De la tetera de opio a la de fentanilo: las formas culturales de la anestesia

Estamos invitados a tomar el té,
la tetera es de porcelana
pero no se ve,
yo no sé por qué.
La tetera de porcelana -María Elena Walsh

Todos debemos recordar esa canción de la inolvidable María Elena Walsh y quizás recordará ella la tradición del té inglés, como buena descendiente de irlandeses. Esas adorables teteras “inglesas” eran en realidad muchas de ellas de origen chino, en una época que lo chino remitía a producto artesanal, no a la deformación que vendría después como producto de fabricación en masa. En Inglaterra el consumo de esas teteras y porcelana en general, y en especial el té, como por ejemplo el delicioso Lapsang Souchong, eran productos muy demandados ya en el siglo XVIII y se incrementó aún más en el XIX, a tal punto que la transferencia de divisas hacia China se hizo una carga difícil de soportar para el corazón del Imperio, que ya soportaba sostener una flota que aseguraba la “Pax Britannica”, ser la potencia mundial predominante, pero que consumía las arcas de la corona. Cualquier referencia a la actualidad es quizás una de las muestras de la repetición de la historia. 
El problema era que en ese entonces Inglaterra importaba masivamente no solo porcelana y té de China, sino también seda, pero no exportaba nada a cambio. La balanza comercial comenzó a inclinarse peligrosamente y se necesitaba restablecer el equilibrio económico y, sobre todo, político. Una modalidad surgió primero de manera algo anárquica, alrededor de 1790, y luego ya como política explícita en 1820. En otra parte del Imperio donde no se ponía nunca el sol, más concretamente desde la India, se encontró un producto que podía hacer algo por ese equilibrio: el opio. Una droga devastadora como moneda compensatoria. En realidad, en principio una ganancia para algunos grupos, luego una política comercial de estado y finalmente un arma geopolítica. 
Fue así como el opio, el producto de la amapola (Papaver somniferum) más que un narcótico, se volvió un arma geopolítica y económica. Su efecto sedante, analgésico en medicina se transformó en un producto de mutación cultural y social con efectos devastadores en la sociedad China.
En 1839, China que se resistía a todo tipo de  ingreso de productos extranjeros, pero ya estaba totalmente invadida por la epidemia de consumo de opio, intentó resistir el ingreso de ese producto que  no solo los empobrecía por los costos y el desbalance comercial, sino que destrozaba a su población. Aquí otro factor constante en la historia, se expresó mediante la política aislacionista de China, que evitaba todo contacto con el exterior, pero que chocaba con una postura de la misma especie, por parte de los que manejaban militarmente el mundo. La arrogancia de los líderes otra vez actuaba como catalizador de los procesos históricos. 
Un alto funcionario, el comisionado imperial Lin Zexu confiscó y destruyó más de 20.000 cajas de opio británico en Cantón (Guangzhou). Esta acción tenía un fin similar a los que se realizan en los decomisos actuales, uno concreto y uno simbólico. En este caso, el simbólico era hacia Inglaterra diciendo que buscarían detener todo ese accionar de décadas y establecer su preeminencia también hacia la población China.  Pero esa decisión, como otros actos que marcan en la historia el inicio de una época, fue la que generó un “Casus Belli” en Inglaterra y luego de diversos debates llevó a la Primera Guerra del Opio entre China y el Imperio Británico que fue entre 1839 (1840 en otras fuentes) y 1842 que culminaría con la derrota china y la imposición del libre comercio que implicaba el ingreso irrestricto de opio, así como la entrega de Hong Kong. El opio, la adormidera, no solo adormeció a millones de cuerpos, sino también a una civilización entera ante el avance colonial. Como en casi todas las guerras, fue un conflicto militar en lo evidente y emergente, pero ocultaba fines comerciales y de alguna manera algo más profundo: una confrontación entre dos modelos de mundo. Uno sostenido por la lógica del poder comercial; otro que intentaba sostener una cultura propia y evitar la creciente descomposición de una sociedad en crisis, que se incrementaba por las altísimas tasas de adicción y sus consecuencias.
VECTORES DE DOMINACIÓN
En ese episodio podemos reflejar hoy la lógica oculta de los avances del comercio de drogas en el mundo, los nombres son otros: cocaína, fentanilo, metanfetaminas y otros derivados. Las drogas de ayer y hoy son también vectores de dominación: entran donde hay vacío, dolor o deuda, y lo llenan con dependencia. Los proceso históricos, sociales y políticos son el marco del devenir del individuo que habita ese tiempo específico.
Ya en ese momento, sin embargo, esta acción fue objeto de debates en el parlamento británico que quizás sea útil estudiar hoy. Un joven parlamentario británico, William Ewart Gladstone, quien luego sería  primer ministro, denunció en 1840: “Una guerra más injusta en su origen, más calculada para cubrir al país de vergüenza permanente, no la conozco ni la he leído. Nuestra bandera se ha convertido en una bandera pirata para proteger un tráfico infame”. 
La acción de Lin Zexu fue el 26 de junio y en función de ello el 7 el diciembre de 1987 en su resolución 42/112 la ONU estableció que cada 26 de junio, se conmemore el Día Internacional contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas.
El uso del opio tiene una tradición de siglos en la medicina y la cultura occidental y así, por ejemplo, el famoso láudano creado según se dice por Paracelso, fue considerado durante mucho tiempo la medicina de excelencia. De hecho, el mismo Paracelso la llamó “la piedra filosofal de la medicina”. Como fenómeno cultural ya estaba instalada en Europa en medios intelectuales y literarios, especialmente desde inicios del siglo XIX, como vemos en los casos de Samuel Taylor Coleridge con su "Kubla Khan", inspirado en sus sueños inducidos por opio, o Thomas de Quincey quien nos cuenta su historia en "Confesiones de un inglés comedor de opio", o Baudelaire (Les Paradis artificiels), Rimbaud, Verlaine u otros. En Francia principalmente, se populariza el absenta, o ajenjo como bebida y al igual que el opio, lo hace primero como medicina luego como un rito pagano de ruptura con la realidad burguesa. Pero esa fascinación romántica, que hoy vemos detrás del uso de otras sustancias, oculta su raíz social: la droga como escape, como rito solitario en una sociedad que perdía sentido, hay diríamos una sociedad liquida o del vacío.
En 1843 Karl Marx, en una frase que, al igual que otras en su descontextualización fue mal comprendida, planteo que “La religión es el opio del pueblo”. Otra vez el opio, como significativo de droga, de “adormidera” aparece como metáfora de la cultura. La frase fue enunciada en “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, y allí Marx trazó un paralelismo entre el opio (como alivio sintético) y la religión (como alivio ideológico del sufrimiento material). No se trataba de una crítica moral, sino de señalar una función estructural en sistemas opresivos, y no como condena a la religión, sino como explicación: era el reflejo de un sufrimiento real aliviado por medios ilusorios. En esa clave, el opio no era condenable, sino funcional al estado de la sociedad.
Hoy el fentanilo y otras drogas ocupan ese mismo lugar, no es solo una droga y sus consecuencias sino un símbolo de los tiempos y el emergente de un sistema. Las drogas ya no necesitan mística ni ritual: están embebidas en la estructura social, desde los opioides recetados hasta el paco en las periferias de nuestras ciudades. La anestesia es cotidiana, banal, sin misterio. La sustancia ha dejado de ser mercancía para convertirse en arquitectura invisible.
Detrás del debate sobre narcotráfico, seguridad o salud pública, persiste una pregunta más incómoda: ¿para qué sociedad se necesitan cuerpos adormecidos? ¿Quién se beneficia de que millones de personas apaguen sus angustias con químicos?
El 26 de junio, día internacional contra el abuso y el tráfico ilícito de drogas, nos enfrenta a esa contradicción: combatimos las sustancias pero no el vacío que las vuelve necesarias.
Este paralelo entre épocas quizás se a lo que planteo Karl Marx, en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte (1852):
“La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa.”
Las teteras que encendieron el conflicto eran de porcelana, pero quizás el problema es lo que no se ve, y parafraseando a María Elena, no sabemos bien porqué, o quizás sea muy evidente.