Crónica cínica de una decadencia

Joya de familia

Por Agustina Bessa-Luís

Serie Gong. 400 páginas

Uno de los mandatos de la técnica literaria moderna, originado en los países de habla inglesa, se resume en esta frase: “No cuentes, muestra”. Es una invitación a definir a los personajes a través de sus acciones y sus diálogos, a ubicarlos en una trama que avance con coherencia hacia un conflicto bien definido, y a moderar o evitar las intervenciones de cualquier variante de narrador ajeno a esa estructura.

Nada de eso aparece en Joya de familia, una de las novelas más famosas de Agustina Bessa-Luís (1922-2019), la notable escritora portuguesa que con toda justicia parece haber sido redescubierta en los últimos años por el mundo editorial de habla española.

Ocurre que todo en el libro, que es la primera parte de la trilogía “El principio de la incertidumbre”, iniciada en 2001, está contado y relatado hasta la exageración por una voz narradora imposible de soslayar. A lo largo de 400 páginas pocas veces se ve en acción a los personajes, y resultan escasas las ocasiones en que se presentan diálogos, que siempre son breves y fugaces.

La voz que cuenta todo tampoco le teme al anacronismo. Es cierto que aborda su papel entrometido, típico de las novelas del siglo XIX, con una posmoderna ironía que distingue la mayoría de sus intervenciones y que tiñe el tono general del libro. Pero las suyas no dejan de ser intromisiones. Esta narradora anuncia lo que va a contar, avisa de un cambio de tema o de situación, opina y evalúa lo que relata y, sobre todo, analiza a los personajes con la concentración que pondría un entomólogo frente a los insectos que ha elegido someter a estudio.

En esta novela, que Manoel de Oliveira llevó al cine en 2002, se da una combinación característica de la autora: un estilo cerebral y aforístico aplicado a narrar una trama ordinaria y hasta cursi.

Relatan sus nueve capítulos la decadencia de una próspera familia portuguesa de provincia (los Albergaria); hay una tentadora herencia en disputa, y un origen turbio y de folletín, con cambio de bebés incluido, en el nacimiento del heredero designado, António Clara.

Un elenco singular gira en torno a este personaje: su madre real, Celsa Adelaide, una antigua criada que es religiosa y pragmática a la vez, “beata” y “astuta como un zorro”; “Toro Azul”, hijo de Celsa y falso hermano de António, apuesto y delincuente; Vanessa, prostituta arribista e indecisa, amante nada oculta de António; los Roper, amigos misóginos y homosexuales de prosapia inglesa (son descendientes de Tomás Moro) y devotos del pensamiento de Ludwig Wittgenstein. Por último, Camila, la joven esposa de António, la “joya de familia” del título, “una niña mimada que casi no sabe distinguir el bien del mal”, y que con su temperamento indiferente habrá de trastornar todas las maquinaciones urdidas por sus rivales.

El argumento, que conduce a la previsible contienda por dinero entre representantes de estratos sociales desparejos, se desenvuelve al ritmo lento de una obra más descriptiva que narrativa, con abundancia de digresiones y la inclusión de citas y sentencias que son el sello y el gran encanto de la literatura de Bessa-Luís.

Tomadas en conjunto esas frases trasuntan una filosofía cínica y desencantada. Algunos ejemplos: “Todo lo que es interesante, es fingido”. “La virtud tiene límites; el infierno, no”. “Las mujeres muy seguras de ganar con su cuerpo no suelen mostrarlo. Lo mismo que no se enseñan las cartas en la mesa de juego”. “Las relaciones de las personas se basan en el consuelo al que cada uno cree que tiene derecho”. “Cuando un hombre seduce en la pobreza, resulta infalible”.

Si hay un tema en la novela es el de la decadencia: la decadencia económica de viejas familias pudientes, la decadencia general de la moral y las costumbres, la decadencia concreta de personas entregadas al vicio y la ambición, y la decadencia de un país, el Portugal de la segunda mitad del siglo XX, atravesado por su propia “revolución” tardía, la de 1974, y las consecuencias que trajo ese trastorno político y cultural.

De ahí esta última cita: “En el triunfo de la perversidad hay una especie de compensación a las perplejidades humanas”.