FERNANDO BOTERO (1932-2023) FUE EL CULTOR DE UN ESTILO INCONFUNDIBLE
Despedida al artista universal
En pinturas y esculturas el colombiano se dedicó a exaltar el volumen y celebrar la sensualidad de las formas. Su obra llegó a ser admirada y reconocida en todo el mundo.
Fue el creador inconfundible de esas típicas figuras voluminosas, "no gordas", como solía aclarar, auténticos emblemas de una obra que lo convirtió en artista universal y que hoy se halla repartida en forma de pinturas y esculturas en museos y plazas de todo el mundo.
Nacido el 19 de abril de 1932 en Medellín, Colombia, Fernando Botero Angulo murió el 15 septiembre pasado a los 91 años en la ciudad de Mónaco a causa de una neumonía.
A lo largo de su extensa trayectoria se internó en el arte contemporáneo y el moderno, pero fue su estilo figurativo, que desarrolló a través de las suaves formas de sus figuras regordetas, el que le dio fama mundial.
"La palabra 'gordo' no le gusta nada, la desterraría; él es un pintor de volúmenes", había dicho en marzo pasado Marisa Oropesa, curadora de la exposición Botero: Sensualidad y melancolía, que se presentaba en la ciudad española de Valencia.
Sus figuras corpulentas lo llevaron a abordar una gran variedad de temas, como reinterpretaciones de cuadros de los antiguos maestros, escenas callejeras latinoamericanas, momentos de la vida doméstica y retratos satíricos de personajes políticos.
"Es importante que cada persona descubra de dónde procede el placer ante una obra de arte. Para mí, el placer nace al presenciar la exaltación del volumen y la sensualidad de las formas", dijo alguna vez el propio artista, quien se declaraba admirador de Piero della Francesca, Johannes Vermeer y Diego Velázquez.
LOS COMIENZOS
La carrera de Botero comenzó cuando se incorporó en su adolescencia como ilustrador al diario El Colombiano, el principal de su natal Medellín y uno de los medios regionales más importantes de Colombia.
Esos primeros pasos le permitieron a los 19 años, en 1951, cumplir su primer sueño y realizar una exposición individual en la Galería Leo Matiz, de Bogotá.
Desde pequeño Botero se interesó por la pintura y también por la tauromaquia, pues un tío suyo lo anotó en una escuela de toreros, un mundo que luego habría de estar muy presente en su obra.
Sus primeras influencias artísticas fueron los muralistas mexicanos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Antonio González Orozco, así como los retablos del barroco colonial.
En 1952 recibió el segundo premio en el Salón Nacional de Artistas, lo que le permitió viajar a Europa. Así, logró cultivar su vida artística en Florencia, Italia, donde estudió en la Academia de San Marco, o en la apacible localidad de Pietrasanta, donde vivió sus últimos años y en la que mantuvo abierto su taller.
Botero también estudió en la Real Academia de Arte de San Fernando, en Madrid, y empezó a exponer en la década de 1960 en Estados Unidos, con una primera muestra en el Milwaukee Art Center, lugar en el que donde empezó a mostrar su característico trazo figurativo.
Vivió unos años en París, donde pasó buena parte del tiempo en el Museo del Louvre, y en Ciudad de México, el entorno en el que pintó una mandolina volumétrica con la que abrió las puertas del estilo que terminaría por caracterizar su obra.
En la década de 1970 dejó de lado la pintura y comenzó a experimentar con la escultura, lo que le trajo grandes éxitos. Los materiales que más usaba en sus figuras tridimensionales eran el bronce, el mármol y la resina fundida. Para 1978 retomó la pintura y desde entonces alternó ambas disciplinas.
Botero solía decir que pintaba desde la mañana hasta la noche, sin importar que fueran días de descanso o festivos, y siempre en absoluto silencio, pues no permitía que nada lo distrajera.
"Fernando Botero es una de las personas más disciplinadas que se puedan conocer —escribió su hijo, Juan Carlos Botero, en su libro El arte de Fernando Botero, de 2010—. Sus amigos y familiares afirman que él trabaja todos los días de todos los años. Para Botero no existen fechas de descanso, ni días feriados, ni fines de semana. En Navidad está pintando. En su cumpleaños está pintando. En Año Nuevo está pintando".
Sus trabajos están desperdigados por decenas de ciudades del mundo, pero el hito que marcó su universalidad ocurrió entre 2015 y 2016 cuando realizó su primera exposición íntegra y retrospectiva en escenarios como el Museo Nacional de China, en Pekín, ubicado en la plaza de Tiananmen, y el Museo de Arte Chino, en Shanghái.
Consciente de la importancia de su obra, Botero donó gran parte de sus creaciones a su país natal. Por eso hay piezas suyas repartidas entre el Museo Botero, en la capital colombiana; la Plaza Botero (Medellín), la Plaza Santo Domingo (Cartagena) o en la Casa de Nariño, el palacio presidencial, donde reposan la escultura La paloma de la paz y la pintura monumental La monja.
El Museo Botero, que guarda la colección más completa de su obra, fue creado en 1998 con la donación que hizo al Banco de la República de 123 obras de su autoría y 87 de artistas internacionales.
RECONOCIMIENTOS
Botero recibió numerosos reconocimientos internacionales, entre los cuales se destaca el premio Guggenheim International en 1957, que le permitió exponer en el Guggenheim Museum de Nueva York y empezar a hacerse un nombre internacional.
Entre sus distinciones figuran también la Orden de Andrés Bello (1976), la Cruz de Plata de la Orden Boyacá (1977), la Legión de Honor francesa (2002), el Premio Américas (2002), la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (2007) y el título de Embajador honorario de Colombia ante la Unesco.
Otro hito en su trayectoria ocurrió en1961, cuando el MoMa de Nueva York adquirió La Mona Lisa de doce años.
En 1969 realizó su primera gran exposición en la galería Claude Bernard de París y en 1972 en la Marlborough Gallery de Nueva York. Al año siguiente se trasladó a París, donde trabajó en sus primeras esculturas, que mostró por primera vez en la Feria de Arte de la capital francesa.
Ya en los años ‘90 Botero tuvo el honor de presentar sus volumétricas esculturas en Montecarlo y en los Campos Elíseos en París, con lo que se convirtió en el primer artista extranjero que logró mostrar su obra en dichos espacios.
En abril de 2022 su natal Medellín le celebró por todo lo alto con motivo de sus 90 años y en gesto de gratitud por iluminar con sus obras a una ciudad que había sido ensombrecida por la violencia del narcotráfico.
"El maestro Fernando Botero no solamente ha sido para Medellín un artista vital, hijo de esta tierra, sino que también ha sido un gestor y un visionario", expresó en esa ocasión la directora del Museo de Antioquia, María del Rosario Escobar, quien agregó: "le debemos la mejor cara de Colombia".
Sus obras han estado en el centro de millonarias subastas, como la escultura Hombre a caballo que en 2022 consiguió 4,3 millones de dólares en Christie's.
Pero el éxito económico no lo transformó. Quienes lo conocían afirmaban que los rasgos característicos de su personalidad eran la sencillez, el lenguaje informal y la sinceridad.
Botero se casó tres veces. Su primera mujer fue Gloria Zea, entre 1955 y 1960, y tuvieron tres hijos. En 1964 contrajo matrimonio con Cecilia Zambrano, con la que tuvo a su cuarto hijo, Pedrito (1970-1974) y se divorciaron en 1975. Desde 1978 estaba casado con la pintora y diseñadora de joyas de origen griego Sofía Vari, quien falleció en mayo de este año.
Un momento doloroso que cambió su vida y su obra ocurrió en 1974 cuando falleció su tercer hijo, Pedrito, de cuatro años, en un accidente de tránsito en Madrid en el que el artista casi pierde una mano.
El dolor -tanto físico como psicológico- fue tan profundo que aquel fatídico momento marcó una etapa compleja de su obra, de cerca de un año, en la que se dedicó única y exclusivamente a pintar a su hijo.
La última exposición antes de su fallecimiento, titulada Sensualidad y melancolía se había inaugurado el 14 de septiembre en Murcia, España. En ella se pretende registrar su evolución artística a través de obras de diversas épocas que van desde los años ‘70 hasta creaciones más recientes. Hoy dio forma a uno de los primeros homenaje póstumos.