El latido de la cultura

Creía que mi padre era Dios

A lo mejor Creía que mi padre era Dios no se encuentre entre los libros más conocidos de Paul Auster, autor que algunos de mis lectores amigos catalogan como un escritor desparejo. Durante varios años Auster fue algo así como un “número puesto”, una fija para ganar el Premio Nobel de Literatura. En el último tiempo, quizás por motivos vinculados a la tendencia de la Academia Sueca de premiar nombres que abonen la ideología en pugna, la obra del narrador nacido en New Jersey ha dejado de sonar entre los favoritos. Sin embargo, precisamente debido a la tendencia de la Academia Sueca a despistar a los apostadores de turno, es probable que algún día Paul Auster reciba el mencionado galardón.

Hay quienes fingen cierto desinterés por el anuncio del premio, que como es sabido se otorga anualmente el primer jueves de octubre. No es mi caso. Sigo con atención el folklore de la danza de candidatos que se activa las semanas previas al anuncio. El listado de posibles ganadores me revela la existencia de escritores de latitudes lejanas, ampliando así mi horizonte de lecturas. De no ser por el Nobel de Literatura no hubiera descubierto plumas antillanas, africanas o asiáticas. Es cierto que a grandes escritores como Joyce, Kafka, Virginia Woolf, Leon Tostoi o el mismo Borges les fue negado el gran premio. Lo cual, en definitiva, no significa demasiado. La misma Historia se ha encargado de darle a estos nombres ilustres el lugar que les corresponde dentro de Literatura. El de Mario Vargas Llosa es un caso curioso. Luego de sonar durante décadas como favorito, su nombre quedó relegado, hasta que un buen día –el menos pensado—el autor de Conversación en la Catedral y La casa verde se alzó con el galardón. ¿Qué importa su inclinación política o que se haya repetido a lo largo de los años? Con o sin el reconocimiento que trae aparejado el Nobel, el peruano es un gran autor. Eso debería ser lo único importante, a fin de cuentas: el reconocimiento del público que lee sus libros, no el de los opinólogos que no lo han leído en profundidad.   

Lo mismo va para Auster, quien entre tantas obras ha escrito novelas como Leviatán, La noche del oráculo, El país de las últimas cosas o la llamada “Trilogía de Nueva York”, compuesta por las nouvelles Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada). Y también El palacio de la Luna y La música del azar.

A lo mejor Creía que mi padre era Dios no se encuentre entre los títulos más conocidos de Paul Auster, un autor que en nuestro país gozó de gran popularidad en los noventa y que hoy en día no es tan recordado. Dicho sea de paso, Auster no escribió el libro sino que compiló relatos ajenos. Invitó a los oyentes del programa de radio en que colaboraba a participar de un proyecto inusual: enviar sus historias verídicas, con el afán de construir un retrato escrito de la vida de su país. Con su particular mirada, el escritor seleccionó ciento ochenta textos que fabulan una realidad llena de coincidencias, hallazgos y situaciones tan absurdas que parecen inventadas. Una antología de relatos reales y extraordinarios, una selección que refleja los temas que recorren toda su obra, como el azar, la coincidencia y lo insólito de la vida cotidiana.

Un libro en el que quedó plasmado la vitalidad y la textura de las entrañables narraciones de sus oyentes, quienes en cierto modo, escribieron el libro que a Auster le hubiera gustado escribir.