CONSERVA ACTUALIDAD EL CLASICO DE TOMAS DE IRIARTE (1750-1791)

Críticas literarias puestas en fábula

POR JUAN MARÍA VENIARD

La fábula es un relato donde se presentan animales que poseen raciocinio como los humanos pero conservando sus propias características dentro de un mundo generalmente contemporáneo, de culturas diferentes según los autores que las cultivaron: la griega en Esopo, la francesa en La Fontaine, la española en Iriarte y Samaniego, la argentina del Litoral en Gerónimo del Rey (Leonardo Castellani). En ellas, el zorro es astuto, el león es dominante pero tosco, la urraca es ladrona y el burro es burro.

Fue un género para grandes ingenios, que pretende la crítica moral y social por medio del diálogo que llevan a cabo los animales y, en ocasiones, un ser humano o algunos objetos de uso cotidiano que también poseen entendimiento. De modo que presenta una moraleja, a cargo del relator y hasta un mote final donde se diga: “...no te ocurra lo que al animal de mi fábula.”

Muchas de estas fábulas, que son composiciones de reducidas proporciones, han llegado a ser famosas y a pertenecer a la cultura tradicional de los pueblos, sin fronteras porque han pasado traducidas de nación a nación. Entre nosotros también las hubo desde antiguo, así las de Esopo en versos castellanos, requeridas como material didáctico. Más tarde también aparecidas en canciones escolares, como las de Samaniego puestas en música por el músico argentino Julián Aguirre, o las reproducidas en los libros de lectura, de donde algunas se memorizaban aún sin que lo solicitaran los maestros, entre ellas: “La cigarra y la hormiga”, de Samaniego o “Los dos conejos”, de Iriarte.

VICIOS Y CRITICOS

Tomás de Iriarte, en el siglo XVIII, produjo unas Fábulas literarias (1782) en versos rimados, que no viene a indicar su título que se trate de Literatura sino del mundo literario (1). De modo que hay referencias a vicios de literatos y críticos en la especialidad. Es así que algunos se habrán visto retratados, no haciéndose simpática para ellos algunas de sus advertencias y opiniones. También manifiesta una cerrada defensa personal. Sin duda el hombre revela, en su sesenta y seis fábulas reunidas en un tomo, fastidio por las críticas recibidas o que veía aplicar a otros, que justipreciaría de inconducentes cuando no de injustas, en aquello que los artistas siempre se han quejado: “la crítica es fácil, el arte es difícil”.

Iriarte, que vivió entre 1750 y 1791 presenta, en sus Fábulas literarias, algunas tan célebres como “El burro flautista”; “La abeja y los zánganos”; “Los dos conejos”, “La abeja y el cuclillo”; “La música de los animales”, entre otras muchas. En ellas marca, sin concesiones, los pretensiones de los mediocres por aparentar y también criticar. De modo que: “Guárdese para su regalo / esta sentencia un autor: / Si el sabio no aprueba, ¡malo! / si el necio aplaude, ¡peor!”. Y esta otra, también general: “Y así, tenga sabido / que lo importante y raro / no es entender de todo, / sino ser diestro en algo.” También, según dice que dijo la abeja: “En obra de utilidad, / la falta de variedad, / no es lo que más perjudica; / pero en obra destinada / sólo al gusto y diversión, / si no es varia la invención, / todo lo demás es nada.”

Para el lector severo y necio presenta la ocurrente fábula –que incluye una zancadilla– “El ratón y el gato” en la que advierte que, tratando de Esopo, “He de poner, pues que la tengo a mano, / una fábula suya en castellano.” Presentado los versos del diálogo sostenido entre ambos animales, señala: “...la fabullilla / puede ser que le agrade y que le instruya. / [...]. Pues mire usted: Esopo no la ha escrito; / salió de mi cabeza; [...]. Ya que antes tan feliz le parecía, / critíquemela ahora porque es mía.”

Aparte de reconvenciones por el estilo, tiene fábulas dedicadas y referidas a los críticos, donde en una advierte: “Aunque renieguen de mí / los críticos de que trato, / para darles un mal rato, / en otra fábula aquí / tengo de hacer su retrato.” También: “Cuando en las obras del sabio / no encuentra defectos, / contra la persona cargos / suele hacer el necio”, en “El cuervo y el pavo”, donde ambos a volar se desafían en una carrera y como el pavo no puede alcanzarlo le grita al cuervo todo lo malo que de él se dice, para lograr que se detenga. Algo muy usado aún en el tiempo actual.

Respecto del hacer literario, critica a los creadores que se valen de trabajos de otros, de los que se alaban entre sí y, en una especial fábula, de los cambios que se van produciendo como novedades que todos alaban, olvidando y no reconociendo al que produjo la novedad primera. Lo expone en la excepcional “Los huevos”, donde en una de las islas “más allá” de las Filipinas, “...jamás hubo casta de gallinas, / hasta que allá un viajero / llevó por accidente un gallinero.” De modo que allí cocinaron huevos pasados por agua “...que el viajante / no enseñó hacerlo de otros modos”. Pero uno descubrió hacerlos estrellados: “Oh! ¡Qué elogios se oyeron a porfía / de su rara y fecunda fantasía”. Y así relata que se van preparando de otras maneras, hasta quien inventó la tortilla “Y todos claman ya: ¡Qué maravilla!”. Luego vienen revueltos y en guiso, y “toda la isla se alborota”. Y más tarde los reposteros los crean “moles, dobles, hilados / en caramelo / en leche...” Remata: “Al cabo todos eran inventores, / y los últimos huevos los mejores.” Y un anciano les dijo: “Presumís en vano / de esas composiciones peregrinas / ¡Gracias al que nos trajo las gallinas!” Y remata: “Tantos autores nuevos, / ¿No se pudieran ir a guisar huevos / más allá de las islas Filipinas?”

No olvidó ocuparse de las obras llevadas a cabo en equipo, tan comunes en nuestro presente y que deben haber sido también en el suyo. En La música de los animales da fin a “la jácara que les canto” –a imitación, en el texto, de ese tipo de unipersonal de escena de entonces– de la siguiente manera: “Cuando trabajando a escote / tres escritores o cuatro, / cada cual quiere la gloria, / si es bueno el libro o mediano, / y los compañeros tienen / la culpa, si sale malo!” De esos trabajos en conjunto se ocupa también en “Los cuatro lisiados”, ciego, manco, cojo y mudo, que escriben una carta. Advierte el autor que aunque hubo testigos de la ocurrencia: “Bien pudiera sospecharse / que estaba adrede inventada / por alguno que con ella / quiso pintar lo que pasa / cuando, juntándose muchos / en pandilla literaria, / tienen que trabajar todos / para una gran patarata.”

También se refiere a los poetas, comparando sus obras con la caña que cayó al río, y dice la rana (en: “La rana y el renacuajo”): “"Por de fuera muy tersa, muy lozana; / por dentro toda fofa, toda vana. / Si la Rana entendiera poesía, / también de muchos versos lo diría.”

RECONVENCION

No ha perdido actualidad, ni parece que ha de perderla, la reconvención que hace el hurón y que deja al cazador “...tan sereno / como ingrato escritor / que del auxilio ajeno / se aprovecha, y no cita al bienhechor.” Y también de actualidad: “Pero es mucho más extraño / que hombre tenido por culto / aprecie por el tamaño / los libros, y por el bulto.”

Algunas tienen rasgos cómicos y otras lo son directamente. Así, en “El gato, el lagarto y el grillo” hace burla, en versos dodecasílabos, de un gato “... pedantísimo retórico, / que hablaba en un estilo tan enfático / como el más estirado catedrático. ” Y al fin: ...”que hay quien tiene la hinchazón por mérito, / y el habla liso y llano por demérito”, cerrando su fábula: “Caiga sobre su estilo problemático / este apólogo esdrújulo enigmático.”

También utiliza, con soltura, la décima espinela (en “El pedernal y el eslabón”), que a los amigos de las cosas criollas tanto nos agrada, donde expresa con los sonoros versos que la caracteriza: “Este ejemplo material / todo escritor considere / que el largo estudio no uniere / al talento natural. / Ni da lumbre el Pedernal / sin auxilio de Eslabón, / ni hay buena disposición / que luzca faltando el arte. / Si obra cada cual aparte, / ambos inútiles son”.

Otras son muy duras, como para ganarse por siglos, animadversión: “Si el que es ciego y lo sabe, / aparenta que ve, / quien sabe que es idiota, / ¿confesará que lo es?” (“El topo y otros animales”). También: “Algún mal escritor, al juicio apela / de la posteridad, y se consuela.” (“La cabra y el caballo”). Mas también: “¿De aprender se desdeña / el literato grave? / Pues más debe estudiar el que más sabe.” (“El ruiseñor y el gorrión”).

Perece evidente que Tomás de Iriarte padeció y habría de padecer en el futuro, a los que no valoraban su arte y lo hacían público. Hemos hallado un comentario, en cien años posterior a la aparición por primera vez de sus fábulas literarias, donde se lo continúa menospreciando. Éstas se habían reeditado hasta ese momento pero parece que la animosidad que despertaban, después de haber desaparecido la animosidad que padeció él mismo en vida, continuó vigente.

‘BURRO FLAUTISTA’

En 1885, la revista semanal La Ilustración Española y Americana publicó un dibujo de Martín Rico y Ortega –pintor que estuvo relacionado con esa publicación–, que ilustraba la hoy famosa fábula “El burro flautista”. Como toda ilustración allí aparecida tuvo su comentario en la sección Nuestros Grabados, por anónimo comentarista, que expresaba:

“Retratar al lápiz una fábula, con pasmosa fidelidad en los rasgos que señalan el lugar, la acción y la moraleja: he ahí el género artístico, nuevo en España, que inaugura en este periódico el maestro D. Martín Rico, el inimitable paisista [sic], en el dibujo original que tenemos la satisfacción de presentar [...].

La fabulilla El burro flautista, del honrado Iriarte con ser tan prosaica, ha tenido un intérprete que sabe poetizarla: ahí se ven los prados de áspero herbaje, las cercas de adobes, algunos escuetos árboles, el campanario del lugar, la flauta olvidada por el zagal y el Borrico que se acerca a olerla, y dio un resoplido y la hizo sonar, y... se enorgullece ‘con la música asnal’.

Vivamente deseamos que no sea esta composición la única de tal género: Iriarte y Samaniego merecen que en sus fábulas se recree el preclaro ingenio de Martín Rico” (2).

Para el cronista, los versos del honrado Iriarte, tan prosaicos –esto es: que en literatura adolecen de prosaísmo, o sea falta de armonía o de carácter poético en los versos– merecían quien supiera poetizarlos, como también los de Samaniego, recreados por un preclaro ingenio del arte del caballete.

En la ilustración de referencia al menos se incluyó la crítica moraleja: “Sin reglas del arte / Borriquitos hay, / que una vez aciertan / por casualidad.” Pero el fabulista autor de su tomo con escuetos y picantes versos, ya le había advertido cien años antes al desconsiderado cronista del siglo XIX: “Cobardes son y traidores / ciertos críticos que esperan / para impugnar, a que mueran / los infelices autores, / porque vivos, respondieran.” (“La lechuza y los perros y el trapero”).

En lo personal quedamos justificados por él, en lo que hemos aquí brevemente tratado, con esto de que: “La máxima es trillada, / mas repetirse debe: / No escriba quien no sepa / unir la utilidad con el deleite.” (“El jardinero y su amo”).

Notas.

1. Edición consultada: Fábulas Literarias por Don Tomás de Iriarte. Nueva edición ilustrada por P. Muguruza, Madrid, Espasa Calpe, 1935, ed. orig., 1915.

2. “El burro flautista (Dibujo original de D. Martin Rico)”, en: La Ilustración Española y Americana, Madrid, 30 de septiembre de 1885, a. 29, n. 36, t. 2, p. 179 y p. 184.