Cuentos para leer en broma

Taller de otoño

Por Blas Matamoro

Blatt & Ríos. 200 páginas

Burlándose de la actitud petulante del “escritor profesional”, Blas Matamoro (Buenos Aires, 1942) entrega en su libro más reciente, Taller de otoño, una veintena de cuentos en los que exhibe oficio, sí, pero sin tomarse nada demasiado en serio.

Generalmente breves y de factura simple, los relatos, aunque varían en los temas, repiten una estrategia narrativa que parte de la intención de mostrar, en todo momento, el revés de la trama, los hilos del titiritero.

No hay en ellos minucias realistas, ni proezas técnicas, ni indagaciones psicológicas, ni desbordes experimentales de estilo, de forma o de contenido. Sus narradores, sea que se expresen en primera o tercera persona, no se inquietan por lo verosímil y tampoco se esfuerzan por alcanzar la tan buscada “suspensión de la incredulidad”. Nada de eso. Su propósito es llegar rápido al núcleo de la historia, cortando camino cuando haga falta, o interviniendo a cara descubierta si el argumento se demora o empieza a complicarse más de lo necesario.

Varios acometen intentos de revisionismo literario o histórico. “Otelos” lo ensaya con la pieza de Shakespeare y “La historia de Blanca Nieves” hace lo propio con el venerable cuento de los hermanos Grimm. Alguno se anima incluso a reescribir la desobediencia de Adán y Eva en el Jardín del Edén (“Las manzanas de oro”). Y “La Ciudad y el Desierto” es una variación bufa sobre los mitos fundacionales, a veces impulsados por la ciencia y el turismo, que apuntalan el pasado y la reputación de ciertas viejas ciudades europeas. Pero en todos los casos el enfoque gira hacia el humor, la parodia, el absurdo.

En la contratapa del volumen los editores indican que en estas páginas Matamoro “explora los más diversos modos de la narración, las maneras de encantar, y muestra su maestría en el arte literario”. Cierto. Aunque podría agregarse que, por afectar un aire tan superado, la ejecución de los relatos viene acompañada por una suerte de apuro que se parece bastante al descuido. (Una aclaración en el final de la obra señala que “todos los cuentos fueron escritos en el verano de 2023”).

La otra cara de la moneda es que el libro reconoce una semejanza con los modos de César Aira, hoy tan apreciados a diestra y siniestra. Se la percibe en la displicencia del narrador, que da la impresión de ir improvisando sobre la marcha, sin rumbo claro; en los enredos increíbles y recambolescos, y en las conclusiones que muchas veces no llegan a ninguna parte porque a ninguna parte quieren llegar.

En “Melodrama”, por ejemplo, se explica que “toda historia es realmente interminable y puede cortarse en cualquier momento, quedando abierta”. Tal podría ser el credo del autor que concibió estos “pecadillos de vejez”, según la confesión de la dedicatoria.