SE CUMPLIERON 80 AÑOS DE LA PUBLICACION DE ‘EL SER Y LA NADA’

De la ‘negacion’ de Sartre al ‘misterio’ en Marcel (I)

POR IGNACIO A. NIETO GUIL

La virtud de Gabriel Marcel (1889-1973) radicó en su completa oposición al existencialismo ideológico de su época que deparaba al hombre una mirada radicalmente pesimista de la vida y el mundo, luego de una Europa diezmada por la guerra; pues según el filósofo católico Jacques Maritain: “nada más fácil para una filosofía que ser trágica: no tiene más que abandonarse a su peso humano”, cita que muy bien plasmó Marcel en su ensayo: “Posiciones y aproximaciones concretas al misterio ontológico”.

Precisamente la filosofía de Heidegger, Camus y Sartre, se trató, en el fondo, de un psicologismo nihilista y humanista de lo absurdo con ciertas pretensiones pseudo-metafísicas que no sobrepasó por esta misma razón el plano meramente fenoménico, producto del tiempo que les tocó vivir a los autores de la posguerra.

En cambio, Marcel, amparado en lo que él denominaba “filosofía de la existencia” a contrario sensu del mal llamado existencialismo, pretendió dar una nueva luz al ser humano a base de sus ricas indagaciones filosóficas (o lo que denominaba “reflexión segunda”) que partieron notablemente de una “metafísica de la esperanza” y, por tanto, se orientaba a un auténtico sentido de “Trascendencia”.

En efecto, Marcel fue un converso al catolicismo no sin antes pasar por el idealismo que jamás pudo convencerlo del todo. En oposición, Jean-Paul Sartre predicó un férreo antiteísmo y, además, militó en el marxismo y apoyó a los regímenes comunistas (doctrina sumamente contraria a la verdadera filosofía de la existencia). De allí posiblemente el origen de su amoralismo filosófico opuesto a la naturaleza humana y, en definitiva, a la realidad.

FALSA DUALIDAD

Sartre, consecuentemente, erigió un sistema que buscó vanamente hacer por un lado ontología, aunque más bien invierte las categorías ontológicas de una sana metafísica; y por el otro, se valió de los presupuestos fenomenológicos provenientes de Husserl (al igual que la filosofía heideggeriana) para “negar la profundidad del ser en las cosas”, puesto que estas son, para él, puro fenómeno, es decir una mera apariencia que se revela tal cual es.

De allí que establece una falsa y contradictoria dualidad entre ontología y fenomenología en un mismo plano del orden material. Contrariamente a esto, la metafísica como disciplina se ordena desde una mirada superior a lo fenoménico y sienta, en consecuencia, los principios rectores de la realidad como el de: identidad, no contradicción, causalidad, analogía, etc. Pero en el fondo, en la doctrina sartreana hay “negación lisa y llana del mismo del ser” y, principalmente, la realidad de las cosas solo se presentan de forma aparente sin ningún sustento, como se explicó precedentemente.

Es evidente que aquí se encuentra el núcleo central de su contradicción metafísica, ya que el “ser” no es reducible al mero fenómeno del “en-sí” ni a la mera conciencia del “para-sí” que a continuación se explicará, pues posee una estructura que sobrepasa ampliamente tanto el “aspecto fenoménico” como la “aprehensión mental”. Solo el realismo puede hacer inteligible el ser desde una óptica coherente, adecuada y penetrando, incluso, los espacios más recónditos y misteriosos de la realidad.

Para el francés autor de su obra magna El ser y la nada, existen a grandes rasgos dos categorías de ser: el “ser-en-sí” y el “ser-para-sí”.

El primero se relaciona al mundo material que, a su vez, éste “en sí” se presenta opaco, denso y compacto, o sea clausurado a sí mismo sin interior que lo oponga a un exterior al carecer, ciertamente, de conciencia. Es algo increado o sacado de la nada (ex nihilo) que no tiene fundamento ni menos se apoya en un “Ser Necesario” creador o Dios.

Aquí radica el origen antiteísta de su filosofía y, a la postre, contraría a un orden fundante de la naturaleza, esto es, a la plenitud de un “Ser” Perfecto sin mezcla de finitud, creador de esencias. Asimismo, el “en-sí” es pura contingencia, sin razón de ser ni causa alguna: tan solo “es”. Además, el autor aquí se mueve en un plano propiamente “material” en su vano absurdo de analizar ontológicamente al ser y no en un plano realmente metafísico, como plantea el realismo.

Por otro lado, la segunda caracterización de ser es el “para-sí”, pues en este caso se refiere a la existencia humana. Este tipo de ser se fundamenta en el “anonadamiento” que viene a ser una suerte de desconcierto, puesto que la “nada” está en el centro mismo del existente que anida como un “gusano” y al mismo tiempo lo “constituye”. Aquí su nihilismo y ateísmo en su máxima expresión. El “ser-para-sí”, al poseer conciencia, es el único capaz de preguntar sobre su “propio ser” a diferencia del “ser-en-sí” carente de “conciencia”, que no puede, por tanto, preguntar.

Pero, por esta pregunta, justamente se halla la propia carencia de ser: la penetración de la “nada”, tema neurálgico de la filosofía del absurdo. Sin embargo, Sartre reduce al hombre a un mero “estado de conciencia viviente” constituido por una nada.

Antes sería válido aclarar que el “ser en sí mismo” como objeto de estudio de la metafísica realista no es asimilable a la llana “conciencia de ser” del hombre en el mundo, puesto que, precisamente, se tratan de dos categorías independientes. El ser humano tiene conciencia de su “existencia real” a nivel espiritual (alma), psicológico (conciencia) y material (cuerpo); no obstante el ser no se da de forma inmanente, reducido, por ejemplo, a la conciencia o la que ésta elucubra que es el “ser” como postula Sartre sin ningún basamento real, sino que se halla por fuera de la mente. Por este motivo, lo que hace la conciencia es “captar y aprehender” el ser que “es” en la misma realidad objetiva (y no subjetiva como el sistema sartreano) y, en definitiva, independiente de quien capta. Empero, lo que efectúa la conciencia es el “acto de adecuarse a la realidad” y, en suma, a la verdad que se halla en el ser.

PURA ABSTRACCION

Sin embargo, Sartre, a pesar de atribuirse el mote de existencialista, en realidad, hace pura abstracción, casi a modo de un sistema hegeliano. Entonces sería correcto decir que hace una especie de filosofía de la “pura abstracción-existencial” (término contradictorio en sí mismo) propio de un sistema idealista cuando pretendió hacer “ontología”.

Esto mismo se ve claramente en el tema de la “libertad”, aunque siempre con el mismo telón de fondo que es la “nada”. Una “nada” que para él “engendra”, pues nuevamente se presenta una contradicción: la “nada” no tiene razón de ser o existencia real y, por ende, la nada no puede concebir o ya sea “crear” como equívocamente afirmó. Tal vez, en un plano realista como se viene analizando, el autor lo pueda percibir estrictamente como un “puro sentimiento de vacío moral y psicológico”, pero que tenga un carácter real y metafísico es inverosímil.

De vuelta en el tema de la “libertad”, dice que: “el hombre está condenado a ser libre”; sin duda se trata de una frase ambigua y cuasi literaria (además este tipo de autores se refugian en la literatura, ya que proponen una filosofía muy intrincada y un sistema oscurantista de pensar). Más allá de estas aclaraciones previas, para Sartre la “libertad” del hombre proviene de su propia “negación”: “el hombre es libre precisamente porque no es”, sostuvo el filósofo francés.

De allí que uno deba “hacerse”, ya que la libertad vendría a ser la esencia del hombre (aunque justamente niega la esencia o más claro la naturaleza del ser humano). Una libertad aparentemente fundada en el “no-ser” y de este último procede el “ser” en el “para-sí” o lo que equivale a la existencia del hombre. Pero bien se sabe que el ser no proviene de la nada y, por este mismo motivo, una sana inteligencia inmediatamente comprende esto. Ciertamente, Sartre con este modo de pensar niega el “ser-espiritual” del hombre para rebajarlo a una pura nada que se hace a nivel material o por la “nadaficación del ser material”. Esto, sin duda, plantea un desprecio muy grande para el ser humano a nivel moral, pues lo degrada a un simple objeto existente.

IMITACION HEGELIANA

La filosofía del autor francés es, en realidad, una vaga imitación hegeliana del tránsito del “no-ser” al “ser” y viceversa, y de la identificación del “ser” con la “nada”: “El puro ser y la pura nada son por lo tanto la misma cosa”, afirmó Hegel en la Ciencia de la Lógica. Para el francés, el hombre, porque “no es”, al mismo tiempo, “es”. Y de allí mismo se da el “pro-yecto de ser” o de “autocreación”.

Sartre, a imagen de Hegel, es la síntesis antropológica del idealismo alemán, es decir, que lo aplicó al proyecto existencial. Lo cual es grave, porque desvincula al hombre de su propia naturaleza dada, que se funda, a su vez, en el “Ser-Trascendente” y no auto-dada por la propia “inmanencia de ser” en el “plano fenoménico” y, en suma, fabricada por la propia “conciencia” al erigir a un hombre-dios como quiso el filósofo francés. He aquí un puro “subjetivismo-inmanente” y por tanto irreal propio del idealismo, en este caso aplicado a la existencia.

Contrariamente, el realismo se ampara en una “objetividad-trascendente”, es decir, el objeto se ubica fuera del sujeto que capta, lo propio de una sana ontología; que descubre, además, la verdad del “ser-real” tal cual “es” en plena independencia del sujeto-objeto, como sostiene la filosofía aristotélica o la tomista. Y no una conciencia captante de la realidad que se infiltra en el objeto con la pura subjetividad como hacen los empiristas, violentando la inteligibilidad real de la cosa.

Anteriormente se dijo que Sartre niega la “esencia” o, mejor dicho, antepone la existencia para luego proceder la “esencia”, lo que significa, en definitiva, negar la misma essentia. Pues esta pasa ser en el sistema sartreano un constructo puramente humano, un hacerse librado a la arbitrariedad y, en un sentido teológico, abrirse paso a las tendencias caídas del ser humano (las ideologías, por ejemplo, se construyen a partir de este falso pseudo-principio “materialista”). Las cosas se determinan por una “esencia estable” antes dada a la existencia, luego le sigue el “acto de ser” o existencia en el plano del orden finito u orden natural o creado, que, asimismo, este último se fundamenta en una “Causa Primera eficiente”.

Lo anterior, simplemente, significa que el hombre tiene dada una esencia permanente en el orden metafísico, posteriormente tiene existencia y libre albedrío para obrar en la vida de acuerdo al orden natural descrito y una finalidad que se orienta al “bien” para alcanzar la “virtud”. Mas no a un “libertinaje” como manifiesta Sartre para hundirse en la “desesperación”, ya que plantea una filosofía de la “agonía vital” o de la “náusea” como él mismo sostiene, que no es más que un pétreo pesimismo para el ser humano en su recorrido existencial.

Esto lo proyecta el pseudo-intelectualista francés desde un mero “plano psicológico y fenomenológico”. Una conciencia oscura que jamás levantó vuelo para penetrar con cierta “esperanza metafísica” el orden creado, la “verdad innata del ser” y, finalmente, el gran misterio que representa el hombre a la luz del “orden sobrenatural” que se expresa en el “orden natural”.  

KIERKEGAARD

Claramente en el sistema sartreano se ve expuesta al “anarquismo metafísico” de los tiempos modernos, pues se trata de una filosofía extravagante y superficial sin ahondar en la realidad, pues ciertamente propone un humanismo precario muy alejado de la existencia verdadera. No obstante, más allá de algunos de los errores en materia filosófica ya mencionados, desde el punto de vista histórico se ha intentado falsificar a Kierkegaard y las mismas categorías kierkegaardianas como consecuencia del fuerte laicismo que imperaba en la época del “existencialista” francés.

En efecto, poco y nada tiene que ver el autor danés con el moderno existencialismo, puesto que Søren Kierkegaard fue un pensador religioso como él mismo lo sostiene en reiteradas ocasiones. Y por tanto, las nociones de angustia, desesperación, libertad, posibilidad, instante, finitud, paradoja, absurdo, etc. tienen su razón de ser en relación a Dios y a una cosmovisión marcadamente religiosa y no propiamente fundada, por ejemplo, en el ateísmo de un Sartre o en el agnosticismo de un Heidegger.

Estos autores, asimismo, tomaron tales nociones corriéndose de su auténtico origen y “secularizaron” la semblanza religiosa de Kierkegaard. De hecho, en los filósofos modernistas se ve claramente de forma opuesta, pues se estancan en una especie de “ontología mundanal” sin elevarse al Fundamento o Causa Primera, esto es, reniegan en un plano meramente fenoménico sin ascender al Ser Necesario. De ahí su gran contradicción metafísica, ya que, en verdad, se debe partir desde el orden creado, para luego trasladarse al Orden Increado que, justamente, fundamenta el mundo.

Kierkegaard, precisamente, atacó en su tiempo al ya mencionado Hegel, precursor de la filosofía sartreana y heideggeriana y, en general, de la destrucción filosófica de Occidente y de la rica tradición metafísica en particular.

Este ataque ocurrió porque Hegel veía la realidad como una “mediación dialéctica” en torno al Absoluto en el proceso del “devenir”, y este Absoluto abstracto, a su vez, identificado con el “mundo” y la “historia universal” pero no con el individuo real y existencial (marginado del sistema hegeliano) en su auténtica y verdadera comunión con Dios y el orden creado.

“Toda la confusión de los tiempos modernos consiste en haber olvidado la diferencia absoluta, la diferencia cualitativa entre Dios y el mundo”, sentenció claramente el pensador danés. Un mundo que se abre paso con la “pura razón dialéctica” abstraída de la misma realidad concreta y vital, que transforma todo en «mediación» para, supuestamente, conocerlo “todo”. Cuestión sumamente imposible de hacer (fin de la primera parte).