La belleza de los libros

De caminos de sirga y quiasmos

Por Danilo Albero

La figura retórica del quiasmo (del griego chiasmós: disposición cruzada en aspa) consiste en intercambiar dos ideas paralelas y opuestas. Podemos apreciar su efecto estético y oratorio en los versos de Machado: “Cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin querer” o la frase de John Kennedy cuando asumió la presidencia: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país”.
A su vez el quiasmo podría ser comparado con desplazarse por la calzada de una calle de doble mano, cuyo flujo de tráfico cesa cuando el semáforo da luz roja y permite cruzar a los peatones.
Por eso caminar con fines recreativos, o creativos, con o sin rumbo fijo, es una acción que tiene múltiples definiciones, empezando por la definición del término en francés flâner, que engloba variedad de acepciones y acciones. La convencional es vagar o deambular, fue Charles Baudelaire en el siglo XIX y luego Walter Benjamin, cuando interpreta su obra en el XX, que lo ubican en el concepto actual como el observador de la ciudad moderna, alguien que recorre calles, pasajes y multitudes mirando, interpretando y absorbiendo la vida urbana.

AL AZAR Y SIN PRISA
Así el flâneur es alguien que camina al azar y sin prisa; divagando con la mirada e imaginación; perdido morosamente el tiempo; complaciéndose en la inacción y el dolce far niente; que remite al placer de la ociosidad, pero no cualquier ociosidad; la de quien es consciente de ella y disfruta su ejercicio.
Para un escritor, caminar puede ser un recurso estético y compositivo, permite realizar flashbacks y recuperar vivencias pasadas para encadenar pensamientos dispersos, alinearlos con la geografía urbana que transita y hacer flashforwards.
En Los crímenes de la calle Morgue, el narrador cuenta que, en un largo paseo nocturno junto con su amigo, Monsieur Dupin, basado en sus gestos y miradas pasadas, pudo decir con precisión, luego de un cuarto de hora de caminata en silencio, lo que el protagonista estaba pensando. No es casual que Monsieur Dupin haya inspirado al padre de los detectives, el de Baker Street; el arte de la deducción científica en criminalística literaria nace del placer deambulatorio.
Es conocida la reflexión de Picasso “yo no busco, encuentro”, cuando alguien busca, sus ojos sólo indagan en lo que anda procurando, no descubren algo ni son capaces de percibir otros matices; sólo piensa en su objetivo, está poseído por el rastreo y va tras las pistas, pero no ve otras señales. Encontrar implica ser libre, actitud existencial del flâneur.

EL RASTREADOR DE FACUNDO
Y no solamente Picasso y Monsieur Dupin; cuatro años después de “Los crímenes de la calle Morgue”, a Calíbar, el mítico rastreador de Facundo, le roban una montura; dos años más tarde, caminando por una calle de los suburbios, Calíbar sigue los meandros de sus pensamientos, entra a una casa y encuentra la montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso.
La geografía urbana conlleva relatos en movimiento: edificios, tiendas y personajes; trapitos, vendedores ambulantes, payasos y malabaristas, aprovechan las luces rojas de los semáforos para ofrecer sus mercaderías y servicios; mientras, motochorros cazan al rececho a desprevenidos automovilistas y peatones que, esperando la luz verde, hacen sus flâneries en las pantallas de los celulares. Monumentos, grafitis, distintas manifestaciones de street art que adornan paredes y medianeras, muchas veces aprovechando elementos ya presentes, forman parte de la historia de la ciudad y de quien la recorre.
La realidad urbana de mis flâneries cambia con los ritmos circadianos, en madrugadas de insomnio, al recorrer mi barrio y alrededores: Plaza Italia, Botánico y Palermo Soho; he visto otras geografías, personajes y aromas que van de efluvios de cannabis y pipas de crack, al inconfundible olor de las panaderías que hornean productos en un orden establecido; primero el olor a especias y azúcar tostada de las facturas, le sigue el crujiente aroma del pan. Por la mañana temprano y luego del mediodía es el gárrulo vocerío de emperejilados niños que entran al colegio acompañados de sus mamás, para salir con las ropas desarregladas, medias caídas, cabellos despeinados y camisas fuera del pantalón, acicalados por sus mamás antes del regreso a casa.
Sin dejar de lado otros protagonistas del paisaje urbano, los perros y sus dueños. A la salida de una verdulería; un cachorro de fox terrier se prende de la correa con los dientes y cuelga de ella, “no quiere que volvamos a casa”, explica la dueña, la historia se repite con otro echado en el piso que insiste en no levantarse. “Claro, el señor cruza la calle sin mirar el semáforo”, “¡no seas pelotudo!”, recriminan otros a los suyos.

LA CREACION ARTISTICA
Toda creación artística suele comenzar con la idea seguida de una flânerie por otras fuentes, que serán reelaboradas con la imaginación, demandas y deambular. Préstamos y citas son glosados y experimentan una (dis)torsión que los posiciona en el contexto y realidad del creador. Este reemplaza contextos y realidades originales; el escudo de Aquiles en La Ilíada será, en El viaje de Los Argonautas, la túnica nupcial de Jasón en su encuentro con Hipsipila y la bata de Samuel Tesler en Adán Buenosayres.
Una geografía que puede acompañar este recorrido creativo de los artistas es la de los caminos de sirga, que bordean las riberas de un río; cuando las embarcaciones no pueden navegar por la corriente adversa o falta de vientos, permiten arrastrarlas con cuerdas desde las dos riberas. Remontando ríos de Europa y Asia, muchas veces a la sirga, los vikingos llegaron a Constantinopla y, como Droctulft en Historia del guerrero y la cautiva, sucumbieron a sus maravillas y murieron defendiéndola del asedio turco. Y los creadores, a la sirga, pueden arribar a la concreción de su obra.
Pero muchas veces la corriente del río se hace más intensa en nuestro avance de sirga y nos empuja en dirección contraria a nuestro avance. Y, en esta visión quiásmica, se dan vuelta las tornas; el artista no sigue su objetivo y al mundo sino al revés.
Así lo expresa sor Juana Inés de la Cruz en un soneto: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? /
¿En qué te ofendo cuando sólo intento /
poner bellezas en mi entendimiento /
y no mi entendimiento en las bellezas?”
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