De supervivencias y héroes esquivos

La cuerda invisible

Por Erich Hackl

Periférica. 115 páginas.

La fijación de la literatura con el régimen nazi, que no con el comunismo, ha planteado ya otras veces miradas suspicaces y dudas sobre si se trata de moda, reelaboración legítima de un trauma o, podría agregarse, interés ideológico en el tema. La pregunta se renueva cada año cuando nuevos títulos o traducciones se suman a las librerías. La cuerda invisible, del escritor austríaco Erich Hackl (Steyr, 1954) no escapa a estos interrogantes. Pero hay que decir, en su favor, que si la suspicacia mayor es que poner un nazi en la novela ayudará a venderla, en esta obra esa presencia aparece de un modo velado, percibido sobre todo en la atmósfera opresiva, tensa, dramática, de delación, donde el arresto y la muerte acechan a cada paso.

Esta novela corta es, antes que nada, una historia de supervivencia de hondo contenido humano, centrada en una mujer judía y su hija, Regina y Lucía, durante la anexión de Austria por parte de Alemania, a partir de 1938. Lo que la hace singular es que el relato está centrado en los lazos de amistad que sujetaron a esas dos mujeres frente al abismo, como las cuerdas que unen a los escaladores.

Hackl cuenta esta historia, que es real, siguiendo los pasos de un grupo de amigos -entre ellos el dueño de un taller de artesanías y alpinista Reinhold Duschka, Rudolf Krauss, y el vago y simplón Fritz Hildebrandt- desde antes de la anexión hasta los años de posguerra.

Reinhold se erige durante cuatro años en el ángel guardián de esas dos mujeres, ocultas en un escondrijo húmedo y sombrío. Un día ellas se dan cuenta de que sus vidas penden de que ese hombre ni siquiera se enferme. A ese hombre virtuoso y modesto, que nunca contó lo que había hecho, está dedicado el libro.

El mérito de Hackl es la reconstrucción de la historia con una prosa contenida, sobria, que es la que realza los gestos de humanidad en medio de la inhumanidad.

El resultado se asemeja mucho a una crónica periodística hecha a partir de fragmentos. Para eso se nutre de los recuerdos de Lucía, que a veces son nítidos y otras veces son borrosos. El narrador completa los vacíos del relato con interrogantes que él se hace, con sus propias deducciones o con descripciones de escenarios a partir de fotografías de la época.

Hackl, autor de más de una quincena de libros, entre ellos un Diccionario de los voluntarios austríacos en la España republicana 1936-39, es traductor, entre otros, de Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano y Juan José Saer.