POR CARLOS MARÍA ROMERO SOSA
En la primera semana de septiembre, el doctor Luciano Maia visitó con propósitos culturales la ciudad de Buenos Aires, a la que tanto ama y conoce sus barrios, bares y bibliotecas públicas luego de realizar aquí numerosos viajes. De igual modo y sin duda como resultado de su adquirida porteñidad espiritual, es notoria su afición por nuestra canción ciudadana, los intérpretes y las orquestas típicas de tango. Maia es poeta, ensayista y traductor, de intensa actividad literaria y académica en la brasileña ciudad de Fortaleza de su residencia.
Natural de Limoneiro do Norte en el estado de Ceará donde nació en 1949, lo deben haber acunado en la primera infancia, las crecientes rumorosas del río Jaguaribe en ruta hacia los manglares y el mar. Justamente el torrente, al que décadas más tarde cantó en uno de sus poemarios prologados y traducidos al castellano por el profesor argentino de letras clásicas y escritor Raúl Lavalle, destinatario del soneto compuesto en español y a él dedicado: “La luz de enfrente”, que obra en la página 42 de Quaderno de poesía (2024), libro ahora presentado en Buenos Aires y último de los 43 títulos que lleva publicados.
EL SONETO
Aunque cultor de todas las formas métricas y el verso libre, Maia ejercita con preferencia el soneto, en la mejor tradición del “itálico modo” y su arquitectónica rotundidad que no admite grietas. El soneto pronto fue trasplantada a Portugal y lo cultivó Luís de Camoens, cuya definición del amor en su endecasílabo: “é un andar solitario entre a gente”, halló eco posterior en el de Quevedo titulado: “Es hielo abrasador, es fuego helado”, donde el autor de El Buscón replica esa sensación de desamparo y soledad interior producto del estar enamorado, haciéndolo con idénticas palabras antes empleadas por el creador de Os Lusiadas: “Un andar solitario entre la gente”.
Además y en forma más reciente escribieron sonetos memorables el lisboeta universal Pessoa y los brasileños Carlos Drummond de Andrade, Vinicius de Moraes o Chico Buarque de Holanda. Uno de los sonetos más difundidos de Chico Buarque está grabado en versión castellana debida a Marilina Ross.
En los sonetos de Maia se nota el dominio técnico, pero sobre todo es de elogiar hasta qué punto exacto sabe escandir en los versos medidos la inspiración en libre vuelo y la inteligencia del corazón sofrenando lo hiperbólico de los sentimientos. Aunque no disimula el latido amoroso: “quién que es no es romántico”, ya lo dijo Darío. Sin obviar en otras composiciones alguna crítica de carácter social frente a la manifiesta injusticia en el reparto de los bienes de la Creación; objetar cristianamente el aborto: “Sabe-se: a vida é una conflagração / de Luz, da escuridão, do ventre”; pensar y hasta filosofar sin vanidad de hacerlo: “…E vivimos, por fim, para aprender/ que vida e morte sao irmãs siamesas”; y sostenerse en la subjetividad en grado de introspección conducente a indagar en sí mismo para encontrar allí una salida o una respuesta casi agustiniana: “Sucede ver-me em meio ás amarguras/ e enfrentá- las munido domais doce/ e invicto pensamento, qual se fose/ ave a pairar sobre abissais funduras./
Con continente y contenido equilibrados, la expresión y el mensaje se complementan mejor que sintetizarse dialécticamente. El autor se encamina con virtuoso lirismo a la región poco frecuentada donde converge el saber qué decir con el buen decir, propuesta nada común en tiempos de violentos contra el arte.
El Espíritu Santo no nos ha concedido el don de lenguas, por eso lamentamos que en varios pasajes de Quaderno de poesía, se nos pueda escapar algo de lo sugerido con imágenes, metáforas y juegos lingüísticos. Aquí y allá hay referencias mitológicas, propias de un escritor dueño de vasta cultura clásica a la que se asomó, en la adolescencia, al cursar estudios humanísticos en el Ginásio Diocesano Padre Anchieta. Con los continuos peregrinajes culturales por el mundo y las lecturas en varios idiomas, consolidó Maia esos conocimientos sobre lo humano y lo divino, a resaltar esto último en las actuales globalizadas hipermodernidades indiferentes y profanadoras, cuando el “odiun Dei” desplaza al “Dios a la vista” en la diferenciación propuesta por Ortega y Gasset en su ensayo “¿Cómo podemos hablar de Dios?”.
Sin duda sus latines le permitieron acercarse con facilidad a las lenguas romances, entre ellas al rumano siendo un lector devoto y traductor del poeta nacional de la antigua Dacia Trajana, Mihail Eminescu (1850-1889), un romántico tardío a quien tanto difundió en nuestro país el inolvidable poeta y erudito tucumano Manuel Serrano Pérez, cuya versión de “Las voces de los pájaros de Hiroshima” del también rumano Eugen Jebeleanu, se hizo popular más allá de nuestras fronteras interpretada por Horacio Guaraní y Ginamaría Hidalgo.
Sin abusar este comentario de enfoques estructuralistas, sospechamos que Maia entiende el arte, la poesía en general y el soneto en particular como continuidades, que sin renegar de la tradición están abiertas al enriquecimiento y la novedad. No es casual entonces que al final de Quaderno de poesía se rindan homenajes, entre otros al patriarca del soneto del siglo XIII, Giacomo da Lentini, mencionado por Dante en el Purgatorio de la Divina Comedia. De “Il Notaro” siciliano (Dante dixit), Maia tradujo al portugués una de sus más famosas creaciones: “A L¨Aire Claro”. Y asimismo vertió a los rumanos Eminescu, George Bacovia, Marin Sorescu, así como al poeta sardo fallecido en 1978, Remundo Piras.
Al transitar por este poemario, aun a los que nos cuesta captar en plenitud las sutilezas del portugués, bien nos conforta descubrir que nada hay cerrado en la Poesía con mayúscula, ni sugerencia del todo incomprensible en su universo dado a expandirse hasta cada alma dispuesta a recibir y gozar de sus dones.