Acuarelas porteñas

Cuentos de hadas: nostalgias y devaneos

A fines de 1949, y en el hogar de ciertos amables vecinos de la calle Costa Rica, se produjo el nacimiento de una niña.
Aunque, desde luego, la recién llegada a este mundo no estaba en condiciones de realizar otras actividades que no fueran las relativas a su alimentación y descanso, sus padres, en nombre de ella, tuvieron el hermoso gesto de obsequiarme con un libro, a manera de recompensa por haber concluido yo el primer grado de la escuela elemental.
Tengo bajo los ojos, trazada con antigua pluma de mojar en el tintero, la dedicatoria, que transcribo tal cual, con la sola omisión de la firmante, ya que me parece imprudente revelar nombres sin autorización de sus dueños. Dice así:
A nuestro vecinito Hugo Sorrentino, en el nombre de mis padres, y en el mío propio, con todo afecto, por el éxito de su paso por la escuela”.
(“Firma” de la neonata)
Bs. As., 8/12/49

GUERRA DE NOMBRES DE PILA
Debo declarar que mi DNI certifica que me llamo Fernando Hugo Sorrentino. Para el que podría denominar “mundo exterior” soy sólo Fernando, pero, dentro de los ámbitos familiares se me conoce como Hugo, lo cual es asimismo un modo de distinguirme de mi padre, también llamado Fernando, sin aditamento.
Según me ha contado una fuente fidedigna (mi mamá), la supresión de mi Fernando se debió a una objeción de mi abuela materna: al contar yo, en noviembre de 1942, con unos pocos días de vida, consideró incoherente que “un nene tan chiquito tuviera un nombre tan largo”.
Este argumento, sin duda arbitrario, se impuso y de este modo se operó la ablación del Fernando y el triunfo del Hugo.
Ahora bien: Fernando tiene tres sílabas, y Hugo, dos: no había mayor desproporción entre ambos (otro gallo habría cantado con los pentasílabos Apolinario o Asurbanipal o Heliogábalo o Tiberíades o Nepomuceno o Aristóteles o Aristófanes o Epaminondas…). Entonces me permito observar que, cuando nació mi abuela materna, sus itálicos padres no consideraron discordante bautizarla, pese a su pequeñez, con un nombre de cuatro sílabas: Adelina. Tales fueron los hechos.
Y lo cierto es que no me perturba en absoluto la dicotomía de portar, según los contextos, dos nombres diferentes.

EL LIBRO Y SUS HACEDORES
El libro en cuestión exhibe amplio formato (20 x 27 cm) y tiene 88 páginas (tras siete décadas, han perdido su blancura original y se muestran con tendencia al ocre desvaído). En mi niñez lo he releído unas cuantas veces y lo he conservado hasta el día de hoy.
Momento de revelar su identidad: transcribo la portada impresa en la página 3:
CUENTOS DE HADAS / DE LA / AMERICA [sic] DEL SUR // Originales de / PILO MAYO // Cubierta de José Luis Salinas // Ilustraciones de Serra Masana // MIGUELETES 1023. EDITORIAL MOLINO. BUENOS AIRES.
En la página 4 nos enteramos de que corresponde a la primera edición: marzo de 1943. Y encontramos una dedicatoria que, según infiero, va destinada al hijo del autor.
 

NÉSTOR RUBÉN: Te dedico este manojo de cuentos, con la esperanza de que ellos te brinden algunos buenos momentos, en compensación por los muchos con que tú me regalas. P. M. El primer cuento se titula “Historia de Topolonic, el indiecito vanidoso”. Y aquí consigno una maldición contra mí mismo: por razones que no lograré determinar jamás, se han perdido las páginas iniciales (5-6) y últimas (11-12) de dicho relato, obstáculo no menor, pues me impide volver a leer su principio y su final.
Por fortuna, los doce cuentos siguientes no han sufrido daño alguno. Después de tantos años, verifico que, con lápices de colores (o sea las entrañables pinturitas de la escuela primaria), yo me había tomado la libertad de iluminar algunos de los dibujos con que, en blanco y negro, el ilustrador había enriquecido el libro.
Salvo error de mi parte, creo entender, gracias a los servicios de Internet, que “Serra Masana” es Josep Serra Masana, dibujante español nacido en 1891 y fallecido en 1980.
Vimos que la cubierta pertenece a José Luis Salinas (1908-1985), el famoso historietista argentino, autor, entre otras, de Cisco Kid y Hernán el Corsario.
Lamento no haber conseguido datos más precisos sobre el autor de los cuentos, es decir Pilo Mayo. Sin embargo, no dejaré de agradecerle a don Pilo los “buenos momentos” mencionados en su dedicatoria: yo los disfruté en más de una ocasión de la lejana infancia.