense Robin Williams sorprendió al mundo cuando se suicidó en 2014 pese a una carrera exitosa. Estos hechos conmocionan precisamente porque nos recuerdan que el sufrimiento no respeta fama ni talento.
Más allá de quiénes consumaron el acto, muchos pensadores y artistas dejaron testimonio de su ideación suicida. El filósofo danés Soren Kierkegaard escribió en sus diarios sobre la tentación del suicidio y la tensión entre fe y desesperación. Camus planteaba: “Hay solo un problema filosófico serio: es el suicidio” (El mito de Sísifo). Franz Kafka, en sus cartas a Milena Jesenská, confesaba sentirse “tan agotado que sería feliz durmiendo para siempre”. Esto evidencia que la ideación puede coexistir con la creatividad y que no existe una relación simple entre talento y sufrimiento. 
Las biografías artísticas suelen estar cargadas de mitos: se atribuye el acto al “genio atormentado” o a una fatalidad ineluctable. No obstante, la evidencia científica indica lo contrario. El suicidio es el resultado de un entramado complejo de factores biológicos, psicológicos y sociales: depresión, trastornos por consumo de sustancias, dolor crónico, desesperanza, antecedentes de trauma y la presencia de impulsividad o enfermedades mentales. 
Incluso entre los artistas, la desesperanza y la falta de una red de contención juegan un papel central. Convertir sus muertes en leyendas románticas no solo desvirtúa su sufrimiento, sino que puede alimentar mitos peligrosos.

PROBLEMA GLOBAL

A escala planetaria, las tasas de suicidio varían según el sexo, la edad y la región. En 2021, las regiones africana, europea y del sureste asiático presentaron tasas estandarizadas superiores a la media mundial (8,9 por cada 100.000 habitantes). Los varones se suicidan más que las mujeres en casi todos los países, pero el sureste asiático destaca por una tasa femenina de 8,3, superior a la media mundial. Por grupos económicos, los países de altos ingresos registran la mayor tasa (11,8 por 100.000), mientras que el 73 % de las muertes ocurre en naciones de ingresos bajos y medios.
Aunque la tasa global ha caído un 35 % entre 2000 y 2021, en las Américas ha aumentado un 17 %. En Argentina, según los datos más recientes disponibles, la tasa pasó de 9,28 por 100 000 en 2019 a 7,94 en 2021. Las estadísticas indican que entre el 15 y 20 % de los suicidios se producen por ingestión de pesticidas y que la prohibición de pesticidas altamente peligrosos y la restricción del acceso a armas de fuego podrían evitar más de 120.000 muertes en una década solo en las Américas.

CAUTELA AL COMUNICAR

Narrar la muerte de una persona, sobre todo si es famosa, implica una responsabilidad ética. La International Association for Suicide Prevention recomienda no romantizar el suicidio, no ofrecer detalles sobre el método ni publicar notas de despedida. También exhortan a no presentarlo como respuesta “comprensible” a la adversidad. Los medios deberían proporcionar información sobre recursos de ayuda y líneas telefónicas y destacar casos de resiliencia y recuperación. La cobertura sensacionalista aumenta el riesgo de imitación, especialmente entre jóvenes vulnerables.
Por ello, en La Prensa apostamos por un tratamiento respetuoso que incluya datos rigurosos, contexto y, cuando corresponda, referencias literarias que iluminan la complejidad humana. Reconocemos la influencia de figuras históricas, pero evitamos convertir el acto en un mito atractivo.

MENSAJE FINAL: NI DRAMATIZAR NI BANALIZAR

El suicidio no es un gesto heroico ni una salida inevitable. Es una tragedia que puede prevenirse con políticas públicas que limiten el acceso a medios letales, tratamientos oportunos para la depresión y otras patologías, intervenciones comunitarias para reducir el estigma, y una red de apoyo que promueva la esperanza. Como psiquiatra, pero más que nada como humano frente a otro en sufrimiento, he visto cómo la desesperación, la pérdida de la esperanza cede ante la escucha, la terapia y, cuando es necesario, la medicación adecuada, así como las necesarias medidas de urgencia, no contempladas a veces en leyes ideológicas pero no aplicables. También he visto cómo el silencio y la burla, la estigmatización perpetúan el sufrimiento.
En lugar de convertir cada caso célebre en leyenda, recordemos a quienes murieron con empatía y transformemos su historia en un llamado a la acción. Si usted o alguien que conoce atraviesa un momento oscuro, busque ayuda. En Argentina, la Línea 135 (CABA y Gran Buenos Aires) y el 911 o 107 en el resto del país brindan asistencia las 24 horas. Hablar salva vidas, y el suicidio es un problema de salud pública que merece ser tratado con profundidad, respeto y humanidad.