Coria perdió la magia, Gaudio dejó de pasarla mal y se quedó con Roland Garros

El baúl de los recuerdos. La final del Abierto francés de 2004 fue histórica. El duelo entre los dos argentinos terminó con la inolvidable victoria del Gato en un partidazo a cinco sets.

“¡Qué mal que la estoy pasando!”. El grito de Gastón Gaudio reflejaba su impotencia. Estaba al borde de un ataque de nervios. Le pasaba bastante seguido. Jugaba bárbaro, pero el tenis lo hacía sufrir. La final de Roland Garros en 2004 era el peor momento para ser víctima de una crisis anímica. Su rival, Guillermo Coria, lo estaba aplastando con un nivel supremo. Sin embargo, el Mago perdió la varita, el Gato se recuperó, dejó de padecer y se quedó con un título histórico en la única definición de Grand Slam protagonizada por dos argentinos.

Los alaridos de Gaudio eran conocidos en el circuito del tenis. Tenía un juego excelente desde el punto de vista técnico, pero sus vaivenes emocionales condicionaban su desempeño en los courts. “¡Toda la vida jugando al tenis y no mejoré ni un poco!”, “¡“Soy un fracasado!”, “¿Qué carajo hago acá? Me quiero ir a mi casa”, “¿A quién le quiero mentir, boludo, a quién le quiero mentir? ¡Soy un hijo de mil puta! ¿A quién le quiero mentir?”, “Gastón, ¡estás perdiendo contra Youzhny!” (en pleno partido contra el ruso Mijail Youzhny) … Sus arranques provocaban tanto asombro como risas.

Y, por supuesto, la estaba pasando mal en sus primeros dos sets de la final de Roland Garros contra Coria en 2004. El santafesino había sacado a relucir su profuso repertorio de lujos. No por nada era el Mago. Su raqueta se asemejaba a una varita que no hacía aparecer conejos ni ramos de flores o palomas, sino exquisitos drops, drives con ángulos imposibles y reveses demoledores.

El Gato cumplió la mejor actuación de su vida en el circuito.

Estar cara a cara con Coria no constituía un simple compromiso deportivo para Gaudio. Eran rivales encarnizados. Se odiaban. Sí, se odiaban. Habían intercambiado insultos de un lado a otro de la red en la mayoría de sus duelos. Se habían burlado mutuamente en los instantes posteriores a alguna victoria ocasional. Se habían amenazado en el presuntamente caballeresco momento de saludarse al término de un partido… Era tenso el clima previo a ese histórico enfrentamiento del 6 de junio de 2004 sobre el polvo de ladrillo francés.

PRESENTES MUY DIFERENTES

En ese entonces Coria ocupaba el tercer puesto del ranking de la Asociación de Tenis Profesionales (ATP). Los dos mejores eran el suizo Roger Federer y el estadounidense Andy Roddick. Al Mago se lo consideraba un especialista en canchas lentas, al punto de haber acumulado 30 presentaciones sin derrotas sobre esa superficie. Ese año había festejado los títulos de Buenos Aires y Montecarlo. Se asomaba como uno de los grandes favoritos a quedarse con el cetro en Roland Garros.

Su paso por las primeras etapas en el segundo torneo de Grand Slam del calendario había sido arrollador. Superó en sets corridos al ruso Nikolai Davydenko, a su compatriota Juan Mónaco y al croata Mario Ancic antes de vencer por abandono al francés Nicolás Escudé al cabo de un set. Continuó a todo ritmo contra el español Carlos Moyá en los cuartos de final y recién en las semifinales cedió su primer parcial, ya que doblegó en cuatro sets al británico Tin Henman.

Gullermo Coria era el gran favorito para quedarse con la victoria, pero terminó con las manos vacías.

La actualidad de Gaudio se presentaba muy diferente. Ubicado en la 44ª posición del escalafón mundial, había tenido que trabajar muchísimo para imponerse en cinco sets al tenaz Guillermo Cañas. Lo mismo le pasó contra el checo Jiri Novak -ese día se despachó con varios de sus clásicos gritos-, y recién frente al sueco Thomas Enqvist pudo definir en cuatro parciales. Más holgados fueron sus triunfos sobre el ruso Igor Andreev y el australiano Lleyton Hewitt. En las semifinales dejó en el camino con una notable labor al cordobés David Nalbandian.

DEL CIELO AL INFIERNO Y VICEVERSA

Sí, la pasó mal Gaudio en los primeros dos sets. Coria lo dominó casi a voluntad y empezó a construir lo que se avizoraba como un éxito inapelable. La multitud que cubría las tribunas del estadio Philippe Chatrier asistía a una función de gala del Mago. Guillermo Vilas, hasta ese momento el único tenista argentino que había ganado el título en Roland Garros, quizás en ese momento creía que no faltaba mucho para entregarle la hermosa copa al santafesino.

Un furibundo 6-0 y un poco más parejo 6-3 le abrían la puerta de la gloria a Coria. Le salían todas al santafesino. Y todas le salían bien. Parecía pleno de confianza. A esa altura podía pensarse que habían desparecido sus temores a los problemas físicos sufridos en los partidos anteriores. Sin embargo, las apariencias terminaron siendo engañosas y el escenario cambió drásticamente.

Gaudio se recuperó y consiguió un triunfo fantástico. 

“¡Qué mal que la estoy pasando!”, había gritado el Gato cuando su talento se intuía ausente y la rápida derrota parecía inevitable. Sus golpes plenos de calidad brillaban por su ausencia. Pero aun en esas circunstancias, Gaudio no tenía pensado bajar los brazos. Empezó a meter la pelota y, poco a poco, a soltarse. Libre de ataduras, se llevó el tercero por 6-4. Coria necesitó atención médica por una molestia en el gemelo izquierdo. Se acalambraba. El cuerpo no lo ayudaba, la varita mágica se le había extraviado y su confianza comenzó a derrumbarse.

Gaudio empató con un formidable 6-1 en el cuarto y el suspenso se extendió al quinto set. La recuperación del Gato contra el abatimiento del Mago. El partido se parecía poco y nada al de un rato antes. A esa altura ya nadie recordaba que el oriundo de Adrogué no había llegado como favorito. Ni al certamen ni mucho menos a la final. Pero ninguno de los protagonistas se asemejaba al que había iniciado el duelo.

Coria había perdido la fe en su drive y tampoco podía ampararse en un saque que se mostraba cada vez más errático. Estaba sufriendo. Así y todo, peleó contra el destino y se puso 6-5. Tuvo dos oportunidades para definir el pleito, pero dilapidó ambos match points. Su adversario percibió que había llegado su oportunidad. Igualó el marcador y en tiempos en los que el título no se definía en tie break, terminó redondeando un triunfo por 8-6 gracias a un revés delicioso luego de tres horas de intensidad y dramatismo.

El venerable Guillermo Vilas junto a Coria y Gaudio en la única final argentina en torneos de Grand Slam.

“Aquella vez, en París, cuando llegué al vestuario, me felicitaba todo el mundo, y lo primero que pensé fue: debo ser el peor campeón de Roland Garros de la historia”, contó una vez Gaudio. Más allá de su curiosa interpretación, la gloria era suya. Se había repuesto de un momento en el que la pasó mal y cuando a Coria se le terminó la magia, el Gato dio el zarpazo triunfal.