Cuestiones inabarcables del teatro

 

Teatro comercial

Por Lisandro Rodríguez

Paripé books. 316 páginas

Hace unos meses en la presentación de Teatro comercial se respiraba amor. Amigos, familiares, alumnos, todos reunidos por la decisión y la admiración hacia alguien.

Ese alguien es Lisandro Rodríguez, un artista. La ahora famosa Lorena Vega, quien prologa la obra, fue una de las personas encargadas de tomar la palabra. Leyó parte del texto que escribió especialmente para la obra. Al final del encuentro, Santiago Loza hizo lo propio con su escrito que da cierre al libro.

Dos artistas de la talla de Vega y Loza homenajeaban a Rodríguez, dando pistas también sobre la magnitud de un director, actor, músico y maestro que se construyó creando sus propias salas de teatro, armando colectivamente y ubicándose en su particular mirada. Y que, por supuesto, recibió múltiples reconocimientos a través de los años mediante premios, giras y convocatorias para dar talleres y hacer obra en Latinoamérica y Europa.

El libro de Rodríguez -el primero- está construido en forma de notas. Mojones, apuntes, ¿poemas? Sí, si bien el estilo es prosa, se trata de una prosa poética, que no agota sentidos, que busca hilvanar cuestiones tan inabarcables como la creación artística y la discutible y discutida noción de puesta en escena, lo concreto -y abstracto- de una obra teatral.

El título Teatro comercial puede leerse como un juego irónico porque ser dueño de una sala independiente -como es el caso del autor- es tener un comercio, aunque su estética diste mucho de esas actividades que pululan en la calle Corrientes.

Rodríguez -director de Duros, Abnegación 3 y La mujer puerca, entre otras- brinda varias pistas, asegura que “en la escena podemos prometer cosas y cumplir; en la vida, no”. También dice que “dirigir no es decirle al otro lo que tiene que hacer o trasladar en palabras lo que uno tiene en la cabeza. Dirigir es acompañar”.

Por supuesto, el director se opone a los típicos lugares comunes tantas veces escuchados en clases teatrales y suelta reflexiones como “no creemos que el teatro y la actuación sean un estar. Sospechemos de la famosa idea del Estar teatral. Sospechemos de cualquier idea de Estar. Mucho más del bienestar. Nos estamos yendo a cada instante, huyendo”.

El dirigir y el dolor. Actuar y trabajar lo concreto. Presentación antes que representación. Y da más pistas: “Trabajemos con personas más que con personajes. Trabajemos con personas más que con actrices y actores. Trabajemos con personas más que con estudiantes. Trabajemos en diálogo, con afecto, con paciencia”.

Tomen nota esos directores teatrales —de ahora, de antes, de siempre— que hacen e hicieron de la brutalidad, lo seco y lo egocéntrico parte de su enseñanza. Igualmente, Rodríguez nos aclara que “las personas que hacemos teatro somos egocéntricos dramáticos. Las que no lo hacen, también”.

Lo concreto vuelve a aparecer a lo largo del texto. Tal vez como un reordenamiento de la actuación y la dirección.

De hecho, el autor señala que “la percepción de lo concreto es el principal músculo de la actuación, de la dirección, del arte”. Hay que “trabajar en serio, sin ser serios”, asegura y señala que ”hacer obra es comunicar un pensamiento de manera singular”.

OBRA DE ARTISTA

El libro es la obra de un artista que aclara que “no hay que ser especial para ser artista”. “Ser artista es un trabajo más”, enfatiza. Y así también da en el blanco en el tema de los mitos del espectáculo, de los auras y de otras idioteces por el estilo.

Hacia el final del valioso material, clave para cualquier persona interesada en la escena, el autor brinda más revelaciones sobre un arte atravesado por múltiples complejidades.

“Hacer teatro es cocinar; es organizar el cumpleaños en un salón, en un monoambiente, a la vera del río. Lo que se pone y lo que se desecha, la lista del supermercado. (...) Ese terreno que se arma para los ojos de los demás. Pero los demás no son los demás solamente. Los demás soy yo y todos mis demonios hambrientos”, dice Rodríguez. Y conviene escucharlo.