Cuando la tradición y las costumbres hacen estragos

El general Lucio V. Mansilla fue una rara mezcla de soldado de batalla, rudo guerrero del desierto y escritor exquisito. Fue además un viajero infatigable. Amante del buen gusto, las formas y el estilo, un dandy sin desperdicio.

En aquel Buenos Aires de barro y viento marchaba pulcro y galano por las calles polvorientas. Para él el aseo y la presencia eran virtudes esenciales que no podían estar ausentes en los seres humanos. En aquella aldea gris, de matices oscuros se le animó al amarillo patito y lució con orgullo ese color en su chaleco interior.

Fue hijo del general Mansilla el bravo guerrero que combatió con fiereza a las fuerzas inglesas y francesas, en la Vuelta de Obligado. Este general no se llevaba bien con su primera esposa, era desaseada, sucia y desprolija, de modo que fue a ver a sus suegros y les dijo: vengo a devolverles a su hija. Se separó. Al poco tiempo se enamoró perdidamente de Agustina Rosas, hermana del Dictador. Agustina era según se decía la muchacha más linda de Buenos Aires. Tenía quince años y Mansilla cuarenta y uno. no fue muy correspondido, pero la cosa marchó. De esta unión nació Lucio, nuestro hombre, de modo que fue también sobrino del Brigadier General Juan Manuel de Rosas otro porteño meticuloso y cuidadoso en el aseo personal. Ya entenderá el lector porque insisto en el asunto.

EN LAS TOLDERÍAS

Lucio Mansilla (h) marchó en 1870 a las tolderías ranquelinas (estos indígenas eran de origen araucano) para discutir con el cacique Mariano Rosas las condiciones de paz que el gobierno nacional ofrecía a la indiada. Reuniones, encuentros, tenidas, comilonas, borracheras, violencia, exabruptos, mugre, caos y descontrol todo está descripto en su magnífico libro: Excursión a los Indios Ranqueles. Los hábitos familiares de Mansilla no le impidieron cumplir sus obligaciones pero revelan el rechazo de ciertas costumbres indígenas.

Tomo al azar y con intención, algunas de sus notas. Luego de un pantagruélico almuerzo “empezó el turno de la bebida. Este capítulo es serio. Los indios beben como todo el mundo, por la boca. Pero ellos no beben comiendo. Beber es un acto aparte. Nada hay para ellos más agradable. Mientras tienen qué beber, beben; beben una hora, un día, dos días, dos meses. Son capaces de pasárselo bebiendo hasta reventar. Los indios empiezan por decir yapaí, llenando bien el vaso que generalmente es un cuernito. Los indios caldeados ya, apuraban las botellas, bebían sin método. ¡Vino! ¡Vino! Pedían para rematarse, como ellos dicen. Unos caían y otros se levantaban, y unos gritaban y otros callaban, y unos reían y otros lloraban y unos venían y me abrazaban y me besaban y otros me amenazaban en su lengua.”

Escenas como esta se repiten varias veces en su libro, aunque es justo decirlo Mansilla ha sido benevolente con los salvajes, especialmente si uno lee la descripción que hace de los indios, José Hernández en Martín Fierro.

POR LAS TIERRAS DEL SUR

El viajero inglés que recorrió la Patagonia entre 1869 y 1870, George Musters, dejó escrito en su libro, Vida entre los Patagones, un invalorable aporte al conocimiento de nuestras tribus indígenas nativas: los Tehuelches. También de los araucanos, con los que no simpatizaba, por sus costumbres guerreras, morales y criminales. Mientras conversaba con sus amigos tehuelches: “Llegó de improviso un mensajero, salpicado de sangre y mostrando en su cara los efectos de la bebida o de una excitación furibunda. Todos se apiñaron alrededor de él para oír las nuevas y el recién llegado nos dijo brevemente que la partida que había salido la víspera a buscar manzanas había encontrado otra partida de indios, araucanos, con aguardiente. Una orgía había seguido a eso, y luego una riña en la que había habido un muerto, pero ellos seguían bebiendo, dejando fuera el cadáver, que los perros habían devorado.” En fin, el libro es muy detallista y meticuloso en los relatos y reivindicatorio del Cacique Casimiro, tehuelche, que dirigía sus parlamentos con la bandera argentina en el centro.

Francisco Pascasio Moreno, un geógrafo, científico, viajero y amante de la naturaleza, digno representante de la generación del 80 nos ha dejado, además de los primeros acuerdos de paz con Chile, hermosas descripciones de la Patagonia como de la vida y la sociabilidad de los indígenas. En su libro Viaje a la Patagonia Austral 1876-1877 imposible de citarlo por lo florido y extensas de sus descripciones hay varias narraciones de intenso color. Las borracheras forman parte de la vida cotidiana de los salvajes y aquí Moreno incluye a las mujeres en estas orgías campestres. En una oportunidad debió enfrentarse a una machi que intentaba volver a sus cabales a una india totalmente ebria, agravando el cuadro clínico. Hay mucho más pero no es el objetivo del artículo.

Si se dice, se dice todo y en los tres libros los autores de marras ponderan ciertas conductas indígenas que nos hablan de sociedades con valores que lamentablemente eran violados bajo los efectos del alcohol. Y esto era cotidiano. Costumbres que quedan grabadas a fuego si un pueblo, civilización o individuo no observa como un error ese pasado de vicios y violencia.

Resulta entonces entendible la situación de abandono personal, alcoholizado y mal entrazado, en que se hallaba a Jones Huala al momento de ser detenido. La reivindicación a ultranza de una civilización corroída por el alcohol y la violencia hace que quien se arroga su representación caiga en las mismas miserias. En tal caso el problema no es Jones Huala, a esta altura un marginal y un lumpen patrocinado cruelmente por el actual gobierno. Jones Hula no representa a los herederos del pueblo araucano, integrados a la Argentina merced a la escuela, el trabajo, la salud. Si hasta la usurpadora del Mascardi, que estaba embarazada, no fue a parir a los montes, fue a un centro de salud de Bariloche.

Ya es hora que el gobierno nacional y provincial dejen de interferir y ayudar a esta minoría marginal. Era conocido que Huala se encontraba en el país, el autor de esta nota lo hizo público el año anterior al indicar que robaba ciruelas con una caña de la cabaña La Cristalina, de Diego Frutos. El mismo Frutos lo denuncio días después. La casualidad ha puesto a Huala en manos de la Policía, veremos qué hace la justicia y la política.