El rincón del historiador

De Ventura Ortega a Pablo Alarcón

El 18 de agosto de 1813 en la parroquia de San Nicolás de Bari, demolida para dar paso a la avenida 9 de Julio, el Pbro. Cayetano de Cires bautizaba a un niño de dos días, con los nombres de Ignacio Jacinto, hijo legítimo de Venancio Ortega y de Justa Rufina Torres. Fueron padrinos Luis Ambrosio Morante y María Francisca Insúa. El padrino era hombre de antiguo prestigio en el mundo de la escena porteña.
No podemos decir que el niño venía con un pan debajo del brazo, ya que su padre actor de la Compañía Cómica de la Comedia desde hacía un año, estaba complicado en sus menesteres porque el edificio del Coliseo Provincial estaba en lamentable estado, y por seguridad de los espectadores se pensaban suspender las funciones, que era el sustento de la familia. Era padre de seis hijos: hemos encontrado a Pedro José (1805), Sixto del Carmen (1809) y posteriormente a Agüeda Dionisia (1822), todos bautizados en San Nicolás de Bari, suponemos que las otras anotaciones se perdieron cuando el incendio del templo en 1955.

UN BUEN PATRIOTA
Ortega había adherido a la causa criolla, y era considerado un buen patriota; no dejó de discutir con algunos colegas realistas de la compañía y logró imponer su opinión. Como lo señala Urquiza Almadoz, “si bien estuvo lejos de poseer las condiciones dramáticas de Morante, no le fue en zaga en su amor a la Patria y en su deseo de representar obras que reflejasen el nuevo espíritu nacional”.
Este gesto lo pone de manifiesto. En agosto de 1812 se dirigió al Cabildo, para entregar el beneficio que le correspondían por las representaciones teatrales la cantidad de cuatrocientos ochenta y tantos pesos “para invertirlos en objetos útiles a la Patria”.
Los caballeros del Ayuntamiento vacilaron en recibirlos, sabían que tenía familia, muchos hijos y que el estado del edificio los iba a obligar a suspender en breve las funciones. Lógicamente esos señores tenían alma, y resolvieron consultar al Triunvirato si debían o no recibir la donación.
Pero el actor que sabía hacer reír desde el escenario, imploró, lloró y como representando una obra dramática conmovió con su sinceridad a los cabildantes, diciendo que era su deseo contribuir al bien de la Patria.
Los adustos señores para tranquilizarlo le dijeron que debían esperar la respuesta del gobierno, para recibirle el dinero. Claro que a la vez en su nota del 18 de agosto decían que no se haga lugar a la oferta, pues si redunda en beneficio de la Patria, expone a la familia a sufrir escasez.
El Triunvirato dispuso el 20 de agosto, lo que sigue, para satisfacción de Ortega y de la Patria, y para estímulo de los lectores de La Gaceta: “El gobierno reconocido de la generosidad del donante y prestando la debida consideración a su benemérita familia, admite el donativo de una onza, con destino a la satisfacción de un fusil en que se pondrá el nombre de este virtuoso patriota, para que defienda con él los derechos de su patria en las ocasiones de guerra, que se ofrezcan en esta capital, devolviéndosele la cantidad restante, con las más expresivas gracias a nombre de la Patria y del gobierno, que jamás olvidará este rasgo heroico de patriotismo”.
Por 1824 seguía Ortega en la nómina de actores del Coliseo porteño. Poco o mejor dicho nada más sabemos de su existencia.

COMPROMISO CIVICO
Este ejemplo, lo hemos querido rescatar del olvido, porque aquel actor asumió un compromiso cívico en tiempos difíciles. No olvidemos que había sido la conspiración de Alzaga en julio de ese año y el norte aún estaba expuesto al avance realista, recién en setiembre en Tucumán el general Belgrano habría de obtener el triunfo en el Campo de las Carreras.
En su pobreza, Ventura Ortega dio un grito a la sociedad con su gesto generoso, como en dos meses antes lo hicieron aquellas damas patricias que armaron el brazo de un valiente.
Hace pocos días otro actor, Pablo Alarcón, emulando a aquel colega de hace dos siglos, ha pegado un grito de alerta a la sociedad, increpando a la clase dirigente porque observa un pueblo cansado y sufrido, mientras la clase política sólo habla para la campaña, para conseguir votos con las falsas promesas de siempre; pero ellos continúan disfrutando de los beneficios y prebendas, en confortables despachos, con autos oficiales, asesores y paniaguados, pero totalmente alejados de la realidad cotidiana.