¿Conservar un estilo de vida con inconvenientes o demolerlo?

Por Gutavo Dalmazzo *

Seguramente las elecciones del próximo domingo serán las más trascendentes de estos cuarenta años que pasaron desde la recuperación de la democracia. Sin embargo, la naturaleza de las que vienen y las de aquel 30 de octubre de 1983 las hacen diferentes.
Aquellas fueron las de la gran esperanza de apostar a la democracia. La sociedad había perdido el miedo a la dictadura, que se derrumbaba después del desastre económico, el terrorismo de Estado y, sobre todo, la manipulación y el resultado catastrófico de la Guerra de Malvinas. Todos fuimos a sufragar con optimismo sabiendo que se iniciaba una nueva etapa histórica. Las urnas no estaban tan bien guardadas, como se jactó al decirlo uno de los dictadores, y se llenaron de votos.
Los partidos políticos, corridos de la escena nacional a partir de la dictadura cívico-militar instalada en 1976, volvieron a ocupar un rol protagónico. Habían sido censurados y perseguidos, pero no desaparecidos y así, por supervivencia u oportunismo, durante los años del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, le habían provisto cientos de funcionarios (la UCR le prestó al Proceso 301 intendentes; 169 el PJ; 109 los demoprogresistas; 94 los desarrollistas; 78 los conservadores; 16 la Democracia Cristiana y 4 el Partido Intransigente; a esta lista podemos sumar los embajadores que facilitaron el radicalismo, el socialismo democrático y la democracia progresista). Incluso los miles de anónimos que aplaudieron el golpe, que murmuraron por lo bajo, al enterarse de alguien que ya no estaba: “por algo habrá sido”, estrenaron el traje de “democráticos” sin culpa alguna.

CONSERVAR LA DEMOCRACIA
En cambio, las elecciones que vienen no tienen tanto que ver con el futuro, sino más bien con conservar la democracia, a pesar de todas sus falencias o “patear el tablero” expresando así el fastidio que tienen con la intermediación política y la crisis económica. Derrumbar el acuerdo social de mantener el sistema institucional y de vivir en democracia, que nos permitió nada menos que enfrentar cuatro intentonas golpistas, dos crisis económicas de envergadura y una inédita de tipo institucional. La democracia de los argentinos, como solía decir Raúl Alfonsín, parece que fue sólida.
Casi todos los dirigentes políticos participaron de esta construcción. Cómo no recordar a Antonio Cafiero al lado de Alfonsín durante el levantamiento carapintada en la Semana Santa de 1987. La democracia de los argentinos había investigado, juzgado y condenado las violaciones a los Derechos Humanos. Los juicios a los comandantes no habían sido por la imposición de cuatro ejércitos de ocupación, como fueron los juicios de Nüremberg después de la Segunda Guerra, sino por la decisión política de un gobierno, la labor de jueces y fiscales y el apoyo de un pueblo atento en las calles.

MANTENER O DEMOLER
El próximo domingo el pueblo va a volver a ser plenamente soberano: va a elegir si quiere conservar un estilo de vida, sin duda con inconvenientes, o demolerlo. Si quiere lo primero votará a Sergio Massa, un dirigente con trayectoria política y de gestión, con conocimiento del Estado. Claro que puede que lo haga porque crea en un proyecto de desarrollo económico, de atención a los que menos tienen y de mantener los derechos adquiridos a partir de 1916, 1945 y 1983; o simplemente que lo haga en defensa propia, porque quiera continuar viviendo en democracia.
Votar por el otro candidato, un hombre que apenas hace dos años se lanzó a la política, de trayectoria como arquero de fútbol, showman de teatro y de la televisión, de una aparente religiosidad que lo hace compararse nada menos que con Moisés, que cuenta que se comunica con un perro muerto, será demoler el pacto democrático implícito de 1983.
No hubo insulto que no verbalizara: al Papa, a los radicales, a la izquierda, al jefe del Gobierno porteño y hasta a la candidata que salió tercera en la primera vuelta, acusándola de atentar contra un jardín de infantes.
Qué decir de sus propuestas de eliminar la justicia social; salir armados a las calles, como si no hubiera demasiada violencia en ellas; comercializar órganos; aniquilar presupuestariamente a las provincias, privatizar mares y permitir contaminar ríos. ¿Hubiese sido posible algo así en 1983? No, de ninguna manera. En algún momento deberemos los argentinos sentarnos a pensar qué nos pasa.
Inmediatamente finalizada la primera vuelta, una parte de los que resultaron terceros, conducidos por el ex presidente de la Nación (2015-2019) salieron a sumarse a la propuesta del que salió segundo. El liberalismo vernáculo decidió abandonar las ideas de Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña y enterrar para siempre la Argentina de la movilidad social, la de la Educación Pública y la del respeto a la pluralidad de las ideas.
Para ello ya venían haciendo una campaña electoral basada en la destrucción de un sector político. A la candidata que salió tercera sólo le faltó utilizar el término “aniquilar”. Desde una perversión ideológica de regodearse en la idea de que tenemos que “sufrir”, casi una obsesión que viene desde 1955; la venganza por haber adquirido el pueblo derechos políticos, sociales y económicos, por haber superado al país-estancia, claman por orden. Las preguntas serían qué tipo de orden y a quién beneficiaría. El sufrimiento y la represión nunca les sirven a las mayorías. Ahora se juntaron el disparate y la destrucción con el sufrimiento y la represión. ¿Qué te pasó liberalismo argentino?
Así las cosas, llegaremos al domingo. Unos ganarán y otros perderán. Si se impone la demolición será la clausura de un tiempo histórico que supimos construir. Si se impone la continuidad de un estilo de vida democrático, varios nos vamos a ir a dormir satisfechos. Sin embargo, cuando nos despertemos a la mañana siguiente, no perdamos de vista que el huevo de la serpiente está instalado dentro de la sociedad argentina.
* Historiador.