EL RINCON DE LOS SENSATOS

De residencias médicas y estacionamiento de autos

Perdido entre tanta fantasía y antes de su impresentable catarata de despropósitos finales, el Presidente hizo referencia a una futura ley de Residencias Médicas en su discurso de apertura ante el Congreso. Bueno sería cierto orden ante el aquelarre en que se ha convertido un sistema de formación profesional inicialmente virtuoso.

    Vale la pena recordar que el sistema de Residencias Hospitalarias se implementó entre nosotros hacia fines de los años cincuenta del siglo pasado, a partir del buen ejemplo norteamericano. En materia de Cirugía, todo empezó en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires bajo la dirección de Mario Brea y la colaboración de Andrés Santas en 1958. La organización no fue sencilla pero, para no abundar en esta nota, baste saber que contó con la firme oposición de gran parte de los entonces médicos de planta que habían tenido que aprender a lo largo de años de “goteo” de oportunidades no reguladas y no estaban dispuestos a perder sus privilegios frente a jóvenes recién graduados a quienes se veían obligados a enseñar.

    Porque el sistema de Residencias se definió como “enseñanza en servicio”, debidamente supervisada, con responsabilidades ordenadas y crecientes, cuya finalidad era formar en tres o cuatro años un cirujano general capaz de desempeñarse por sí con la idoneidad correspondiente. El sistema implicaba obligaciones y derechos. El Residente debía prestar dedicación exclusiva a tiempo completo, con frecuentes guardias de 24 horas e intensa actividad académica además. Pero contaba con la ventaja de ser permanentemente ayudado en sus tareas por superiores jerárquicos con deberes docentes y participar de toda la actividad quirúrgica, en la mayor parte de los casos como cirujano principal acompañado por alguien que sabía más y podía guiarlo. Semejantes derechos implicaban una obligación de disponibilidad poco común. Se “vivía” en el hospital y no había modo ni ganas de sacarle el cuerpo al trabajo.

Ingresar a las Residencias era difícil. Al examen teórico y al promedio de notas del pregrado había que agregar una entrevista personal con las autoridades del Servicio donde uno iba a convivir varios años. Se trataba entonces de un sistema seleccionado, exigente y fructífero cuyo prestigio fue en rápido aumento como para que hacia fines de los años sesenta los principales hospitales de Buenos Aires y varios importantes del resto del país hubieran organizado serios institutos que competían en calidad. Por entonces, esta vez a través de la Secretaría de Salud de la Nación, se perfeccionó el examen de ingreso y se comenzó una supervisión controlada de las instituciones por medio del Consejo Nacional de Residencias Médicas (CONAREME), de breve existencia sin embargo a raíz de lo que siguió.

Es que la influencia cultural y política de los dorados setenta no tardó en infectar la enseñanza médica también. Empezó por derrumbarse la “entrevista personal” por elitista y supuestamente acomodaticia. Y así se contaminó progresivamente a todo el sistema, que empezó enseguida a perder calidad. Como resultado del correr de los años, hoy hay inflación de Residencias que no son tales porque no aseguran calidad alguna de formación ni son controladas desde ninguna parte. Públicas y privadas, se han transformado mayoritariamente (hay algunas excepciones, claro) en salidas laborales para los recién graduados, que no les aseguran calidad de educación ni entrenamiento. Sin el menor contralor.

Gobierno degradado

¿Puede alguien suponer que un Gobierno degradado como el que venimos sufriendo, cuyos principios son los mismos que han destruído a un buen método de formación profesional, sea el que lo enderece? Permítaseme vaticinar que, una vez más y en su lugar, se va a organizar otro rincón de burocracia inútil, enemiga profunda de la calidad selectiva que era imprescindible en las Residencias.

Eso sí, pueden surgir algunos que, como el actual ministro de Economía con el macarrónico inglés que empezó luciendo en Davos a comienzos del gobierno de Macri -quien lo trató con ingenua generosidad entonces- se crean  capaces de “poner (to put) bien su auto” en lugar de “estacionarlo (to park) correctamente”. Eso cuentan los diarios que dijo hace unos días el candidato eventual ante los centros financieros norteamericanos donde mendiga.

Así de ignorantes, así de confundidos…