La gramática que manufactura y aprovecha el enojo

Del 'rage bait' a la época de la ira

Oxford University Press elige anualmente una palabra que considera representa el espíritu de una época, de ese año en todo caso. Las palabras se eligen en base al grado de su uso y el impacto social y los criterios son establecidos por un comité de expertos de la editorial y desde hace unos años se sumó el voto del público. A modo de ejemplo en el año 2021 la palabra fue “vax” vacunas, lo cual nos exime de otra aclaración. La palabra o expresión elegida para el 2025 fue rage bait, que podríamos traducir por señuelo o carnada de rabia, o la rabia como carnada. Un señuelo, una carnada es algo que atrae. Oxford define a “rage bait” como aquel contenido online deliberadamente diseñado para provocar ira u ofensa y así aumentar tráfico o “engagement”. Lo interesante es que no se trata de complacencia hacia lo digital, sino todo un diagnóstico socio-cultural. Por otro lado, cuando una institución lingüística elige una expresión así, es algo más serio que una moda ya que pone en evidencia que en la vida pública, la mentalidad colectiva, está siendo redactada desde una sintaxis emocional donde la ira deja de ser un episodio extraordinario, para convertirse en norma y quizás peor aún un método social. Quizás más grave: un proveedor de identidad.

Qué es rage bait (y por qué funciona tan bien)
Alguna vez se habrá golpeado un nervio, por ejemplo en el codo, el cubital y conoce la respuesta instantánea. El odio como señuelo, el “rage bait” es eso: activar un reflejo. No busca convencer, o razonar, siquiera parecer creíble, pero en un estímulo muy simple, primitivo, humilla y permite encontrar un bando de pertenencia, los que descargan su odio hacia esa persona, grupo, etcétera. Esa pasión intensa, muy breve y deliberadamente preconsciente, es una chispa que permite y genera un posible incendio de respuesta ahora si de uno y otro bando.  
Ahora bien ¿por qué es redituable? El ecosistema digital premia lo que desencadena reacción, y en este contexto la ira, una emoción simple pero contundente, que no requiere deliberación es excelente, genera comentarios, peleas, réplicas, captura de pantalla, “mira lo que dijo éste”... Es extremadamente económica en cuanto a esfuerzo, muy apropiada a una sociedad cansada y enojada sobre la cual Da Empoli o Byung Chul Han entre otros tantos, nos hablan. No hay que demostrar nada, ni elaborar, siquiera saber de qué o quién se trata, pero permite existir, efímeramente pero existir al fin. Ese componente efímero, hace a la chispa de ira, y la existencia, pero basta para contribuir al incendio luego incontrolable. 
Todos han mordido el anzuelo (bait) de la furia (rage) y esto es un excelente combustible de tráfico. Esto si bien se ve de manera clara en las redes, también está en la vida política, con discursos cargados de denostación, o en los medios, en paneles televisivos, en la que un cacofónico concierto de registros disonantes contribuye a que no se entienda nada, pero si sea clara la emoción predominante, la ira, que muchas veces en su intensidad emocional aparece hasta como justificado. 
Otros recursos, como es el uso de registros agudos, con probada relación con la irritación y la ira, se favorecen en ciertos paneles de opinión (Acoustic Profiles in Vocal Emotion Expression, más allá de la modalidad ya caótica. Al mismo tiempo la taquilalia, el hablar rápido de manera brusca genera el mismo efecto. En resumen, hay rage bait de contenido y también rage bait de prosodia. La discusión televisiva no solo dice cosas: suena como alarma. Y el cuerpo responde como si hubiera alarma (micro estrés, irritación, fatiga, deseo de contraatacar o de “seguir mirando para ver en qué termina”).
En cuanto al contenido, existe evidencia empírica relativa a esto. Un trabajo muy interesante de hace unos años (2021 How social learning amplifies moral outrage expression in online social networks muestra cómo el diseño y el refuerzo social en redes amplifican la expresión de “indignación moral” (moral outrage) mediante recompensas de interacción. Otro muestra de cómo los algoritmos basados en engagement amplifican más contenidos con emociones negativas, incluida la ira. 
En síntesis: el rage bait no es un “vicio” individual ni aislado. Es una estrategia en los medios con respuesta asegurada. Nadie habrá creído que los experimentos de Pavlos quedarían en sus perros y la respuesta al alimento o la campana. Hoy somos nosotros, las redes, los medios, el odio, la ira, y la recompensa, mantenerse, o quizás creer ser parte, de la tribu.

De brain rot a rage bait: el eje cognición–emoción

Pero esto no empezó ahora. Quizás de muestra sirva, siguiendo con la línea de la nota que en 2024, Oxford había elegido la frase brain rot, que es el deterioro mental asociado a consumir contenido trivial o de bajo valor, especialmente online. La secuencia es clara, primero se deteriora la mente, para luego en base a estímulos básicos, simples generar el rage bait. En definitiva, la fatiga, la restricción cognitiva., la niebla mental, como base de la excitación que provoca la ira y que es premiada. Quizá estas palabras describen la trayectoria de un experimento que ya se intensificó de manera espectacular hace unos años. Aquí aparece un punto conocido en la clínica, y es que la emoción puede aparecer como trazo (trait), es decir un momento, o como estado, que hace al individuo, y así la ira sostenida no es solo una emoción; sino un estado que se entrena. Las redes, los medios de cierta manera son un entrenamiento constante en una modalidad ligada a la reacción básica de la ira. 
 

La Navidad como contraste moral
La Navidad, más allá de la fe, es un ritual de pausa, tregua, reparación, familiaridad, caridad etc. Esa tregua permite una nueva mirada y bajando la tonalidad emocional negativa, tomar una distancia compasiva, en particular de los vínculos. 
Pero del ágora, el espacio público en que teníamos a otros con rostros, que implicaban contexto y consecuencias, pasamos al anonimato de los medios y las redes en particular, donde lo que se valora y existe no son otros sino las métricas. Y en ese régimen cuantitativo, el conflicto es altamente productivo. Lo que antes era un pecado (la ira, provocar) hoy puede ser una estrategia editorial. Lo que antes era un defecto (ser hiriente) hoy puede ser “ser auténtico”. Este último recurso se usa inclusive para desacreditar a cualquiera, ya que toda opinión, es válida, poco importa si uno es un alias, un Bot, o del otro lado se encuentre un premio Nobel. El ejemplo no es antojadizo, sino que se hizo evidente por ejemplo en la pandemia contra la persona del premio Nobel Luc Montaigner. La lógica retributiva no es saber y poder argumentar mejor, sino reaccionar más rápido y sobre todo con mayor intensidad y espectacularidad.
Es así que como el siglo XX tuvo su gramática del miedo, y esto se comprobó en la política, las guerras, el XXI parece ensayar una gramática del agravio, en la cual el conflicto no sea ocasional y a gran escala sino un estado de guerra individual permanente. En ese estado de alerta, de alarma, de guerra permanente, si me equivoco ofendiendo a alguien, es quizás por un bien superior que es ser “alguien”. 
El paradigma nuevo es que hoy la ira no es solo un problema moral o clínico; es un modelo de negocios y un diseño de sistema. Se industrializó. 
Y esto tiene un efecto colateral decisivo: menos tolerancia a la frustración, entre otras a la vida real, que no tiene la adrenalina, el estímulo constante de la ira de la pelea, una vida “optimizada” mediante estimulantes pero ya no solo químicos. En ese contexto las fiestas, el centro, y la reevaluación de vínculos con los otros, el perdón de la Navidad es aburridamente subversiva.
El punto final es incómodo y, por eso mismo, verdadero: una sociedad deja de ser tal, no se sostiene si su emoción pública principal es la hostilidad. La Navidad, en su forma más universal, recordaba que hay un tiempo para la tregua. La pregunta de cierre de 2025 es si seremos capaces de reintroducir treguas en un mundo que gana dinero con la pelea, si tendremos el valor de no odiar.