Con Perdón de la Palabra

Conquista del desierto

En la ciudad de Bahía Blanca hay un extenso parque llamado Campaña del Desierto. Y el municipio local resolvió cambiarle el nombre, por entender que el actual hace referencia a hechos violentos que podrían resultar ofensivos para los denominados pueblos originarios. El caso justifica unos cuantos comentarios.

En primer lugar cabe tener en cuenta que el éxito en la Campaña del Desierto, o La Guerra al Malón, como se titula un libro del Comandante Prado sobre el tema, permitió consolidar la posesión de 20.000 leguas por parte del Estado Nacional, cosa que también recuerda otro libro, La Conquista de 20.000 Leguas, de Estanislao Zeballos. Acciones que, naturalmente, requirieron el empleo de las armas y que a la opinión pública de aquel momento ni siquiera se le ocurrió poner en tela de juicio.

Detengámonos por un momento a considerar el disparate que supone condenar los hechos violentos acaecidos en nuestra Historia Patria. Sin ocasionar hechos violentos no hubiera sido posible el rechazo de las Invasiones Inglesas y la posterior defensa de Buenos Aires cuando los británicos pretendieron recobrarla, ni las victorias del general San Martín en sus campañas libertadoras, ni los triunfos de Juan Manuel de Rosas contra las flotas coaligadas de Inglaterra y Francia.

¿Qué suponen los ediles bahienses?¿Que esos triunfos se hubieran logrado pidiendo amablemente a los ingleses que se retiraran, solicitando a los realistas que nos dieran la libertad o proponiendo a la flota invasora anglo británica que se mandara mudar del Río de la Plata? Hay que ser un tanto ingenuos para suponerlo.

Tampoco la unidad nacional hubiera sido posible sino a sablazos. Quizá se justifique reprochar al general Mitre la ferocidad de sus famosos coroneles o haber ultimado al Chacho Peñaloza cuando estaba vencido y prisionero, pero no creo que en base a buenas maneras se podría haber doblegado a los caudillos del interior, celosos defensores de su autoridad en los pagos que regían.

En esta materia he cambiado mi manera de pensar. Antes me mostraba partidario de los caudillos, hoy estoy convencido de que fue preciso emplear la fuerza contra ellos para lograr la unidad de la República.

Y en cuanto al temor de herir la susceptibilidad de los pueblos originarios, hay que tener presentes que, en muchos casos, no eran originarios sino que cruzaron la cordillera desde Chile para exterminar a puelches, pehuenches o querandíes que sí lo eran. Calfucurá había nacido en Chile y pretendió fundar un imperio en la Argentina. Además, hay lugares donde los blancos llegaron antes que los indígenas.

Puesto el asunto a consideración de los vecinos de Bahía Blanca, éstos, con buen criterio, resolvieron que, si de cambiar el nombre se trataba, al parque había que llamarlo General Roca.

Desde La Prensa, felicito a La Nación por haber tratado editorialmente el tema de manera correcta.