DETRAS DE LAS NOTICIAS

Después de Francisco, un León panamericano

Después del tercer cónclave con humareda negra, dentro de la Capilla Sixtina habrá probablemente dominado una certeza: si algo ya no iba a emerger de allí era un programa de repliegue de los procesos más importantes que el Papa Francisco había puesto en movimiento o dinamizado, ya se tratara de la franca revisión que postulaba un pequeño pero influyente grupo de cardenales, o ya fuese la revisión en puntillas con que un sector de cardenales italianos procuraba articular voluntades en el mismo rumbo pero con un tono más moderado.

EL ANTIFRANCISQUISMO

Ya desde antes de la muerte de Francisco (en algunos casos, desde los primeros pasos de su papado) hubo sectores de la jerarquía dispuestos a la resistencia: el Papa del fin del mundo desarticuló focos poco santos de la curia romana y alteró los usos y las rutinas de la burocracia eclesial. La narrativa y el dinamismo que incorporó (“Hagan lío”) tanto como su deseo de abrir el diálogo sobre temas dejados de lado durante años (caso de la presencia de la mujer en las estructuras de la Iglesia, la situación de las personas divorciadas vueltas a casar, las personas homosexuales y los migrantes, los desposeídos y marginados) junto con su denuncia y combate al clericalismo, a la corrupción y al burocratismo, despertaron el entusiasmo de muchos pero también la ferviente resistencia de otros. Esa resistencia llegó a esgrimir la idea cismática, intentando utilizar como instrumento al renunciado Benedicto XVI (que por cierto tomó distancia de esa jugada) y procuró desarrollar un plan para la sucesión de Francisco, cuando llegara el cónclave que esperaban. El que acaba de concluir.

PLANES DE OPERACIONES
 

En 2022, por ejemplo, se conoció un documento que llegó a un gran número de cardenales y finalmente trascendió a medios periodísticos especializados. Era un texto anónimo, mejor dicho, firmado con seudónimo -“Demos”-, cuyo autor se identificaría tiempo más tarde, en 2023, poco antes de morir: era el cardenal australiano George Pell.

El texto empezaba así: “Los comentaristas de todas las escuelas, aunque por diferentes razones, con la posible excepción del padre Spadaro, SJ, coinciden en que este pontificado es un desastre en muchos aspectos, o más aún, una catástrofe”. Tras ese prólogo, venía un extenso catálogo de críticas al papado de Francisco: “El sínodo alemán habla de homosexualidad, de mujeres sacerdotes, de comunión para los divorciados que se han vuelto a casar. Pero el papado calla… El cardenal Hollerich rechaza la enseñanza cristiana sobre la sexualidad. Y el papado calla… A veces Roma parece hasta confundida sobre la importancia de un monoteísmo riguroso, al aludir a un cierto concepto más amplio de divinidad; no precisamente panteísmo, sino como una variante del panteísmo hindú… La Pachamama es idolatría, aunque quizás no se la entendía inicialmente como tal… La Academia para la Vida está en grave desorden, por ejemplo, algunos de sus miembros han apoyado recientemente el suicidio asistido. Las Academias pontificias tienen miembros y expositores invitados que apoyan el aborto… La falta de respeto a la ley en el Vaticano corre el riesgo de convertirse en un escándalo internacional. Intenta establecer el perfil del futuro sucesor de Pedro: su tarea será -en palabras del autor- "restablecer las verdades de la fe y la doctrina que han sido oscurecidas” generando “confusión entre los fieles”. Y concluía con un diagnóstico que las circunstancias (sin ir más lejos, los funerales de Francisco) desmentirían y con una convocatoria a la acción: “La influencia política del Papa Francisco y del Vaticano es insignificante. Estos temas deberían ser revisados por el próximo Papa. El prestigio político del Vaticano está ahora en un nivel bajo”.

Cuando la salud de Bergoglio se debilitó, a fines del año último, un documento casi idéntico, firmado esta vez por “Demos II”, reincidía en la programática restauradora. El autor se presentaba como un cardenal que ha recogido las sugerencias de otros cardenales y obispos que desean permanecer en el anonimato, y acusaba a Francisco de “ambigüedad en cuestiones de fe y moral”, cuestionaba su visión de la misericordia y el perdón (“Dios es misericordioso pero también justo”), y golpeaba a dos puntas, contra lo que describía como autoritarismo de Francisco y contra su apertura sinodal ("La Iglesia no es una autocracia, tampoco es una democracia”), impugnaba sus viajes ("la Iglesia en Italia y en toda Europa -el hogar histórico de la fe- está en crisis. El propio Vaticano necesita urgentemente una renovación de su moral, una limpieza de sus instituciones, procedimientos y personal, y una profunda reforma de sus finanzas", lo que exige "la presencia, la atención directa y el compromiso personal de cualquier nuevo Papa").

Tras un pontificado que consideraba desastroso, Demos II tenía un objetivo: que la historia del cónclave de 2013 no se repitiera, que los "guardianes de la revolución" de Francisco no impusieran a su sucesor en el Sacro Colegio. Y confesaba su deseo: "Que esta contribución ayude a orientar las conversaciones, muy necesarias, sobre cómo debe ser el Vaticano en el próximo pontificado". No parece haber tenido éxito.

UN LEÓN AMERICANO

La proclamación del nuevo Papa, León XIV, parece representar una continuidad singular del derrotero marcado por Francisco.

Que el flamante pontífice sea estadounidense ratifica, en principio, un movimiento que, como se registró más de una vez en esta página, se inició con la entronización del polaco Karol Wojtyla: la conducción de la Iglesia se alejaba de Europa Occidental; con Bergoglio incorporó la mirada de las periferias en general y la latinoamericanay la rioplatense en particular. Con el papa León, nacido Robert Prevost, un estadounidense de Chicago que vivió y misionó 18 años en Perú y que está extensamente vinculado a la Iglesia latinoamericana, el papado queda en América, se panamericaniza, si se quiere. El catolicismo se proyecta con fuerza hacia América del Norte. Donald Trump había distribuido por las redes una imagen suya disfrazado de Papa. La Iglesia ha puesto en escena un Papa americano de verdad.

En su primer mensaje urbi et orbi, desde el balcón de San Pedro donde fue proclamado, León XIV orientó con transparencia sobre el rumbo que piensa para su acción. La primera clave está, quizás, en el nombre adoptado: El León anterior que ocupó el papado, León XIII fue un pontífice modernizador y comprometido socialmente. Es el autor de la encíclica base de la doctrina social de la Iglesia (Rerum Novarum, “De las cosas nuevas”), interesado en la cultura y la enseñanza, proyectó internacionalmente a la Iglesia, se interesó especialmente por el desarrollo del catolicismo en los Estados Unidos y por las misiones a Africa y desplegó un activismo ecuménico que se reflejó en relaciones muy estrechas con la ortodoxia turca y con el anglicanismo.

El nombre no es poco significativo, pero además está su mensaje: las dos menciones emocionadas a Francisco tributan al proceso de cambios impulsado por el Papa anterior, presentes en varios párrafos de su alocución: Empezó invocando la paz: una “paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Convocó a buscar una Iglesia abierta y misionera, “que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos”; una Iglesia al servicio de “todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor”, una Iglesia “que camina”, una Iglesia sinodal que “busca siempre la paz, la caridad, que busca estar cerca especialmente de quienes sufren… Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá. Ayúdennos también ustedes a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro”.

La Iglesia encontró su camino para la continuidad y la unidad.