Por José Luis Milia *
La Argentina votó. Y como siempre, no sabemos si fue un acto de democracia o una performance de masoquismo colectivo. El país estaba en ascuas. Tres sensaciones malsanas lo embargaban como una resaca mal curada: miedo, incertidumbre y tensión. Otra campaña sucia, otro desfile de spots que insultan la inteligencia, otra ronda de promesas que ni los candidatos creen. Pero eso, ya ni nos molesta. En Argentina, las campañas políticas son como los pozos ciegos: oscuras, pestilentes y siempre rebalsando.
Lo insólito es que esta elección fue distinta. No por sus candidatos, que en cada nueva elección demuestran ser más brutos, inútiles y logreros que los que los precedieron. Desde 1983 no se veía algo tan raro. Y no, no fue el duelo épico entre el voto bronca y el voto esperanza. Esa es la fábula que repetían los “sabios” invitados a los lamentables programas políticos para justificar su curriculum. Lo que hubo fue un combate, aunque más bien pedestre, entre el voto bronca y el voto miedo. Y ganó el miedo. Porque en Argentina, hasta el hartazgo tiene miedo de equivocarse.
EL VOTO BRONCA
El voto bronca ya lo conocemos: tiene mucha ideología, sí, pero también viene condimentado con desesperanza, desilusión y hastío. Y el gobierno, hay que reconocerlo, se lució en generar esos sentimientos. Si hubiera un campeonato de frustración ciudadana, los argentinos lo ganamos caminando; no en vano llevamos ochenta años de fracasos, de soportar a masturbadores ideológicos, a exegetas de la decencia que terminan con cuentas en las Seychelles y de lideres que lideran… hacia el abismo.
Pero esta vez el miedo fue más fuerte. El voto rabioso que el peronismo kirchnerista y del otro, esperaban cosechar se les esfumó como se desvanece la dignidad en un diputado recién electo que antes de jurar ya está negociando. Ese voto, el de los que no llegan a fin de mes, el de los ninguneados por la indiferencia oficial, el de los que no ven resultados ni promesas cumplidas, el de los chicos que vuelven a creer que el futuro está en Ezeiza y no en el Congreso, ese voto eligió esperar. Contra toda lógica. Contra toda esperanza.
Y no es que lo que hay hoy sea brillante. No. Salvo en el tema macroeconómico, la actual gestión es un rejunte de errores, malas praxis repetidas, de ignorantes en cargos clave, y bataclanas gritonas en el Congreso. Pero, aun así, no superan la maldad concentrada que una señora con collar de perlas, Rolex en la muñeca y tobillera electrónica, derramó sobre este país con la misma tranquilidad que una sádica mezcla laxante con leche para lactantes.
“EPIFANIA LIBERAL”
Solo hay un miedo más grande que el miedo que votó al gobierno: el miedo a que se crean que este triunfo que Dios les ha regalado, fue por sus ideas; que repitan el error de 2023, cuando interpretaron el balotaje como una epifanía liberal, cuando en realidad fue un grito desesperado porque el que estaba enfrente era infinitamente peor.
Si eso pasa, si se creen dueños de esos votos, si creen que es por ellos que el país se “pintó” de violeta, si vuelven a ningunear a quienes los pusieron ahí, si el que discrepa- aunque sea un milímetro- es fusilado con insultos por idiotas que se tienen por policía ideológica, entonces ese miedo se convertirá en bronca. Y tendrán que pensar como lady Macbeth, con la lucidez que da el espanto: “De lo que tendré miedo será de tu miedo.”
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