A 80 AÑOS DE LA PUBLICACION DE ‘EL SER Y LA NADA’

De la ‘negacion’ de Sartre al ‘misterio’ en Marcel (II)

POR IGNACIO A. NIETO GUIL

Jean-Paul Sartre fue la voz de una época que apagó sus luces en lo que respecta al sano pensar. Y esto último da la pauta de que hay que entenderlo en ese contexto preciso, para tener una mirada profunda que interprete nuestros tiempos en la modernidad. Definitivamente, en la historia de la humanidad difícilmente haya existido un pensamiento de tanta ruptura con la realidad y su peso metafísico como propuso Sartre.

Los presupuestos filosóficos de Gabriel Marcel son mucho más claros, consistentes, ricos y, propiamente, su reflexión aportó una nueva luz a la existencia humana en tiempos de marcada oscuridad para el hombre. Y si bien, estrictamente, el pensador francés hizo “filosofía de la existencia” y, por tanto, sus reflexiones se enriquecieron en base a sus vivencias existenciales personales; precisamente se alejó considerablemente de toda “filosofía sistemática” que buscaba encapsular el mundo, incluida la ontología tradicional. Sin embargo, lo anterior no obsta para descalificar las nociones filosóficas del católico francés y su propuesta de una “ontología de la esperanza” a través de su “filosofía concreta”.

El pensamiento personalista (aunque no le hubiera gustado ningún calificativo salvo el de neo-socrático como él mismo se caracterizó, además de rechazar el calificativo de existencialista cristiano que Sartre le había atribuido) de Marcel es, en efecto, una actitud de sana espiritualidad enriquecedora, de búsqueda de marcada “trascendencia religiosa y metafísica” y un digno y auténtico llamado en épocas de grandes dramas morales e incertidumbre para el ser humano moderno. Por este motivo, la filosofía marceliana se opone a la visión de Sartre, pues es asimilable, de este modo, a la filosofía kierkegaardiana. Ambos autores escaparon al costumbrismo social y a la extravagancia burguesa del pensamiento contemporáneo, ya que forjaron un pensamiento genuino que se orientó a la búsqueda de la Verdad en pos de criticar los mandatos de la modernidad, y no, justamente, para cumplir con las modas intelectualistas e ideologías imperantes. O, en otras palabras, bajo el yugo de la filosofía del sistema a la que muy bien adhirió el pensador ateo, para ser uno de los artífices principales del Mayo Francés de 1968.

DISTINCION

En este sentido, Gabriel Marcel, autor de su obra magna El Misterio del Ser, aportó la distinción entre “reflexión primera” y “reflexión segunda”, describiendo esta última como el “instrumento por excelencia del pensamiento filosófico”, mientras que “la reflexión primaria tiende a disolver la unidad que se le presenta, la reflexión segunda es esencialmente recuperadora, es la que reconquista”.

Lo anterior, significa que la “reflexión primaria” tiene una marcada tendencia objetivante propia, por ejemplo, de la ciencia y, por tanto, abstracta y reduccionista del pensar. Así pues, se trata de un modo de instrumentalizar el pensamiento que busca conquistar un saber en particular a través de la fragmentación de la realidad. La “reflexión segunda”, en cambio, se orienta de manera tal que tiende a profundizar en la realidad existencial y concreta, no de forma objetivante y reduccionista, sino a modo reflexivo. Marcel lo expresó muy bien en el opúsculo Posición y aproximaciones concretas al misterio ontológico al decir: “la reflexión por la cual me pregunto cómo, a partir de qué origen fueron posibles los procesos de una reflexión inicial que postulaba lo ontológico sin saberlo. La reflexión segunda es el recogimiento en la medida que es capaz de pensarse a sí mismo”.

De allí que el autor francés propuso una filosofía concreta contra la “abstracción que despersonaliza a los seres” en tanto que “la expresión 'filosofía concreta' tiene un sentido, en primer lugar porque corresponde a una repulsa de principio opuesta a los 'ismos', opuesta a determinada escolarización”. Marcel apuntó, particularmente, contra el proceder sistemático de la filosofía que “desvitaliza”. En otras palabras, con la pretensión de “encapsular el universo en un conjunto de fórmulas más o menos rigurosamente encadenadas”, como describió en su obra Filosofía concreta publicada en 1940.

El pensador francés, en efecto, buscó “restituir a la experiencia humana su peso ontológico” a través de lo que denominaba una “exigencia de trascendencia” para acceder a una “realidad que se nos revela”. Pensemos, además, en el contexto del autor en la primera parte del s. XX, quien vivió de cerca el auge de la técnica y el positivismo, las dos guerras mundiales, el ascenso del totalitarismo político en Europa, la manipulación de masas, el colectivismo comunista, etc.

En su obra principal, El Misterio del Ser, Marcel inicia con un capítulo destinado a reflexionar “El mundo en crisis” que le tocó vivir: “en nuestro mundo cada vez más colectivizado toda comunidad real parece cada vez más incognoscible” porque “la intimidad es cada vez más irrealizable, partiendo del hecho general de la socialización creciente de la vida, puede verse cómo se realiza la perdida de la intimidad”. A partir de allí es necesario comprender el mensaje del filósofo francés.

INTERROGANTE

Por otro lado, anteriormente se analizó a Sartre quien llevó a identificar el ser con la nada; sin embargo, Marcel contrariamente vinculó el “ser” con el “misterio”. En voz de Marcel: “plantear el problema ontológico es interrogarse por la totalidad del ser y por mí mismo en cuanto a totalidad”. Por consiguiente, este “ser” se devela como un “misterio” que, asimismo, se llega a través del “recogimiento”, la “presencia” y la “participación” que vendrían a ser una suerte de acto espiritual interior propio del sujeto o suppositum más que un acto intelectual de aprehensión de lo objetivo; o, específicamente, entre el dualismo que se establece entre el sujeto-objeto. El pensador francés, a modo kierkegaardiano, parece renunciar a cierto realismo para exponer precisamente una “experiencia humana más íntima” del individuo concreto, como sostiene Verneaux.

Así pues, Gabriel Marcel distingue cabalmente lo que es un “misterio” de un “problema”. Nuevamente en palabras del pensador francés en su obra capital: “un problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí, y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia solo puedo pensarme como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y su valor inicial. Mientras que un problema auténtico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la que se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible. Sin duda siempre es posible -lógica o psicológicamente- degradar un misterio para hacer de él un problema”.

Esto quiere decir, que la oposición misterio y problema se presenta en distintos planos, puesto que el primero pertenece a una esfera trascendente y, por ello, es meta-problemático en tanto que “me hallo implicado en él, comprometido”, lo reconozco y me aproximo a él para luego reflexionar. Aquí, justamente hay que evitar la confusión en tanto que el misterio no es algo incognoscible, pues este, es en realidad, es el límite de lo problemático.

El misterio, contrariamente, es un acto positivo del espíritu que se capta por los modos de experiencia en que se refleja y “que ilumina por esa misma reflexión” la realidad espiritual que, sin duda, está ligada al misterio. El problema, por el contrario, “se halla por entero ante mí”, es decir que necesito de una técnica para reducirlo y someterlo por vía objetiva. Es una cuestión procedimental y principalmente impersonal para dominar una dificultad, y su elemento principal es la razón abstractiva que no cabe a la hora de abordar un misterio, pues el filósofo propuso otro modo de acercamiento para entender la revelación del “ser”.

Gabriel Marcel, en tal sentido, entendió que la metafísica “es una reflexión dirigida a un misterio”, ya que el “ser” no necesita ser demostrado sino que se revela en la experiencia inmediata. Ahora bien, para el pensador francés, por ejemplo, la libertad, el amor, el yo y el tú, la familia, la unión del alma y el cuerpo, la inmortalidad del alma, el ser-encarnado y el mismo ser, son, todos ellos, misterios que me aproximo por mí propia experiencia, en tanto estoy implicado sin que pueda hacer abstracción lógica de los ejemplos citados. No hay sistema posible que pueda agotar lo que es inexhaustible, ni es posible tampoco llegar al fondo de su inteligibilidad.

Sin embargo, Santo Tomás de Aquino, único en su genialidad y con su exquisita y honda penetración de la realidad, entendió este límite cuando sostuvo que “el individuo es lo inefable”, es decir, no hace más que remarcar este fondo misterioso en el hombre desde el realismo. De allí que Marcel propone arribar por una vía más bien contemplativa y, a la postre, espiritual; y no, propiamente, a través de un camino que se abre paso desde lo conceptual. Precisamente, esto significa que la mirada de Marcel se presenta en una faz marcadamente subjetiva e intuitiva en el válido y honesto propósito de arribar a las profundidades inagotables del “ser” atravesando el límite objetivo o, lo que el filósofo católico-español, Leonardo Polo, denominaba el “abandono del límite mental” que no es más que el intento de atravesar la frontera de lo pensable, mientras que la razón abstractiva no pude ingresar en los recónditos profundos del “ser” ni a la propia “experiencia profunda” del hombre.

SER Y TENER

Otra categoría importante para Marcel es, pues, la diferencia entre “ser y tener”. En este sentido, el pensador francés, aseveró: “la tragedia de todo tener consiste en el esfuerzo desesperado por identificarse con alguna cosa que sin embargo no es, y no puede ser, idéntica al ser que la posee”. Aquí más bien se refiere a dos actitudes en el orden psicológico, puesto que el “tener” está en relación con algo exterior que son las cosas y solo tiene sentido en el orden de los objetos, esto es, que pueden ser expuestas en relación a otro.

El grave peligro en el “tener” radica en reducir al hombre al nivel de las cosas e identificarse con lo que se posee y, esto mismo, conlleva un cierre hacia lo metafísico para situarse en el plano de los objetos y lo instrumental. En tanto que el “ser” se refiere al “yo-soy” abierto a otros seres en un ámbito personal y existencial a través de la disponibilidad, el compromiso y la responsabilidad, que se sitúan en la esfera del “ser”, ya que el hombre trasciende el mero “tener” en el orden material.

Otro punto importante vinculado a las nociones previamente vistas, se relaciona con el “ser-encarnado” al cual Marcel contrapone con la famosa fórmula cartesiana cogito ergo sum (pienso luego existo) fácil de oponer, ya que primariamente existo, tengo “conciencia de mí ligada a un cuerpo” como un dato existencial inmediato de la realidad. No soy una conciencia pensante encerrada en sí misma como pretende reducir al hombre el cogito abstracto de Descartes. Claramente, Marcel dijo: “Soy 'mi cuerpo' en tanto significa un tipo de realidad esencialmente misterioso que no se deja reducir a la determinaciones que presenta como objeto”. Y luego agregó: “mi existencia en tanto ser encarnado envuelve un interrogante que, en el plano del objeto, no parece tener respuesta”.

Es decir, “mi cuerpo” se presenta como algo misterioso e íntimo y a la vez sagrado que trasciende toda reducción fenomenal. Continúa: “empleo la palabra 'encarnación' exclusivamente en el sentido que designa la situación de un ser ligado esencialmente y no accidentalmente a su cuerpo”. Justamente, soy “mi cuerpo” en tanto soy un ser-sintiente, pues, precisamente, no se aborda desde un punto de vista materialista o biologicista, que sería tratarlo como un objeto nuevamente en el rango del “tener”, sino desde una trascendencia metafísica que se vincula con el “ser”, e, inevitablemente, esto mismo nos lleva a sostener que la existencia se encuentra en relación con otros seres mundanales en el mundo corpóreo, y solo en referencia a “mi cuerpo” puedo afirmar la existencia de algo.

En efecto, mi condición de ser-existente se presenta ligado a un cuerpo en tanto es poseído al establecer un vínculo esencial y profundo. Aún más, no se da un simple “tener” en el orden de las cosas como se vio anteriormente, sino que tengo un cuerpo en relación a una implicación que se establece con mí “ser” a partir de una sana vinculación “interior-exterior”. Sin embargo, cuando más adhiero mi cuerpo en referencia al “tener” (tratado como una simple posesión) más aniquilo mi interioridad suprimiendo el “ser”: “me embebo en el cuerpo al que me identifico que parece literalmente devorarme”, sostuvo con gran agudeza Régis Jolivet al tratar la filosofía de Marcel.

El “tener” en relación al cuerpo debe estar en íntima correspondencia con el “ser”, puesto que debo dominar la tensión que se establece entre “mi interior” y “mi exterior”, para que este último no domine al “ser”. Solo el amor, asimismo, puede ordenar este vínculo a través de sana subordinación a una realidad superior: “solo por él somos capaces de afrontar el ser sin transformarlo en tener, en objeto o espectáculo”.

INTERSUBJETIVIDAD

Finalmente, un tema central en la ontología de Gabriel Marcel es, ciertamente, la cuestión de la “intersubjetividad” o, más exactamente, la vinculación entre el “tú” y el “yo”.

Afirmó Marcel: “puede decirse en general que la relación 'con' es intersubjetiva por excelencia y no se aplica ni puede aplicarse en un mundo de objetos, que es un mundo de pura yuxtaposición”. Este lazo misterioso, para Marcel, alcanza el carácter de intimidad, cuando se reconoce una calidad profunda e individual de “un ser que amo tiernamente y que llevo en mi corazón” y por ello el “contenido de esa realidad (intersubjetiva) se enriquece en la medida que esos individuos que llegan a conocerse individualmente y reconocerse en la singularidad de su ser y su destino”.

No obstante, estas relaciones no objetivables se presentan extremadamente complejas e indefinibles con la imposibilidad de reducir a un sujeto a una “pura unidad formal” ni menos a una “sucesión de estados de conciencia” a modo bergsoniano que trae aparejado por lo tanto cierta despersonalización, pues el “otro” se afirma como un ser único y singular que trasciende en sí mismo cualquier objetivación.

Sin embargo, un peligro no menor en las relaciones intersubjetivas es, propiamente, cierto grado de egocentrismo (muy vigente en los tiempos modernos) que ciega toda apertura posible hacia el “otro”. Por ello, Marcel afirmó que el egoísta: “no tiene claridad sobre sí mismo, no conoce sus necesidades reales, no sabe lo que le falta, ignora que se traiciona en la medida en que concentra en sí toda su atención”. Además que: “el egocentrismo únicamente es posible en un ser que no es efectivamente dueño de su experiencia, que no la ha asimilado verdaderamente”. Y en definitiva: “en tanto que estoy dominado por una preocupación egocéntrica, esta preocupación actúa como una barrera entre yo y el otro, y por otro debemos entender aquí la vida de otro, la experiencia de otro”.

Marcel dijo que es posible superar este escollo gracias a que “a medida que me elevo en una percepción verdaderamente concreta de mi propia experiencia, estoy en condiciones de acceder a una comprensión efectiva del otro, de la experiencia del otro”. Precisamente, sólo a través de la disponibilidad y el compromiso con el otro es posible ser un “nosotros” que participa activamente en el misterio del ser: “poner acento sobre la presencia de una profundidad sentida, de una comunidad profundamente arraigada en lo ontológico, sin la cual los lazos reales humanos serían ininteligibles”.

Este vínculo entre el “tú” y el “yo” como presencia mutua a través de la intimidad espiritual, alcanza su cumbre cuando está iluminado por una “realidad metafísica” que trasciende a los sujetos y proporciona un escenario estable de vinculación. Asimismo, esta realidad ontológica debe reconocerse a través de la “fidelidad moral” que fundamenta, justamente, el “nosotros”, en un verdadero vínculo de amor filial.

Por todo lo expuesto, Gabriel Marcel, es por excelencia el filósofo que reflexionó sobre las implicancias metafísicas de las experiencias vividas por el hombre a partir de datos propiamente espirituales y existenciales, y por este mismo motivo, lo convierte en un pensador de suma profundidad. La filosofía de Marcel se presenta con una fidelidad única e irrepetible a través de su rica ontología, pues pretendió recuperar el verdadero sentido del hombre en general y las relaciones humanas en particular, tan castigadas en los tiempos modernos. Problemas que, sin duda, se viven a diario y tienen sus repercusiones prácticas y morales. Por ello, el filósofo francés buscó reflotar una mirada que se enciende desde el espíritu contra la objetivación racionalista de una sociedad harto tecnificada y, en efecto, gravemente deshumanizada.

Aquí radica la propuesta esperanzadora de Marcel, allí donde la verdadera esencia humana se realiza por medio de la esperanza, como una categoría vital y transversal en la cosmovisión filosófica del pensador francés: “El alma no existe sino gracias a la esperanza”, resume toda la filosofía que principalmente se preocupó por el prójimo, y esto último, precisamente, ilumina toda su obra hasta nuestros días.